Crónica desde Conce: No somos delincuentes
Hace más de un año que Concepción se derrumbó en todos los planos posibles. Desde esa ciudad llega esta crónica llorada a punta de lacrimógenas, en medio de las protestas universitarias por las calles penquistas, en la movilización que busca democratizar la educación y descascarar la vergüenza de HidroAysén.
–¿Si no es ahora que son jóvenes, cuándo?– dice un profesor.
Reestructurar el sistema de becas y ayudas para proteger a los tres primeros quintiles, un pase escolar que –casi a modo de burla- llega a mitad de año, además de un sistema de selección que no ha sido revisado y adaptado a las competencias actuales de los estudiantes, parecen motivos de sobra para salir a marchar bajo el frío de Concepción.
El riesgo: terminar en el hospital con la potencial pérdida de un órgano por culpa de la mal empleada fuerza pública.
Escribo esto desde la capital penquista donde, aparte de lo señalado, llevamos más de un año esperando la prometida reconstrucción, con gente que aún duerme en mediaguas. Siguiendo con el terremoto, el puente mecano que fue instalado para atravesar el Río Biobío venía envuelto en una rarísima inversión que aún no se aclara. Por otra parte, a Coronel -una de las comunas más pobres del país- le quieren poner un TAG en la entrada. Junto a ello, si miramos un poco más al sur, hay cisnes comiendo mierda en Valdivia y un proyecto de cinco centrales hidroeléctricas. Con todo respeto, ¿cómo la gente no va a tener rabia?
‘Cuando las cosas llegan a sus centros, ya no hay quien las arranque’- Federico García Lorca.
Son las 22 horas del 12 de mayo, y aire en el campus de la Universidad de Concepción aún se mantiene irrespirable por causa de las los gases disparados a diestra y siniestra. Todavía hay carabineros paseándose en el Foro, y en el hospital regional permanece Paulina Rubilar (22), a quien la fuerza de ese Estado que promete velar por nuestros intereses le arrebató un ojo [su pronóstico es favorable, pero a largo plazo] con una bomba lacrimógena lanzada a corta distancia, según varios testigos.Todos los días en la entrada de la UdeC hay efectivos policiales mirándonos con desconfianza, acompañados de una micro que claramente no es para llevarnos de paseo
No quiero entrar a justificar a nadie, pero la violencia desmedida de la que hemos sido testigos esta semana nos deja como lección que hay carabineros que son muy buena gente, pero la mayoría deja bastante que desear. En el colegio cuando niños nos enseñaron a confiar y creer en ellos, como si fueran nuestros papás. Crecimos y nos decepcionaron. Entramos a la universidad y nos golpearon, por ejercer nuestro derecho a manifestarnos consagrado constitucionalmente.
Sin embargo, esta no es una situación puntual: todos los días en la entrada de la Universidad de Concepción hay efectivos policiales mirándonos con desconfianza, acompañados de una micro que claramente no es para llevarnos de paseo. Se supone que somos parte del futuro intelectual del país, pero ir a clases y cuestionarnos el mundo parece que debiera de darnos vergüenza.
Por otra parte, el campus es abierto, debido a que nuestro fundador, Enrique Molina Garmendia, creía en ‘el desarrollo libre del espíritu’, como reza el emblema de la U. Lamentablemente no pensó en la barbarie de carros lanza-agua corriendo cual autopista por los pasillos, hombres armados con escudos antibalas frente a estudiantes flacuchentos, y bombas saltando por doquier. Recuerdo una vez en que a Carabineros ‘se les escapó’ una lacrimógena en la Biblioteca Central: ¡la manga de ñoños casi morimos corriendo hasta el último piso donde el aire era ‘algo’ más respirable!
Hace más de un año Concepción se derrumbó en todos los planos posibles: edificios en venta cayeron, cientos de familias perdieron su casa, muchos tuvimos que ayudar a sacar a nuestros amigos sin vida desde los escombros, además de que todavía hay quienes tienen que dormir en mediaguas soportando el frío y la lluvia. A la gente de Coronel, a pesar de su pobreza y lo caro del pasaje de micro, quieren cobrarle por entrar a sus casas. No hay apoyo a la educación ni intenciones de democratizarla. Pretenden inundar uno de los últimos espacios vírgenes de la Tierra con HidroAysén. No permaneceremos tranquilos, porque no somos delincuentes.