Después de 21 años de silencio discográfico, anoche apareció “mbv”, el sucesor de “Loveless” de My Bloody Valentine. Acá las primeras impresiones de uno de los álbumes más esperados por la llamada “retromanía”.
Yo creo que no se puede escribir de un disco si uno no lo ha escuchado unas doscientas veces. Tenemos que haberlo escuchado en la micro, paseando con los MP3 puestos por la calle, en una fiesta en la que pinchamos música, en la soledad de la habitación, en el auto a todo chancho, curados, volados, haciendo la guagua, etc., etc.
Acabado el primer párrafo… a la chucha con eso. Quiero escribir ahora de mvb (2013), el “nuevo” disco de My Bloody Valentine. Lo he escuchado cuatro veces corridas y tengo algunas sensaciones más que apreciaciones.
Qué hace Lucho Gatica aquí
El mayor especialista chileno en música popular, Juan Pablo González, tiene una lectura interesantísima sobre la llegada de los cantantes a las casas (González 2000). De acuerdo con el académico, fue Bing Crosby —a inicios de los cincuenta— el primer cantante en darse cuenta de que con las tecnologías de la radio y especialmente de los micrófonos era posible que los intérpretes vocálicos exploraran otras maneras de vocalizar que no dependieran de los registros heredados de la ópera. González sostiene que Crosby tenía un estilo al que se puede llamar de “indiferencia natural” en que no se vanagloriaba de la tesitura, sino que era despreocupada y sin sobrecargos.
Fue en realidad “nuestro” Lucho Gatica el que llevó esta idea a su máxima expresión, basta escucharlo entonar “Bésame mucho” (a.k.a. “bésame Lucho”) para darse cuenta.
Lo que ocurrió después es que con el advenimiento de toda una serie de herramientas tecnológicas añadidas el asunto explotó, particularmente en los setentas, cuando la música pop se fue haciendo cada vez más un producto de estudio, donde destacan la “onda disco” (en sus versiones neoyorkina o de Miami) o el “Torrelaguna Sound” (Perales, Nino Bravo, Rocío Jurado).
Llegados a este punto es más o menos obvio que fueron los músicos indies de los ochentas los que exploraron las consecuencias de esta práctica hasta tensionar al máximo los recursos de los que se disponía. Y en esa línea, My Bloody Valentine fue claramente una de las bandas señeras, dentro de la tendencia que abrió Creation y su líder natural Alan McGee.
No se trata solo de “murallas de sonido”
La lectura canónica del aporte de Creation a la historia de la música pop insiste en que —a mi juicio— a partir del single Nº51 del sello, sus producciones le sacaron el máximo provecho al hallazgo de Phil Spector del “wall of sound” —que básicamente consistía en crear una composición con capas duplicadas y reverberadas particularmente de guitarras— al que bandas como Jesus & Mary Chain —en PsychoCandy— adicionaron distorsiones y otras características que actualizaron el recurso para los ochentas.
Sin embargo, en realidad no es solo eso. My Bloody Valentine, aparte de amurallar su sonido, lo hacía más complejo armónica, tímbrica y composicionalmente. En uno de los pocos papers sobre la banda (“Exploring modal subversions in alternative music”, McDonald 2000), el autor expone que una de las características sonoras fundamentales del rock alternativo es:
«La adición de la distorsión para el sonido de la guitarra, que es el resultado de la sobrecarga de la señal de la guitarra que va a través de un amplificador, tiene el profundo efecto de aumentar la complejidad armónica de la onda de sonido resultante. La distorsión aumenta significativamente la cantidad de parciales superiores audibles, creando un tono muy grueso. Como resultado de esta complejidad tímbrica, se hizo posible, e incluso deseable, para los guitarristas de rock duro simplificar sus sonoridades de acordes. Muchos guitarristas eliminaron así las terceras de sus acordes, dado el sonido de la apertura de la quinta a través de la distorsión» (McDonald 2000:356).
La consecuencia composicional de este fenómeno fue el retorno a las radios de modos musicales que estaban perdidos desde el triunfo de los mayores y los menores, particularmente por el uso de acordes disruptivos del modo principal del tema. Y, por ejemplo, en “Only Shallow” del Loveless (1991), eso es observable.
The Sound of Music
En su primer libro, Compendium Musicae de 1618, Rene Descartes construyó una teoría musical en que intentaba dar cuenta de las emociones que provoca la audición de piezas sonoras y defendía que las propiedades musicales de dichas piezas tenían por facultad gatillar sensaciones en quienes las escuchaban como se escucha.
Aquella idea fue la clave de toda la era del Barroco y acaba de ser resucitada o desempolvada hace algunos años por los teóricos Patrik Juslin y Daniel Vastfjall en un artículo para Behavioral and Brain Sciences (BBS) de marzo del 2008. Según ellos, la música no provoca sensaciones solo a través de la melodía o el ritmo, sino que también desde las cualidades acústicas de la misma.
Esta es la faceta donde el aporte a la audición de My Bloody Valentine es más fuerte, y lo que le acredita como una de las bandas más influyentes del último cuarto de siglo. Escuchar a My Bloody Valentine es una “experiencia” que llega a ser sinestésica: nos ocurren cosas en el cuerpo cuando lo hacemos.
Azul contra Rojo: nightmare-pop
Ya, no doy más la lata. ¿Qué onda mbv?
La sensación inicial es que constituye una bilogía con Loveless, marcado claramente por las carátulas roja (Loveless) y azul (mbv). En ese sentido parece un disco de los noventas que simplemente se demoró —como Ulises— un par de décadas en llegar a casa.
Pero si se presta más oído, hay algo que ha cambiado notoriamente del disco del ’91 a este: el tipo de rangos de experiencias que se activan. Mientras que, con todos los peros que ello pueda tener, el disco rojo era “happy”: melódico, dreampopero; este es oscuro. La canción que más me ha llamado la atención en esta línea es “Wonder 2” que, guardando las distancias, bien pareciera una canción de Tool o de Devin Townsend. Todo el disco parece un disco de Tool (una vez más, guardando las distancias).
La sensación que provocaba el antiguo My Bloody Valentine era, hasta cierto punto, placentera. La sensación que provoca el nuevo My Bloody Valentine es de displacer. La sinestesia que causa escuchar el LP es de angustia y sofocación y en ese sentido es una apuesta en extremo arriesgada que propulsa a la banda a los límites de lo “aceptable” en el pop, una suerte de mutación hacia los valores del post-rock.
En una época de dominio de lo que Simon Reynolds ha llamado la “retromanía”, este regreso de My Bloody Valentine parece ser solo en parte un ajuste de cuentas con el pasado. Ellos están, como de costumbre, haciendo otra cosa.
En este link puedes escuchar completo mbv de My Bloody Valentine.