Una lectura de El baile de Madame Kalalú, la novela del escritor venezolano Juan Carlos Méndez Guédez que cuenta la historia de Emma, quien dedica su vida a su organización de robo de joyas y obras de arte.
Emma es gorda, fea y grande, demasiado grande, no solo por las proporciones de su cuerpo sino también porque parece abarcarlo todo: traspasa fronteras, sabe dónde y cuándo actuar para conseguir su objetivo, incluso podemos llegar a creer que lee el pensamiento. Se muestra tan peculiar que durante su adolescencia, sus compañeros de colegio empezaron a considerarla una bruja.
A veces, Emma deja de ser Emma y se convierte en Lucía, Mabel, Ekaterina, Guadalupe, y otras tantas. Emma tiene distintas personalidades, y pasaportes, para cada ocasión. Ella afirma que «solo con armar papeles y registros somos capaces de crear una vida humana». La identidad, pues, solo existe si está escrita. Sin embargo, Emma sabe que las palabras por sí solas no bastan y por eso adopta, cual buena actriz, los gestos de cada una de sus identidades. Ahora bien, cada una de ellas fue inventada con un claro propósito: esconderse, disfrazarse, ocultarse, ya que Emma es una ladrona de joyas y obras de arte, líder de una organización internacional.
Emma es el personaje protagónico de El baile de Madame Kalalú, del escritor venezolano (radicado en España) Juan Carlos Méndez Guédez. En la novela se cuenta que la historia de Emma, quien dedica su vida a su organización de robo de joyas y obras de arte. Nadie parecía capaz de detenerla hasta que, en su última misión, la responsabilizan en España por unos asesinatos que no cometió. De allí que Emma, quien para el momento en que la incriminan se encuentra en Portugal, finja demencia y sea internada en una clínica, lugar en el que logra quedarse y no ser extraditada debido a su enfermedad. Desde la distancia, Emma deberá descubrir cuál de sus enemigos le ha tendido la trampa.
La novela se narra a partir de la mirada de Emma en su encierro en el hospital. Por ello, gran parte de la narración se convierte en una exploración de sus recuerdos, trayendo distintos momentos de su vida que la llevaron a convertirse en una exitosa delincuente. Esto, claro está, le permite también pensar quiénes han sido los adversarios que ha generado en el camino, para así ordenar a sus empleados que los rastreen. En esa indagación por su memoria, se percibe la actitud cínica de Emma y su capacidad de sobreponerse con aparente facilidad a los tropiezos de su vida.
La novela se compone de capítulos cortos que cierran con dosis de intriga para no detenernos y leer el siguiente. Nada parece sobrar en la historia. Incluso, los instantes en que la protagonista cita autores, o aparecen referentes culturales, cobran sentido en la trama. Asimismo, la narradora crea una intimidad con el lector por su constante apelación a un tú. Así, el lector cree que Emma le habla, aunque en realidad su interlocutora sea el personaje de una monja en coma con la que ella está internada. Puede decirse que ese personaje tiene los rasgos del lector ideal para esta novela: callado, absorto en la historia, sin capacidad de brindar algún tipo de ayuda o solución al caso presentado. Porque, la verdad, es que no hay muchas pistas en la obra que nos permitan jugar al detective. Más bien, nos dejamos llevar por la rememoración de la vida de Emma, por su agilidad mental, su inteligencia; uno queda supeditado a la genialidad (¿para el mal?) de esa mujer.
Porque aunque Emma pueda parecer un personaje pretencioso, en el sentido de que tiene una capacidad, muchas veces, superior al resto de los hombres, la novela no lo es, ya que, está narrada de forma ágil y agradable de leer, y no intenta, como otros libros recientes de la narrativa latinoamericana, pretender ser reflexiva en exceso o llena de referencias que no aportan nada a la historia. Ese es uno de los puntos fuertes de la novela: construye un personaje central que no pertenece al ámbito académico, universitario, o artístico, sino que, más bien, puede ser alguien común. Emma tiene distintos nombres, no solo para proteger su identidad, sino como una manera inconsciente de mostrar que cualquiera tiene el potencial de lograr lo que ella pudo. Marcando las distancias, es lo que sucede con Breaking Bad y su protagonista Walter White: un ciudadano promedio que logra transformarse en un notable criminal.
El baile de Madame Kalalu combina el humor con algunos rasgos de la novela negra. Quizá por ello logra ser dinámica. También, cabe destacar, que el personaje de Emma puede resultar, muchas veces, exageradamente hábil para todo; una suerte de hija latinoamericana de Sherlock Holmes. Emma sale prácticamente indemne de los peligros a los que se enfrenta. Si le buscamos una suerte de antecedente, sería Tintin, aquel periodista/detective de historieta quien también parecía salir bien de los peligros a los que se enfrentaba.
En casi todo, Emma ha triunfado, excepto en el amor. Esa es la joya que no ha podido hurtar para su beneficio. Emma tiene la habilidad de identificar no solo cuáles obras de artes son falsificaciones, sino también qué falsedades esconden los hombres.
Emma cree ser capaz de conocer a cualquier persona partir de la manera en que baila. Sea que comparta con alguien una pieza de salsa, o sea que en su imaginación construya cómo sería un baile con algún hombre, Emma puede describir sus personalidades a partir de cómo mueven sus cuerpos al ritmo de la música. «Con los hombres no hay que tener suerte: hay que tener agudeza para adivinarlos mientras bailan».
El baile de Madame Kalalu se presenta como una novela que puede gustar al público de cualquier país, en especial a los nuestros de habla hispana, pues introduce una suerte de versión femenina, triunfadora y contemporánea del pícaro latinoamericano. Una pícara envuelta en una novela negra. Una pícara que puede usar su cuerpo para bailar una canción de salsa, o para bailarle las joyas a cualquiera.
El baile de Madame Kalalú
Juan Carlos Méndez Guédez
Siruela, 2016
189 p. — Ref. $20.000