Acaba de ser publicado por Das Kapital DO or DIY, la versión chilena de un ensayo colectivo de Craig Dworkin, Nick Thurston y Simon Morris, traducido y aumentado por Carlos Soto Román, poeta y estudioso de la poesía conceptual. En la primera parte se recopilan anécdotas de escritores que debieron publicar sus obras, y luego […]
Acaba de ser publicado por Das Kapital DO or DIY, la versión chilena de un ensayo colectivo de Craig Dworkin, Nick Thurston y Simon Morris, traducido y aumentado por Carlos Soto Román, poeta y estudioso de la poesía conceptual. En la primera parte se recopilan anécdotas de escritores que debieron publicar sus obras, y luego sigue una ardorosa defensa del «Hazlo tú mismo», donde se plantea que gracias a las nuevas plataformas ya no hay excusas para no distribuir el trabajo propio. El ensayo cierra así: «Después de ver lo que algunos de los más renombrados escritores han hecho por sí mismos, ahora tú debes mostrar lo que puedes hacer. Conéctate ‘online’; corta y pega; busca y destruye; comparte por partes iguales. Recuerda las enseñanzas de la historia de la literatura. No esperes que otros validen tus ideas. Hazlo tú mismo». Esta es la réplica de Felipe Cussen.
No me he conectado a Internet. Me he levantado y he ido a buscar un libro que me permitirá rebatir este manifiesto: Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas. Un oscuro personaje recopila las excusas de numerosos escritores que optaron por no escribir o no publicar. Juan Rulfo dice que se le murió el tío Celerino, que era el que le contaba las historias. Emilio Adolfo Westphalen simplemente alega que no está en disposición. Valéry, a través de su personaje Monsieur Teste, añade que «cuanto más se escribe, menos se piensa». Chamfort prefiere no publicar «porque el público me parece que posee el colmo del mal gusto y el afán por la denigración». La historia de esta gran familia del No, paradójicamente, ha sido escrita a partir de premisas similares a las de Dworkin, Morris, Thurston & Soto Román: cortando y pegando anécdotas ajenas, unidas apenas por un hilo de ficción. Se celebra el silencio haciendo hablar a otros.
Pienso también en Punto de fuga, de David Markson. Su narrador es aún más invisible, y se limita a apuntar cientos de referencias irrelevantes sobre diversos personajes históricos. Algunas de ellas son las opiniones de poetas sobre sus colegas: «No sólo deseoso de hablar de sí mismo, sino renuente a cambiar de tema de conversación. Dijo Thoreau de Whitman»; «El hombre tiene mala fama y sus poemas están entre los peores. Dijo Anatole France de Paul Verlaine»; «Todo poeta es un tonto. Lo cual no significa que todo tonto sea un poeta. Dijo Coleridge». Markson escribe como lo haría un buscador de Google, o también como cualquier adolescente que prepara un mixtape. Su talento es la capacidad de armar su propia secuencia, su propia sintaxis. Quizás lo único original a lo que se pueda aspirar es a descubrir una propia sintaxis.
Claudio Bertoni es uno de los pocos poetas chilenos que no necesita autoeditarse, porque sus libros sí se venden. Su labor muchas veces es mínima: transcribir lo que le habla a una grabadora, copiar versos en un cuaderno, traspasar esos versos a un libro sumándole apenas un comentario. Así ocurre en la sección final de Ni Yo, que termina con una frase de Enrique Lihn: «no sé qué mierda/ estoy haciendo aquí», a la que simplemente responde: «ni yo». La escritura puede ser una aventura, pero también puede ser un lugar en el que simplemente no tenemos idea qué hacer. Hoy no hay excusas para no escribir ni publicar, pero tampoco hay, como en toda la historia de la literatura, excusas para hacerlo. Siempre está la posibilidad de no hacer nada. No hagas nada. No lo hagas.