Morrissey en la televisión pública de Chile

Algunas de sus canciones tienen casi treinta años. Vienen de la década del ochenta. Y cuentan historias. Y vienen del odio, de la pena, de la soledad. Vienen de los libros y los discos que se devoran los adolescentes en secreto para dar sentido a sus vidas. Vienen de lo que se siente al habitar un pueblo de mierda, una ciudad de mierda, un país de mierda, una década de mierda. Porque Morrissey se parece a Dylan en eso. O a Leonard Cohen. No son elegantes. No son caballeros. Ellos son la medida de sí mismos.

Álvaro Bisama, “Morrissey en Santiago: Esta sí es mi casa”

De un tiempo a esta parte que el programa de Juan Manuel Astorga ha buscado un modo contundente de abordar los temas de nuestra vida pública. Anoche en El Informante, sin ir más lejos, se dio una particular defensa al diputado que salió del clóset por whatsappear mensajes sexuales en medio de una sesión del Congreso. Habría que escribir un ensayito sobre cómo ha evolucionado el asunto, con los parlamentarios que jugaban al solitario y los que miraron porno. No solo es contundente El Informante, decía al comienzo, también se ha transformado en ese programa que todo fanático de los debates pensó ver en su idioma: ágil, opinante y más o menos original. Un pequeño faro en medio de un canal en crisis. Por eso lo de anoche, cuando el propio Astorga presentó a Morrissey en la señal abierta, fue un gesto político y único, un pequeño momento de culto que pasará a la historia de nuestra televisión pública. Al final el propio Morrissey, como escribió Álvaro Bisama, es una versión rockabilly y perdida de alguien que viene tanto de la era victoriana como de las barricadas de los barrios obreros de los años de Margaret Thatcher. En lo musical fueron tres canciones grabadas previamente: “The bullfighter dies”, con la que abrió el espacio, y el doblete “Speedway” y “World peace is none of your business” al cierre. Bien por el programa. Es un gusto verlo bailar así.