Revisamos canción por canción los 121 minutos del debut en Chile de Stevie Wonder.
21:21. Afuera Santiago se enfría como esos días inverosímiles del verano. Adentro se apagan las luces y crece el murmullo de un Arena lleno de sillas negras. Al frente quince músicos aparecen al ritmo de “How sweet it is”.
El baterista Stanley Randolph estira el pulso de la canción de Marvin Gaye, mientras la banda toma posiciones y en algún momento Stevie Wonder aparece caminando con un keytar AX-Synth Roland colgado al hombro, de zapatillas y lentes de marco naranjas. Diez once doce minutos para enganchar al público con la entrada que ya mostró, por ejemplo, en Rock in Rio 2011, desde que echa mano a los clásicos del Motown Sound y a su tridente discográfico más importante: Talking book (1972), Innervisions (1973) y Hotter than July (1980), en desmedro del Fulfillingness’ First Finale (1974) y el impecable Songs in the key of life (1976), todos de su período de mayor actividad en la década de los 70’s bajo el alero de Motown.
En “Master blaster (jammin’)” y “As if you read my mind” —las canciones que siguen inmediatamente— el ambiente toma el entusiasmo propio de un público que promedia los cuarenta. Sillas calientes, aplauso tibio. Las pantallas se quedan con la coreografía de las tres coristas, sobre todo de la voluptuosa La Nesha Baca, mientras en escena uno de los percusionistas se roba la película. Es Darryl “Munyungo” Jackson, que empezó como pianista clásico hasta desordenar las formaciones de gente como Miles Davis o Willie Bobo. Del otro lado, su colega Fausto Cuevas III lo mira a los ojos con las baquetas golpeando un bosque de cencerros y jam blocks. Es impresionante la masa de este sonido tribal. Delante de ellos, Wonder hace invisibles sus dedos sobre un Yamaha MOTIF XS8 pero ahora viene “Higher ground” y se pasa —un teclado más arriba— al Hohner Clavinet D6. “Higher ground” es probablemente el tema que más inspiró a la generación de bandas que bebieron del soul actualizado de Motown y la traducción de Stevie al rock-funk para masas: Red Hot Chili Peppers, antes de alcanzar su norte musical con Blood sugar sex magic (1991), fueron de los primeros en tributarlo en el Mother’s milk (1989).
21:46. Stevie Wonder interviene harto durante el concierto. Se distiende, bromea, tiene ese “ángel” tan bien retratado en el mundo del pilarsordismo. En algún momento recuerda a Michael Jackson con uno de los temas que adoptó para su propio repertorio en vivo: una altísima versión de “The way you make me feel” casi imposible de cantar. Le dedica “Keep our love alive” al fallecido Nelson Mandela. Saluda a Obama y juguetea durante varios pasajes con la palabra “Chile”. Aunque esto no es Detroit y ya han pasado treinta o cuarenta años desde la aparición de sus mejores discos, el virtuosismo y la voz de Stevie —¡a los 63!— marcan la pauta.
Al igual que en sus primeras apariciones en televisión, sacude su cabeza de lado a lado. Se acomoda los lentes oscuros y al segundo está encima del teclado. Aleja la boca del micrófono para cortar su voz suavemente como un fade-out.
Por ningún motivo es la sombra de su propia leyenda, como pasó con Dylan o el lamentable concierto de Chuck Berry: Stevie Wonder le saca brillo a sus 22 premios Grammy, a su genio musical y a sus incansables apariciones musicales en el cine (desde The woman in red a Silver linings playbook, pasando por Almost famous), colándose en muchas historias de vida.
Ahora las luces se mueven menos y desaparecen algunos músicos. Se abre la sección de sus baladas somníferas. El concierto baja, pero la voz de Stevie sube y emociona con “Overjoyed”, una sentida “Lately” y lo mejor de Innervisions: “Golden lady” —a dúo con su corista Keith John—, “Don’t you worry ‘bout a thing” y “Living for the city”. Entre medio, a la hora de concierto, mastica una raíz de jengibre para aclarar su voz. Parece un elegido entre miles haciendo unos iluminados ejercicios para la garganta. Probablemente los ocho mil asistentes nunca oiremos algo parecido: esa claridad y potencia que hacen ver al resto de cantantes, a todas las voces que hemos escuchado, como un promedio plano, sin talento y aficionado.
22:32. Siguen “You are the sunshine of my life”, un cóver de Nat King Cole con solo de armónica, adelantando la navidad, y “For once in my life” pegada a un trozo de su temprano single “Yester-me, yester-you, yesterday”. «Si no se saben la letra, sólo canten» dijo antes de “Mon cherie amour”, una de las más coreadas junto con “I just called to say I love you”.
22:57. Stevie Wonder llama a su hija Aisha Morris que es una de las tres coristas de la banda para hacer “Isn’t she lovely”, el tema que le escribió al nacer. Vienen “Signed, sealed, delivered” y la primera parte de su caballo de batalla “Superstition”. Probablemente nadie lo notó pero como apenas sonó el Clavinet —el teclado que hace característica a esta canción— durante el comienzo, Wonder se apoyó en sus vientos —el saxofón de Ryan Kilgore y la trompeta de Dwight Adams— para salirse de libreto y hacer “Sir Duke”. «No podemos irnos sin tocar esta».
Tiene tanto material de donde echar mano que no está de más extrañar temas como “Bird of beauty”, “I wish” o “Do I do”. Son las 23:22 y mientras cierra este debut en Chile con una versión extendida de “Superstition”, Stevie Wonder presenta a su banda y deja el sabor de hacernos parte de una historia musical de más de medio siglo. De la actividad incansable y completamente vigente de un dinosaurio de la música. Probablemente haya sido el mejor concierto de los últimos años en Santiago.
Setlist:
How Sweet It Is (To Be Loved by You)
Master Blaster (Jammin’)
As If You Read My Mind
Higher Ground
The Way You Make Me Feel
Keep Our Love Alive
Overjoyed
Lately
Golden Lady
Don’t You Worry ’bout a Thing
Living for the City
You Are the Sunshine of My Life
The Christmas Song
For Once in My Life / Yester-Me, Yester-You, Yesterday
My Cherie Amour
I Just Called to Say I Love You
Isn’t She Lovely
Signed, Sealed, Delivered (I’m Yours)
Superstition / Sir Duke
Superstition