Sobre Las parejas hétero del siglo veinte, de Mario Verdugo.
«Yo encuentro que hay harto nuevo pero poco bueno, onda deslumbrante potente, radical, no mucho. Harto poemita cortito, simpaticón. Insisto en que faltan obras a la altura de la tradición latinoamericana, mucho gringueo», escribía el poeta Héctor Hernández en Facebook, a propósito de una dizque discusión sobre el estado de la crítica de poesía en Chile. ¿Son los poemas cortitos y simpaticones algo extemporáneo a la tradición poética latinoamericana? ¿Carece de riesgo y radicalidad un poema por ser cortito y simpaticón? Me parece que no. En el caso de la poesía de Verdugo, son esos poemas cortitos y simpaticones su gesto radical. Es, como anota Bruno Montané en el prólogo de Miss Poesías, el fósforo encendido en la sala de gas de la literatura.
Mario Verdugo, dicho sea de paso, tiene un libro que se llama Canciones Gringas.
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¿Dónde está la radicalidad en la poesía de Verdugo? Las claves —apuesto— están esparcidas en su obra a modo de pistas. A diferencia del que intenta consagrarse con un verso aislable, con el poema-souvenir-de-feria-veraniega, desde La novela terrígena hasta Las parejas hétero del siglo XX, recientemente publicado por La Liga de la Justicia, hay una continuidad. Una especie de trabajo en serie. Verdugo como una máquina fordista de producción de poemas. Esa cadena de ensamblaje, sin embargo, se encuentra calculadamente enloquecida. Una pieza de kraut rock con variaciones insospechadas. Verdugo practica el motorik de la escritura.
¿Por qué calculadamente enloquecida? Revisemos, a guisa de ejemplo, este poema de Miss Poesías (Alquimia, 2014): «Allá los que se largan a escribir poesía como esperecidos,/ a cualquier hora y en cualquier lugar;/ lo nuestro en cambio/ se endilga por un rumbo de continencia/ y de alternancia en el decir, con tiempo para la lírica/ pero también para las cuestiones del juego y el humor/ más o menos en la senda que abrieran/ autores como Tancredo Pinochet/ con su Autobiografía de un tonto, o el olvidado Pierre Faval/ con sus Memorias de un buey, o el mismo Jorge Coke Délano/ con su Botica de Turnio». Este poema, que Verdugo anota a modo de prosa, utilizando los slash para marcar el ritmo de los versos, como transcripciones de un poema original, nos hablan de la «alternancia en el decir, con tiempo para la lírica», con tiempo para «las cuestiones del juego y el humor». Un humor que este encadenamiento extraño produce como por un choque de partículas de galaxias distantes. Organismos artificiales marca ACME. Veamos estos poemas de La novela terrígena:
Teníanle menos miedo al capaz que
al zanjón, menos al zanjón que al retorno
ígneo de los drevlianos.
La misma noche lúgubre en que
abraham maslow les fue presentado, y
todo el chalet que habían construido se
desmoronó como pirámide orujo
No lograba pasarse más de cuatro días
sin estarse muriendo, el asesino de
camarógrafos, al que sus padres
bautizaron Modesto
La parte cuando se inscriben en el
gimnasio La Derrota, deseando dividirse
en miríadas de pequeños maslows
Pequeños maslows, el gimnasio La Derrota, el retorno ígneo de los drevlianos, ¿de qué demonios nos están hablando, el caso de que supongamos que estamos dialogando con el autor, estos poemas? Poemas cortitos y simpaticones, pero rarísimos, rarísimos como ese lenguaje torcido del Trilce de Vallejo –Sebastián Gómez Matus ya había arriesgado esta lectura en un artículo publicado en Jámpster hace un tiempo—. Hay que ser absolutamente vallejiano. Un vallejianismo, por cierto, que no trasunta ese dolor tan genuinamente adolorido, tormentoso, umbrío —¡hay golpes tan fuertes en la vida!— sino más bien en esas estructuras donde las repeticiones y los arcaísmos ponen a temblar las palabras. Enciende un mechero en la sala de gas de la poesía latinoamericana, tan radical según el poeta citado al comienzo. Solo para ilustrar, veamos un Vallejo:
II
Tiempo Tiempo.
Mediodía estancado entre relentes.
Bomba aturdida del cuartel achica
tiempo tiempo tiempo tiempo.
Era Era.
Gallos cancionan escarbando en vano.
Boca del claro día que conjuga
era era era era.
Y un Verdugo:
Desguazarnos,
compañeros,
eso trama: cuando vuelve en
hidroavión nos desmantela.
Bizancio,
ultranza,
voz de alerta,
en sus raptos de furor nos
desactiva.
Hay un puente, un puente raro, cortito y simpaticón, entre la «bomba aturdida del cuartel achica» y «Desguazarnos,/ compañeros,/ eso trama: cuando vuelve en / hidroavión nos desmantela». Es el lenguaje –hay poetas que parece que tienen pesadillas enunciando los problemas del lenguaje en vez de ponerlos en escena en el poema mismo— el que se enrarece, que se vuelve ligeramente opaco para no decir nada, para ensayar una nueva forma de ponerse en escena.
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¿Cuáles son las parejas hétero del siglo veinte? En esta última entrega, «micronovela fragmentaria», Verdugo aceita la cadena de ensamblaje para contar sin contar, una road movie que sucede en ninguna parte. Un viaje cuya carretera son todas las carreteras. En una parada, «Bajó a llenar sus bidones. / Había un pellejo aplastado / La berma obsequiaba la brisa de un Ford con un solo foco. // Llegó a comprar más bebida. / Había esqueletos de vaca. / Su frente secábase al paso / de un mack con el eje roto». Hay «camas del planeta solaris», «videoartistas del fin de siglo», «fanzines mancunianos», «acoplados de dos ejes», «gramíneas» y un «roadie desvestido». Verdugo, cercano al Rubén Jacob de The Boston Evening Transcript, Carlos Cociña y el Fidel Sepúlveda de Geografías, va ensayando variaciones, destruyendo la comodidad con la que nos enfrentamos habitualmente a un «libro de poemas», obligándonos, de pasada, a intentar destruirlo para entender su maquinaria.
Porque a ratos –y este es el gesto radical: el gesto desconcertante, ¿hasta cuándo vamos a seguir sintiéndonos cómodos leyendo poemas transparentes, como malas películas que nos entregan el sentido digerido y en bandeja?— estos poemas parecen escupidos por un bot programado con un corpus de palabras específico. Una caja negra con inputs y outputs alimentados por arcaísmos, referencias al cine y ciertas vertientes más under del pop –hidrogenesse, el slowcore, slowdive, etc.—, el enorme e inagotable diccionario de autores chilenos y toponimias varias. Dice el mismo Verdugo sobre estos engendros: «textos que se pueden ubicar junto a la poesía, que la comentan, que le hacen guiños o zancadillas, y que no por ello —creo, aunque no me importa tanto eso– dejan de ser poesía. Incluso se podría hablar en ocasiones de un costumbrismo poético o de una pragmática poética, en el sentido de las relaciones estereotipadas o peculiares que la poesía ha ido teniendo con sus usuarios, qué se hace con la poesía y qué le hace la poesía y la literatura en general a los que leen, escriben, publican, se engañan, se autoengañan, etc.»
¿Será que Mario Verdugo en realidad es ingeniero informático y toda su obra está escrita por un bot que él programó?
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Iba a escribir sobre Las parejas hétero del siglo veinte y terminé ensayando una forma de acercarse a una obra interesante por la perplejidad que produce. Frente a tanta solemnidad ridícula, disputas de poca monta por ocupar el lugar del poeta del momento, estos textos parapoéticos desestabilizan el lugar solemne de lo poético no tanto a través de lo retórico –«la poesía terminó conmigo», «los poetas bajaron del Olimpo», bla, bla, bla— sino a través de la forma misma de presentar la poesía. «Me interesa el modo en que algunas de esas obras buscan su lugar en la cultura: sin tanta ceremonia y sin propósitos de ocupar el centro o de salir a resolver tremendas ecuaciones en el pizarrón» decía Verdugo en una entrevista que le hice hace tres años. Poemas cortos y simpaticones. Canciones gringas, terrígenas, marcianas. Lírica de bots retrofuturistas. Coturno. Hilván. Cicuta. Hotetonte. Sinacura.