Dos rastas que, como buenos rastas, fueron dejando poco a poco el punk, el hardcore, el rap, para irse metiendo en un ejercicio de recopilación folklórico-espiritual por Jamaica. De eso va Lumumba.
Nos gustaba Todos Tus Muertos porque nos parecía raro ver a rastafaris punkeando mejor que cualquier pelado con cresta. No gustaba por su actitud, por ese lenguaje híbrido entre el inglés de Kingston y el argentino más urbano. Nos gustaba porque eran contemporáneos a los Cadillacs y a los Decadentes, porque tocaban con ellos. Porque después lo hicieron con Fermín Muguruza y Manu Chao. Nos gustaba porque eran los autores del primer hit de los locales Los Miserables. Nos gustaba porque hablaban de fumar yerba, de la repre de la poli, de lo cagados que nos habían dejado las dictaduras y lo falso que eran las democracias. Nos gustaba por cómo saltaban y desafiaban a la cámara en los videos. Nos parecían graciosos. Poco correctos. Insolentes. Groovy. Violento. Música para saltar y dar patadas al aire. Mucho de ese gusto –prácticamente todo– se debía a esa presencia de Fidel Nadal y Pablo Molina, al frente, acoplados perfectamente por Gamexane Villafañe (QEPD) y Félix Gutiérrez. Fidel y Pablo. Dos rastas argentinos.
Dos rastas que, como buenos rastas, fueron dejando poco a poco el punk, el hardcore, el rap, para irse metiendo en un ejercicio de recopilación folklórico-espiritual por Jamaica. De eso viene Lumumba. El proyecto, que toma su nombre de un héroe congolés asesinado, nace de la cabeza de Fidel y no duda en sumar a su amigo Pablo y a su hermano Amílcar. En sus comienzos, Lumumba sonaba lo fi, a experimento, a borrador, pero fue mutando a un reggae más tradicional y a un sonido de banda, a un diplomado de reggae.
Luego se acaba Todos tus Muertos. Luego se acaba Lumumba. Luego Fidel descubre el auto tune y las canciones pop.
Lumumba logró lo que Todos tus Muertos no. Volver a los escenarios tras 14 años, y juntar a Fidel y Pablo. De ahí que han venido girando por festivales y es por eso que los tenemos, ahora, en uno de los escenarios importantes de Lollapalooza Santiago. La gente ha llegado lentamente al Parque O’Higgins, dispuesta a dar los primeros saltos al ritmo de los argentinos. Será una jornada generosa en cuanto a ritmos jamaiquinos: ya tocó Quique Neira hace un rato, y se preparan The Specials a continuación y Damian Marley, para más tarde –por donde Fidel se daría una vuelta para ver el show desde el público–.
Lumumba da cátedra de carisma. Contorsiones. Saltos. Hasta acrobacias. Juegan constantemente a encender al público que, poco a poco, se va soltando. Se pasean sus canciones, parte de un repertorio al margen de las radios: “Acá estamos”, “Pusilánime”, la prendida “Señorita”, “Vení en paz”. Gritos de batalla, de rebeldía y celebración. Lo de Lumumba es pura festividad. La gente comienza a corear estos éxitos secretos. Como si recitaran una biblia personal. Otros corean –¿se podrá cantar reggae sin hacer corear al público?–, repiten lo que los maestros de la ceremonia les indican.
Al acabar el show, recordamos por qué Argentina es la segunda capital del reggae. Y entendemos que hemos visto de forma casi sorpresiva, un pedazo de sus bastiones. A tres que no se han cansado en su lucha propia, la de los negros en la Argentina, la de los inmigrantes y de las grandes causas sociales de las últimas décadas.
Fotos: Felipe Avendaño © paniko.cl