En Un puñado de anécdotas el escritor alemán entrega una suerte de memorias fragmentarias sobre su infancia y juventud en una Alemania que pasa del crac de 1929 a la República de Weimar, la Segunda Guerra Mundial y la posguerra.
Por Knut Cordsen. Traducción: Patricio Tapia
Siempre se debe desconfiar de los recuerdos de la vida, dice Hans Magnus Enzensberger: “Las memorias siempre mienten. Miras hacia atrás y a veces recuerdas cosas que ni siquiera sucedieron. En realidad, sabes muy poco sobre ti mismo”.
Los recuerdos siempre son sospechosos, según el hombre nonagenario, con demasiada frecuencia se basan en leyendas familiares que se solidifican al contarlas una y otra vez y se termina creyendo fatalmente que son ciertas.
Recogidos en forma de breves flashbacks, al principio de estos recuerdos de infancia y juventud, aparece una duda. Y en lugar de un texto de presentación, Enzensberger cita a la poeta Anna Ajmátova. Ella dijo a sus amigos: “Cualquier intento de componer recuerdos coherentes resultaría en una falsificación”.
Anécdotas y observaciones
Este libro fue originalmente sólo una publicación privada, una edición de 99 copias hecha para familiares y amigos. Es una suerte que ahora se la haga accesible a un amplio círculo de lectores, porque en retrospectiva, Enzensberger es tan agudo y caprichoso como siempre.
Otros autores pueden tener que asegurarse su propia importancia con la ayuda de gruesos mamotretos: Enzensberger se contenta con un puñado de anécdotas. En miniaturas de una o dos páginas, cuenta la historia de “M.”, quien creció como el mayor de cuatro hermanos, bien protegido y, desde temprana edad, muy curioso por este mundo. ¿Qué hace ese “vecino gordo” en Nuremberg en el jardín de su “residencia de piedra arenisca”?
“Los niños siempre se huelen lo que intentas ocultarles”, escribe Enzensberger. El “hombre gordo con el cogote grueso” que aparentemente se estaba divirtiendo con unas mujeres era el nazi Julius Streicher, editor del incendiario periódico antisemita Der Stürmer: “Después de la guerra, el Gauleiter fue colgado”.
Así concluye Enzensberger este breve recuerdo. No puede ser más lacónico.
Historia de una pequeña deserción
Este estilo ha caracterizado siempre al poeta Enzensberger, quien hace unos años describió en su poema “Nuremberg 1935” cómo veía el mundo a los seis años. Mientras el “pobre Günter Grass” seguía quejándose de su breve paso por la Waffen-SS en Pelando la cebolla, Enzensberger cuenta cómo, a los 13 años, supo evadir la “imposición” de intentar reclutarlo para la Waffen-SS.
Cuando estaba en el colegio, él fue asignado a una “División JH” (Juventudes Hitlerianas) en los últimos días de la guerra para “detener a las fuerzas armadas de los Estados Unidos de América” con la ayuda de pequeños cohetes portátiles conocidos como lanzagranadas. “M. no entendía esta misión”. Lo que sigue es “La historia de una pequeña deserción”, de la que él mismo sospecha, por lo que la termina así: “Esta historia sencilla, que ha contado más de una vez, probablemente haya sido embellecida y mejorada a lo largo de las décadas, de modo que el propio M. ya no sabe si ocurrió exactamente como él cree que ocurrió”.
Después de 1945 Enzensberger descubrió el mundo
Continúa en este tono sosegado: después de 1945, “después de la liberación, es decir, después de la derrota”, la voluntad incondicional de “salir” de las estrecheces de miras alemanas, del “Restauratorium” de Adenauer (según la denominación de Peter Rühmkorf).
Los primeros viajes a ciudades como Londres y París le dan al joven Enzensberger —que aprendió por sí mismo idiomas extranjeros con los diccionarios de Lilliput— una idea de lo que había permanecido oculto para él y sus compañeros de generación durante la dictadura. Esto explica el hambre insaciable del mundo y de la mundanidad de Enzensberger, su sprezzatura, que adquirió desde temprano.
Se encogió de hombros cuando reconoció que tuvo que escribir dos veces su tesis doctoral porque el director había perdido el único ejemplar de la disertación que había presentado: “no era una gran pérdida”.
Una cosa es cierta: uno no puede dejar de sentir la mayor admiración por esa actitud relajada ante la vida, contraria a toda fanfarronería, que se muestra en este “Opus Incertum”, esta mampostería irregular compuesta únicamente de recuerdos y piedras encontradas.
Artículo aparecido en Deutschlandfunk kultur (04-12-2018).