De sus lecturas, su obra y Kramp, su nueva novela, conversamos con la escritora chilena.
Los personajes de Kramp, la primera novela de María José Ferrada, no tienen nombre. D, M, E o S circulan por sus páginas marcados solo por sus iniciales. Se trata de una historia engañosamente simple en la que una niña (M) acompaña a su padre (D), vendedor viajero, a hacer su trabajo. Una niña sola, acompañando a un hombre también solo, aunque conformando una suerte de constelación familiar: otros vendedores que, como él, intentan vender sus productos (y, dice la narradora: «Éramos colonos y queríamos convertir a los salvajes a la religión de los productos Kramp, de los lápices Parker, la colonia inglesa o los plásticos chinos, según el caso». Se trata de una novela de desapariciones, de cosas que se pierden: una madre ausente («No porque saliera mucho de la casa, sino porque una parte de ella había abandonado su cuerpo y se resistía a volver»), una niña que pierde su inocencia, un oficio que se va esfumando con la llegada de otras formas de compra y venta. Desapariciones que coexisten junto a las de los cuerpos, a los fantasmas de un momento histórico que, aunque distante, impregna de todas formas estas vidas.
Ferrada es conocida por sus libros infantiles. Aunque tal vez deberíamos decir por sus exploraciones en el mundo de la infancia, algo que continúa en esta novela. Desde libros bellísimamente ilustrados en los que se explica el mecanismo de las cosas (como Escondido), libros con pictogramas que tratan sobre el autismo (próximo a ser publicado en Japón) al conmovedor y galardonado Niños en el cual la autora escribe un breve texto, conjura un momento de infancia, para traer a la memoria los niños muertos y desaparecidos en dictadura.
María José se entusiasma y sonríe mientras habla de las experiencias personales que recrea en Kramp. Si bien no se trata de una historia autobiográfica, los elementos de su vida tienen allí raíces hondas. No cree que la literatura infantil tenga un rol social. Está convencida de que, lo que importa es compartir aquello que nos conmueve. Tiene el ojo atento a lo cotidiano y lo pequeño. En Escondido, por ejemplo, comenta que «Dentro de la sopa hay un mar/ por el que navegan las papas/ en forma de barco» para terminar con «Yo me pregunto porqué no salen en los mapas/esos mares./ Por qué nadie hizo nunca el mapa de la sopa».
De sus lecturas, su obra y Kramp, su nueva novela, conversamos con María José Ferrada.
—¿Cuál era tu libro favorito de niña? O ¿cuál fue el primero que te causó mucha impresión?
—Tuve dos: Las zapatillas rojas de Hans Christian Andersen. Tenía una versión con ilustraciones en acuarela que aún recuerdo perfecto. Me debe haber impresionado por la crudeza: una niña que no puede dejar de bailar, a la que terminan por cortarle las piernas para que pueda quitarse las zapatillas que tanto la obsesionaban. También había otros a los que recuerdo que volvía: La fiesta de las flores, El amigo fiel, Juan sin miedo.
—¿Hay libros a los que vuelvas siempre? ¿Cuáles son?
—Los que te nombraba: Sapo y Sepo de Arnold Lobel; los Cuentos por teléfono de Gianni Rodari, podría agregar los de Bruno Munari y los de Leo Lionni. Todos setenteros, que creían que la literatura infantil podía ser también literatura.
—¿Cuál es el mejor libro que te han regalado?
—Uno que me regalé yo: El dios de las pequeñas cosas de Arundhati Roy, que también es uno de los que vuelvo a leer cada cierto tiempo. También una antología de Gianni Rodari.
—¿Cuál fue el último libro que te hizo llorar? ¿Reír?
—Llorar: Últimos testigos de Svetlana Alexiévich. Reír: La habitación de Jonas Karlsson.
—¿Qué libro, de cualquier autor y época, te gustaría haber escrito? ¿Por qué?
—La condición humana de William Saroyan, porque retrata un drama tremendo sin que los personajes sean efectistas. El autor parece tener una conciencia de que el ser humano es finalmente algo muy pequeño, hasta ridículo en esa pequeñez y entonces hace que sus personajes se tomen esto con dignidad, humor, ternura.
—¿Cuál es el peor error que comete la gente cuando quiere comprarle libros a sus hijos? ¿Cuando intenta motivarlos a leer?
—Imponerles la lectura. Creo que debe ser un juego más, no algo que se instala a la fuerza, porque todos sabemos que hasta el niño más pasivo escapará de eso.
—¿Cuál crees que es la mayor diferencia entre un lector niño y un lector adulto?
—Que el adulto puede escoger los libros que lee. En el caso del niño hay un padre, un profesor, un librero y una lista bien grande.
—Haces clases en un diplomado de literatura infantil y juvenil, ¿cómo crees que ha influido tu labor docente en tu escritura? ¿Hay alguna retroalimentación ahí?
—La verdad es que cuesta un poco, te encuentras con mucha técnica, pero poca sensibilidad. No todo consiste en mirar libros, tienes que abrir la cabeza un poco más, cuando hablas con alguien escucharlo un poquito, cuando vas por la calle, lo mismo, mirar, leer algo de noticias, interesarte un poco en el mundo en el que estás parado. Si no tiene ese interés, el libro, los dibujos y el texto van a quedar vacíos y no en el buen sentido de esa palabra.
—Has escrito sobre niños muertos y desparecidos en dictadura, has escrito sobre el autismo . ¿Cuáles crees que son los temas que falta visibilizar en la literatura, infantil y en general, en Chile?
—No creo que la literatura infantil tenga la obligación de visibilizar temas. Sí creo que si un tema me conmueve puedo hablar de él en mis libros ya que ese es material con el que me comunico. Eso sintonizará o no con la sensibilidad de otro. Pero no se trata de un rol social, no creo en eso.
—¿Cómo sientes que ha sido recibida tu obra, acá y en el extranjero? ¿Hay alguna reacción que te haya sorprendido/llamado la atención?
—Me han recibido muy bien y lo agradezco siempre. La reacción que más impresiona es la de los niños que si se conmueven con tu trabajo van y te dicen: «oye, te quiero mucho».
—Es una pregunta muy fome y obvia, pero quiero hacerla igual: ¿qué te motivó a escribir esta novela? ¿Por qué pasar a una novela «para adultos»?
—No es fome (se ríe). Lo que pasa es que los protagonistas de Kramp, los vendedores viajeros, son políticamente muy incorrectos. Iba a ser difícil que la quisiera un editor infantil.
—¿Cuál fue el mayor desafío y lo más entretenido de escribir esta novela?
—Me costó mucho dar con el narrador. Probé con tres distintos. También había un tema de extensión. Yo estoy acostumbrada a escribir para niños, cortito y esta vez tenía que sostener una historia más larga. Lo más entretenido es que es una historia que hace mucho tiempo quería contar, era algo pendiente y cuando la terminé pensé: ufff por fin.
—Veo una continuidad entre esta novela y el resto de tu obra. Sobre todo en un intento de explicar el mundo, de tratar de clasificarlo, de mostrar sus engranajes, a la vez que de mostrar una infancia que no está a salvo de la violencia política, un espacio muy vulnerable. ¿Cómo crees que se inserta Kramp dentro de tu producción, de tu poética?
—Yo no la separo de mis libros infantiles. Finalmente en todos hay un intento de entender cómo funciona esto, por qué las cosas se mueven como se mueven. Y eso puedes preguntártelo mirando el paraguas (como en el caso de El lenguaje de las cosas) o mirando la luna (en el caso de Kramp). Creo que es una pregunta que no se agota y que nos acompaña durante toda la vida. Nunca logramos contestarla, los fanáticos lo logran tal vez, pero la mayoría no, y es un interrogante que nos persigue. Y respecto a lo de la infancia que no está a salvo de la violencia, creo que más bien ninguna vida está libre de la violencia, en sociedades como la nuestra, tampoco los niños y eso es especialmente triste. Porque violencia no es solo que te peguen o te disparen, tener una mala educación, un mal sistema de salud para mí son formas de violencia.
—¿Por qué los nombres de los personajes son letras?
—Eso es algo muy práctico. Construí los personajes pensando en personas reales, y poner su inicial es una especie de broma para ellos. Tampoco podía poner nombre y apellido, porque tal vez no querían salir en una novela. No les pregunté. Ahora que la lean voy a saber. En Kramp hay un paisaje que es real, personas que son reales, lo que está ficcionado son las relaciones que se establecen entre ellos y que ellos establecen con su tiempo.
—Algo que me gustó muchísimo de tu novela es la importancia que tienen los objetos para configurar este mundo: desde los productos Kramp a los zapatos, los objetos que va ganando M, etc. De alguna forma los personajes humanos conviven con un mundo de objetos en el que todo parece tener un mismo peso y eso es fascinante. Creo que eso también tiene una conexión con el universo infantil, en el que los objetos pueden tener propiedades mágicas o ser considerados mágicos (algo que luego en el mundo adulto se pierde un poco). El mismo título es la marca de los objetos y no, por ejemplo, el de uno de los personajes. ¿Hay alguna intención especial detrás de esto?
—El tema de los objetos, la explicación animista del mundo, es algo que me interesa mucho. Es algo primitivo y a la vez, de una ternura infinita. Desde el abuelo que habla a la foto de la abuela hasta la niña que no se separa de su peluche y lo cuida, le habla, le explica cosas. Creo que hay algo de nosotros que queda en los objetos: la taza que usamos cada día, nuestra bufanda, nuestro lápiz, creo que son una compañía amable que pasamos por alto y que otra culturas valoran. En Japón cuando las muñecas se rompen se llevan al templo, no a la basura. Porque no puedes botar a la basura ese objeto que despertó en ti los primeros instintos de protección. Nosotros estamos desconectados de eso, nos sentimos demasiado inteligentes para ese tipo de ritos, y eso nos vuelve seres un poco fríos, sombríos. En ese sentido creo que los niños nos llevan ventajas, son más relajados en su relación con el mundo.
[Busco en Kramp una reflexión de la narradora: «Ya en los primeros viajes pude observar que los objetos, creados para los fines más diversos, establecían en las tiendas de los pueblos una especia de hermandad. Desde ese tiempo me viene la costumbre de buscar en las vitrinas objetos sin relación aparente y pensar que, si la encuentro, tendré un día de suerte (un lápiz de madera estaba conectado con una manilla de metal, porque la manilla, algún día, sería puesta en una puerta. Una puerta de madera. Lápiz-madera, madera-puerta. Suerte.»]
—Tu libro es muy breve y juega, me parece, con la idea del fragmento, de la miniatura, de lo pequeño. En mi cabeza Kramp funciona como un juego de tablero. ¿Esta brevedad fue una decisión consciente (tal vez para trabajar más el lenguaje) o bien fue lo que te fue dictando esta historia a medida que la escribías?
—No sé si fue consciente. Lo que sí tenía claro es que quería que fuera una historia simple, en ese sentido traté de que sobrara lo menos posible. Y eso tiene que ver con el mundo que retrata. Mis personajes son concretos, observan la trascendencia desde una ferretería. Eso me dictó de alguna manera la forma en la que tenía que contar la historia. Y sí, me interesa esa historia pequeña que mencionas, más que la gran historia. Cómo esta última va golpeando a la historia pequeña. Me fijo más en los personajes secundarios de la película.
—¿Hay libros (o películas, o canciones) que te hayan estado sobrevolando mientras escribías Kramp?
—Luna de papel, una película de fines de los setenta, que también se trata de una hija y su padre vendedor. Luego 2001 Odisea del espacio, El chico de Charles Chaplin, Matar a un ruiseñor, El globo rojo, un documental cortito que se llama Nostalgia del Farstwest. Pura nostalgia…
—¿Cómo te gustaría que se leyera esta novela? ¿En qué te gustaría que se fijaran tus lectores?
—Yo quisiera que pasaran un buen rato leyéndola. Que sea como las historias de esas películas que daban en la tarde cuando uno era chico. Me acuerdo que las veía y me olvidaba del mundo. Después me iba a jugar y a seguir con mi día. Eso me gustaría haber logrado con esta novela, haber contado una historia de esas. Si lo logré o no, eso no lo puedo saber, yo estoy muy cerca.
—Si tu libro se leyera en los colegios, no sé, en tercero o cuarto medio…¿qué pregunta o preguntas te gustaría que contestaran en la prueba?
—Eso es difícil. Creo que les preguntaría si conocen un oficio y qué creen que pasará con ese oficio en 500 años más. Les preguntaría qué piensan de las cosas que van a desaparecer.
—Por último, ¿en qué estás trabajando ahora? ¿Cuáles son tus próximos proyectos?
—Estoy trabajando en mis próximos libros infantiles, específicamente en uno sobre los niños exiliados a México durante la guerra civil española. También en unos diálogos de animales y en otra novela que va como en la tercera página.
En El baile diminuto, uno de los libros ilustrados de María José Ferrada, distintos insectos se preparan para bailar. Al final, se encuentra la siguiente postdata: «A los animales diminutos se les puede encontrar/en orillas de ventanas,/fondos de jarrones,/nidos de zorzal,/ramas de níspero, raíces de árbol.// Solo hay que seguir ese zumbido/que se cuela por las rendijas del mundo.//Seguir ese zumbido/y mirar atentamente».
Kramp es una novela hermosa que sigue «ese zumbido que se cuela por las rendijas del mundo», con una narradora siempre atenta a esos tornillos que vamos perdiendo y que hace que la realidad se tambalee a ratos. Aunque, en palabras de la propia M: «Siempre es un día muy largo».