Hay muchos puntos que unen la novela por entrega francesa con Mad Men. Don Draper es hijo de una prostituta, pero también de Flaubert, Balzac y Tony Soprano.
[ALERTA DE SPOILER: Aparecen hechos del mid-season de Mad Men y el final de Los Sopranos]
La gran novela americana de nuestra era, como institución impresa, no fue publicada por Penguin-Random House o Anagrama. El laurel se lo llevó David Chase, que llevó su creación a HBO y así nació la maravilla que conocemos como Los Sopranos. Esto no lo digo yo, lo dice Norman Mailer y lo recordó Simón Soto en su ensayo sobre True Detective.
HBO conoce bien su negocio. Sabe que literatura y televisión van de la mano cuando se busca ganar premios (Six Feet Under, Los Sopranos, The Wire, por supuesto True Detective) y que best sellers y televisión van de la mano cuando se trata de audiencias (True Blood, Sex and the City y la interminable Game of Thrones). La competencia de esta editorial audiovisual viene haciéndola el canal AMC con —hasta ahora— dos títulos originales y uno envasado: La favorita de nuestra generación, Breaking Bad; Mad Men y el tambaleante cómic-serie The Walking Dead. Por otro lado, y ya con el método adoptado y mejorado, está la fábrica de éxitos en streaming Netflix, la cual se anotó con un clásico instantáneo en su videoteca: la favorita de Obama, House of Cards.
Por lo mismo, decir serie de televisión es una bonita forma de decir novela por entrega en estos días.
La televisión crea estas piezas de arte para los que ya no leen todo lo que quisieran leer (o no leen todo lo que deberían leer) sin juzgar, sin buscar causar culpa en el lector casual. Muy por el contrario: llevan a la TV, que cada vez está más lejos de ser «la caja de los idiotas», a un nivel artístico.
Ahí entra un personaje como Dick Whitman / Donald Draper (Jon Hamm en la vida real), protagonista de Mad Men. Draper es hijo de una prostituta, pero también de Stendhal, Flaubert, Balzac y Zola y toda la novela francesa realista/naturalista: Luchador, contemplativo, alcohólico, silencioso, oscuro pero no tanto.
Sobre la grandeza de lo visual y el guión de Mad Men no se puede decir nada que ya no se haya dicho. Tampoco hay mucho más que decir. La serie es un lujo en un mar de cancelaciones. Sin embargo, capítulo tras capítulo, sigue dando clases de cómo hacer buena televisión.
De vuelta a Los Sopranos, todas las novelas necesitan una conclusión, un cierre, un final. Su final, muchas veces vapuleado por los diez segundos de oscuridad en el epílogo no demuestra más que las libertades literarias que tenía la serie. De hecho, las temporadas cinco y seis son las que más ahondan en la psiquis de Tony Soprano (James Gandolfini), entregándole mucha más importancia a los sueños que tenía el jefe de la mafia de New Jersey. El miedo a la muerte de Tony, su dispar e imperfecta relación familiar, los ataques de pánico y el peso —y tedio— de su trabajo lo terminan derivando a manos de una psicóloga que termina por hartarse de él.
Mad Men va hacia el mismo lado. Matthew Weiner, su creador, estuvo en el equipo de escritores de la quinta y sexta temporada de Los Sopranos. El perfil antiheróico de Soprano y Draper es muy similar. Es más, podríamos afirmar que están cortados por una tijera muy parecida: trabajos envidiados en los que se sienten sobrecalificados, una vida familiar que los agobia y de la cual solo escapan a través del alcohol y las mujeres y una posición social que deben mantener. Uno vistiendo traje y corbata en Manhattan, el otro con acento italiano y anillos de oro en New Jersey.
El final de la primera parte de la última temporada (mid-season) de Mad Men exploró algo que Los Soprano explotó en cada capítulo: las cavilaciones y delirios de su personaje principal ante un sentimiento tan común como la pena. Mientras las alucinaciones de Tony Soprano siempre involucraban a gente a la cual había exterminado (en el final de la serie, en la escena del café, todos los personajes que entran por la puerta se parecen a alguien que había asesinado), las de Don Draper están unidas a las cosas que ha perdido: en la primera temporada su familia, su trabajo y, ahora último, a uno de sus mentores, Bert Cooper, bailando junto a las secretarias de la firma la canción “The best things in life are free” mientras Draper gimotea en un rincón separado del resto. Y claro, nada nos conmueve más que ver a un tipo duro llorar.
En resumen, la pregunta sería: ¿es Don Draper un Madame Bovary? La respuesta sería: obviamente, no.
Tiene características similares al personaje de Julien Sorel de Rojo y Negro de Stendhal, varios atisbos de Papá Goriot de Balzac y también otras pertenecientes a la obra de Flaubert. Bien podría ser una reescritura de las obras de todo este periodo.
Hay muchos puntos que unen la novela por entrega francesa con esta serie norteamericana. Las miradas al vacío, la descripción de los entornos, el resaltar el «small talk» y convertirlo en algo importante. Algo que también está presente en la literatura norteamericana de principios del siglo XX. Sin embargo, al contrario de los personajes inmediatistas de la novela estadounidense, Mad Men usa y abusa de su lujo visual, no se molesta en ostentar las escenas. Tampoco tiene tiempo para darle importancia al sueño americano, casi todos sus personajes ya lo lograron o están en vías de lograrlo (el ejemplo máximo de esto es Dawn, la secretaria afroamericana que toma una jefatura en la oficina de Sterling Cooper & Partners) y la vida se divide entre el trabajo y las apariencias. Los hombres de la calle Madison se mueven solo por sus intereses personales, por ascender en la escala social. No tienen motivos moralizantes, pero sí contemplativos: quieren verse triunfantes, pero se aburren rápido de lograr el éxito. Ahí entra el alcohol, las comidas, las amantes, las esposas aburridas, las conversaciones banales, y el lujo, sobre todo el lujo.
De hecho, si hay un personaje que podría ser ligado a Madame Bovary, en Mad Men, ese es Betty Draper/Francis (January Jones), la ex esposa de Don. Dueña de casa que se siente deprimida y agobiada por problemas inexistentes y que, cuando encuentra un hombre mejor, intenta —y logra— fugarse con él. Algo que Los Sopranos también había estrujado con la esposa de Tony, Carmela Soprano (interpretada por Edie Falco), donde la mujer cumple el papel de ejercer la presión moral que el protagonista no tiene.
Don Draper tendrá un final similar al de Tony Soprano, quizás no compartan la misma suerte (de hecho, uno nunca sabe bien lo que le ocurre a Soprano al final, pero se subentiende), pero sus caminos van por la misma senda. No es un destino del perdedor, pero es algo que quedará inconcluso para nosotros, pero completo para ellos. Esto último es especular, y al igual que las mejores cosas del mundo, especular es gratis.