Del fumar y Mac DeMarco

por · Marzo de 2014

«Puede que volvamos pronto, quizá nunca». Apuntes de la hora y media del canadiense y su banda en la Ex Oz.

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Cuando uno prende un cigarro, en la era moderna, fuera de la fijación oral (ver Freud) que este vicio implica, se asientan varias de nuestras preocupaciones. Dejamos que el tabaco haga lo suyo, a merced, haciendo que cada bocanada que exhalamos, lleve consigo esos pensamientos pegotes que difícilmente, sin un poco de nicotina, podrían dejar de estorbarnos. Hay, por supuesto, una relación entre el fumador y su objeto más allá del mero consumo. Es una cuestión casi poética, casi alegórica, casi supra-humana y que si se quiere afanar con su historia, esta sería demasiado larga e interesante como para reducirla sólo a un par de párrafos.

El humo que se desprende del tabaco se convierte en extensión —y expresión— de nosotros mismos y dicta la pauta, en gran parte, de nuestros comportamientos en determinadas situaciones. Porque fumar cigarrillos acarrea consigo una gran carga simbólica y, aunque parezca un simple detalle en nuestros cotidianos modernos, esta misma pequeñez nos permite interpretar varios de nuestros tics, tocs y otros desvaríos de la personalidad que terminan conformando grupos gregarios, amigos, personas con las que tenemos algo en común: iniciar una conversación porque te pidieron prestado un encendedor, aplicar solidaridad cuando intentan cambiarte una moneda de cien pesos por un cigarro, excusa barata para salir de nuestros quehaceres habituales, y ponerles una pausa aspirando el hostigoso sabor que guardan esas hojas secas procesadas.

Por otro lado, es fácil connotar las trancas de una persona que se dice «fumador social», o de aquella que enciende un cigarro tras otro, o esos que abandonan las cajetillas de 2.600 pesos (o menos) para llevar el acto de fumar a una cuestión más figurativa, casi a un nivel síquico, y prefiere comprar el tabaco en bolsa, los papelillos y los filtros por separado, y así poder darse el gusto de consumir algo que fue preparado por sus propias manos.

Fumar es reflejo de un deseo permanente, pero de un deseo de algo que no se sabe exactamente qué es. Si juntáramos a todos los fumadores en un gran anfiteatro y se les preguntara por qué fuman, el silencio de esas millones y millones de personas, sería sepulcral. No hay motivo específico por el cual se fume, pero de todos modos, es algo que todos quienes integran este vicio lo realizan, aunque sea por inercia, y eso ya se convierte en una buena razón.

Cuando Mac DeMarco consuma su oda a Viceroy (“Ode to Viceroy”), unas de las canciones más esperadas y coreadas en su primera venida a Chile, estamos hablando de una curiosa y llamativa cultura tabaquística que convierte al cigarrillo en un centro creativo. En Mac DeMarco, el cigarro no es una mera línea genérica que diga: «And I smoke my cigarrete», sino que se cataliza todo el potencial musical que de este vicio se le puede extraer, y aunque algunas no hablen literalmente de él, a cada canción que escuchamos se les puede sentir ese aroma a Marlboro, a Lucky o Phillip Morris.

Aunque en el concierto que ofreció en la Ex OZ los olores se hayan parecido más a la de un sauna de perros mojados, el resultado de su presentación a través de otros sentidos fue, francamente, impecable. No importó que apenas saltaran al escenario se haya dejado ver un dejo de desafecto y timidez por parte de este cuarteto canadiense, porque bastaron sólo dos canciones para que Mac se diera cuenta que a pesar de estar en un lugar tan lejano como Chile, estaba en realidad frente a una vibra y conexión con su música, inesperada y gratamente sorpresiva. Entonces, de ahí en adelante, la complicidad, el entusiasmo y la excitación del público acompañó el resto de la velada para que resultara ser una de las buenas performances que se anotan para este 2014, por seguro.

Punto aparte para destacar el avance que representan sus nuevas canciones del Salad Days (2014), en donde mantiene el sello lo-fi que caracterizaron sus anteriores LP (Rock and Roll Night Club y 2), integrando esta vez los sonidos de órgano y sintetizador. El espíritu con el que se conoció a la banda con temones bien coreados (y chamulleados) como “Freaking Out The Neighborhood”, “Cooking Up Something Good”, u “Ode To Viceroy”, se mantuvo en sus nuevas canciones, como muestran los singles “Passing Out The Pieces” o “Brohter”, siempre con el beat de batería aletargado y guitarras, acompañando con delicados riffs los versos de un Mac DeMarco más reflexivo y menos anecdótico.

Estas son, a grandes rasgos, las principales diferencias. Porque aunque parezcan sólo sutilezas, es esa marcada y cuidada evolución lo que se valora al momento de perpetuar el gusto por una banda como Mac DeMarco y no quedarnos sólo con un par de canciones de un álbum. El prolífico apronte que entregaron del Salad Days no hacen pensar otra cosa que será su álbum consagración, llevando el tierno, casi pueril puñado de fábulas que nos cuenta en el 2 a un nivel superior, donde Mac como compositor, se le nota más maduro musicalmente sin perder esa franca pendejería que tanto gusta arriba del escenario y en algunas de sus letras.

Y algo más: Mac DeMarco no sólo vino a Chile a mostrar un sólido trabajo que forjó en una ascendente carrera de dos años, sino que a comprobar que su originalidad está en lo simple y en lo sencillo, y si se quiere, en lo sucio y desordenado. Eso gustó, gusta hoy y nos seguirá gustando en su próxima entrega.

La presentación en el Ciclo S.U.E.N.A transcurrió en un setlist que recorrió gran parte de lo que Captured Tracks liberará oficialmente en abril, material seleccionado del 2 y un resto del olvidado Rock And Roll Night Club. Una ecuación que provocó goce e hizo sonreír de buena gana a un atiborrado, casi desbordado Centro de Eventos Bellavista y también —estuvo a la vista hasta del más amargado espectador— a la banda de Mac por completo. Era cosa de ver la felicidad de Pierce McGarry (bajista) al gritar cosas aleatorias al público como «¡Piscola!» o «Woooooooh» sólo para convencerse del alcance y éxito que estaban teniendo en Santiago con la contundente respuesta de los cientos de jóvenes entusiastas que subieron el cerrito de Chucre Manzur; o cuando finalizaba la presentación y sonaba aquel bolero postmoderno titulado “Still Together” y Mac se tiró a los brazos del público desde el escenario: fetiche simpático e infalible para sentir, con todas sus letras, el cariño de una audiencia satisfecha y expectante a si estos blondos músicos, raros pero divertidos, que demuestran e inspiran el «héterohueveo», volverán pronto a nuestro país.

«Puede que volvamos pronto, quizá nunca», dijo Mac al finalizar, para luego abrir una cajetilla de Marlboro y lanzar los cigarros al aire. Habrá que esperar, fumando, con todo lo que eso implica.

 

Del fumar y Mac DeMarco

Sobre el autor:

Alejandro González (@alejandrismos).

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