El poeta escribe un elogio de El estilo de mis matemáticas, el último poemario de Redolés.
La poesía de Mauricio Redolés (Lumen poesía) me emociona e ilumina. No es, aparentemente, el tipo de poesía a la que he dado preferencia en mis lecturas. Yo vengo de la escuela de los viejos carcamales de la tradición española: Góngora, Quevedo, San Juan de la Cruz. Y sus sucesores recientes: Óscar Hahn, Armando Uribe y Alberto Rubio, mi abuelo. Eso Redolés lo sabe. Lo que no sabe probablemente es mi veneración por poetas que, en apariencia, escapan a esas poéticas más clásicas: Nicanor Parra, Juan Luis Martínez, Diego Maquieira, Paulo de Jolly y, por sobre todo, Rodrigo Lira, a quien admiro y quiero. La poesía de Redolés circula por esa zona o esa brecha que se abre entre las voces de Parra y Lira, con personalidad propia, en ese mismo camino de recuperación del habla, la oralidad y el lenguaje de la conversación. En el mismo sendero del delirio libre, y el juego, dirigido al conocimiento sistemático de ciertas zonas inexploradas del lenguaje. Su condición de juglar moderno, de actual cronista de la vida social chilena de los últimos treinta años, por lo menos, me hace vincularlo a aquellos descendientes lejanos de los juglares medievales, los músicos de hip hop, quienes se relacionan formal y temáticamente con el viejo arte de la juglaría: tanto por su métrica, largas tiradas de versos irregulares monorrimos, como por sus contenidos: la contingencia política, histórica y social de sus respectivas épocas. Resulta evidente también la filiación de Redolés con el rock, el jazz y el punk. El rock y el punk por su actitud contracultural, y el jazz por su tendencia a la improvisación, al tanteo, a la experimentación colectiva.
El estilo de mis matemáticas es un libro político, no en el sentido partidista ni panfletario, al modo de Incitación al Nixonicidio y alabanza de la revolución chilena de Pablo Neruda, libro necesario históricamente pero fallido en su composición. Gran error: había que matar a Nixon, no a la poesía. El estilo de mis matemáticas, en cambio, es un libro político en el sentido en que toda buena poesía lo es, en la medida en que desarma o desmonta las construcciones ideológicas de los discursos dominantes, que pretenden manipular tendenciosamente las conciencias, humanas, entendiendo ideología en su sentido marxista: ese conjunto de errores del pensamiento encriptados en el lenguaje, socialmente condicionados y destinados a la hegemonía de una clase social sobre otra. Redolés lo logra, a través de una manipulación lúdica y crítica del lenguaje, hecha de recursos propios de la poesía como palabra cargada al máximo de sentido. A través de parodias, juegos de palabras, paronomasias, retruécanos y, en fin, esas pueriles construcciones verbales que menciona el propio Redolés al final de este libro, el autor delata, desenmascara la ideología de los discursos que circulan en la sociedad, creando un lenguaje que destaca por su inocencia y pureza. Me hace pensar en el lenguaje de los niños, esos poetas en estado salvaje o natural, lenguaje que conozco de primera fuente:
“Ni tus iras, ni tus eros, ni tus oros, ni tus aros/ ni tus rezos, ni tus roces, ni tus rizos, ni tus risas/ ni tus ciclos, ni tus sigilos/ ni tus sismos, ni tus cismas” (Verde susurro pa Georgina).
Niños como Góngora, como San Juan de la Cruz, como Quevedo, comparten con Redolés lo lúdico como forma de creación de nuevas posibilidades de expresión. Pienso sobre todo en los poemas satíricos y conceptistas de Quevedo, en los que fustiga los vicios del Imperio español, como el célebre “Poderoso caballero es don dinero” y en la poesía más festiva de Góngora, donde el juego tiene una presencia protagónica. Creo reconocer de hecho abundantes giros conceptistas en la poesía de Redolés, quien se remonta a la poesía de los juglares, retoma la posta satírica de Quevedo, y se proyecta hasta la antipoesía de Parra, que bebe de las mismas fuentes, sumada a la influencia de la poesía popular, donde la improvisación y la creación colectiva son fundamentales. Desde cierta perspectiva, se podría hablar de la poesía de Redolés como una cruza entre el arte de la juglaría, el conceptismo, la poesía popular y el rock.
La poesía de Redolés me emociona como una niña persiguiendo palomas en la plaza, inútilmente, o como la canción “La Nelly y el Nelson” de Payo Grondona o como Marilyn Monroe cantando el Happy Birthday al presidente de Estados Unidos, JF Kennedy. Su relación directa con la vida, como una manifestación colectiva, hecha de muchas voces, me hace pensar en una feria de barrio un día domingo, esa zona de creación colectiva donde el juego y la necesidad se anudan estrecha y gozosamente. Pienso también en los estadios, donde este aspecto lúdico del lenguaje resalta vivamente. Proliferan en ellos ingeniosas construcciones verbales nacidas de la necesidad de expresar una emoción que desborda el lenguaje convencional. Esa emoción desbordante y exultante no debe diferenciarse mucho del sentimiento místico. Los estadios son los templos del proletariado. Cada gol es un rezo a un dios de nadie. Me imagino el poema como un estadio, como una feria, como una calle concurrida, como el registro de una animada conversación entre los hombres y las cosas.
Redolés tiene un notable poema que aparentemente relata un partido de futbol en el estadio. Se trata de “La persecución del poema y la poesía según mi padre conmigo jugando futbol”, un poema que no oculta del todo su sentido político, testimonial: “Vaya sobre él, vaya vaya vaya vaya/ no le crea/ no le crea/ está solo/ no le crea/ no se deje engañar/ Retroceda ahora/ vaya con él señor/ vaya con él Señor/ retroceda ahora”.
Hablar de poesía política es una redundancia. Redolés parece saber muy bien que escribir poesía ya es un acto político en la medida en que contradice, en la práctica, el individualismo como principio rector de las producciones humanas. Los buenos poemas no tienen autor. La autoría es un acto colaborativo entre el autor y la tradición, que es un depósito de saberes colectivos. El lenguaje mismo –el material con el que trabaja el poeta– es un producto social, hecho de múltiples voces y ecos, donde escribir sobre el yo implica inevitablemente dar cuenta de un nosotros. El poema es una orquesta, de la que el poeta es sólo el director, no el propietario. En el ámbito de las producciones culturales, la propiedad es un robo.
El poema “Susurro al viento” muestra ese carácter colectivo de la voz que escribe o habla, de un modo categórico: “Yo me llamé Alejandro me llamé Javiera, me llamé manuela yo me llamé Cecilia, me llamé rosario, me llamé Gustavo caro me llamé Diego Angulo, Mauricio lagos salinas”. “Susurro al viento” es un poema mayor, uno de los puntos más altos de este libro, un poema literalmente conmovedor. “Viví años en el lado oscuro de la ciudad/ perdóname por haberme ido a mi montaña sola sin ti/ viví años en el lado errado”. “Y escuché un grito esplendoroso/ era un bello grito animal que iluminaba la noche y la transformaba en día”. O el poema “Descabezado grande”, otro gol de media cancha: “Hubo un tiempo en que una palabra revelaba la verdad/ fuimos felices porque nos sobraban las palabras/ hoy hemos vuelto a la orfandad del silencio/ y no tenemos palabras ni siquiera/ para agradecerle al cielo este vacío”. En el poema “Épocas”, por su parte, el sustrato colectivo es claro: se transcribe el discurso de una pobladora de los años setenta en el Chile dictatorial, un discurso que no deja de conmover con su dulce crudeza innecesaria.
La poesía de Redolés expone, a menudo, su propia poética, su propio estar poetizando, a la manera de Enrique Lihn y Rodrigo Lira, en cuyas obras también se concibe el poema como un hacer colectivo, si pensamos en El paseo Ahumada de Lihn o en gran parte de los poemas del Proyecto de obras completas de Lira.
En el poema “No importa”, por ejemplo, los versos “Hay viejos culiados que no creen que un poema se pueda decir viejo culiado… / Escribamos poemas llenos de groserías y metámonos el espíritu al bolsillo perro”, enuncian una poética, de la que en parte hemos dado cuenta en esta presentación. Primeramente, se defiende el uso de un lenguaje que no se diferencie del habla real de la comunidad, con sus invenciones verbales, sus garabatos, sus juegos de palabras, su potencialidad creativa. Y en segundo lugar, reivindican la preeminencia de la materia por sobre el espíritu en la producción poética, con todas las habidas consecuencias del caso. Una de ellas, la poesía como trabajo, como oficio, como producción, no en serie, sino en serio, y la conciencia de que se trabaja sobre un material concreto, el lenguaje, y no directamente sobre sentimientos o ideas.
El poema “Bello barrio” también expone una poética. Se trata de un texto notable en su rememoración de un espacio utópico, donde asoma una verdadera nostalgia del futuro, valga la paradoja. “Acá el futuro se vive en su pasado”, notable verso que convertido en endecasílabo, podría envidiarlo el mismísimo Quevedo: “El futuro se vive en su pasado”. “Bello barrio” es muchas cosas a la vez: un manifiesto, una proclama vital y poética y el testimonio de una utopía social, pero por sobre todo un gran poema: “Aquí nadie discrimina a los negros porque todos somos negros, aquí nadie discrimina a los comunistas porque todos somos comunistas”, a lo que yo agregaría “Aquí nadie discrimina a los discriminadores porque todos somos discriminadores”.
Palabras finales:
Parafraseando a Huidobro, el pequeñísimo dios:
Que el verso sea como una pelota de fútbol que meta mil goles en la cancha. Que el verso sea como una ganzúa para entrar de noche al departamento de la vecina. Que el verso sea como una bicicleta para pasear por los potreros de la tradición, alegremente. Que el verso sea como un mecano para construir mil cohetes, y viajar por el cielo de los pájaros. El poeta es un pequeño constructor, Redolés. Y eso eres tú, a tu manera, con tu humildad nobiliaria, un constructor de sueños y ventanas, un albañil de nubes y organillos. Y tu poesía, sincera y honesta, está aquí para mostrarnos una visión lúdica y lúcida de la vida. Ahí está el estar de tus poemas, el estilo de tus matemáticas, tu mester de juglaría, tu generosidad como la miel de mil abejas, tu compromiso con la vida y tu vital descompromiso con el poder. Gracias por eso y por tu poesía que sale dando gritos, tu corazón donde seguirá creciendo el pasto, bajo el vuelo de los pájaros cantautores, hasta el día en que los bisnietos de nuestros bisnietos vean con sus propios ojos lo que nosotros soñamos para ellos: una sociedad justa e igualitaria donde nadie discrimine a los poetas porque todos serán poetas; donde nadie discrimine a los sonetistas porque todos serán sonetistas, donde nadie discrimine a los niños porque todos serán niños, donde nadie discrimine a los pájaros porque todos serán pájaros, donde nadie discrimine a los muertos porque todos estarán muertos.
Con cariño y admiración sincera.