El escritor Roberto Merino acaba de publicar Lihn, ensayos biográficos (Ediciones UDP), la notación permanente de un sujeto incómodo, enigmático y figura clave de la literatura chilena: el poeta Enrique Lihn.
¿Qué es un panegírico que no mate? Toda apología debería ser un asesinato por entusiasmo, escribió un apasionado como E. M. Cioran, que terminó muriendo de viejo y no se suicidó después de insistir que la vida es un cuento insoportable. Con ese mismo sentido del humor se puede leer Lihn, ensayos biográficos, el libro en donde Roberto Merino escribe las escenas áuricas en la vida del poeta Enrique Lihn.
Su hija lo recuerda desesperado, a mediados de los años setenta, por la aparición de un pololo camionero: no lo podía soportar por motivos sociales. «En el fondo era un pituco», le dice Andrea Lihn a Merino, que parece atenuar esa imagen por un autor atrapado en la incertidumbre de la precariedad, mientras transitaba de casa en casa, de trabajo en trabajo y de mujer en mujer.
Lihn, escribe Merino, proyecta sobre su hija el miedo al fracaso, en cuyo borde él mismo hizo ejercicios de equilibrio.
Los siete capítulos que iluminan y ordenan los fragmentos de la vida de Enrique Lihn son la notación permanente de un sujeto incómodo, en tránsito, cifrado desde su itinerante vida escolar y algunas de sus obsesiones. Lihn asoma como un amante de las caminatas («Lihn no caminaba por deporte ni por algo más físico que la observación») y un autor que desborda energía creativa, cambiando sistemáticamente de registro, desde el poeta que escribía novelas al ensayista que dibujaba cómics y el intelectual que hacía películas extrañas. «Había encontrado en la actividad permanente un paliativo al vacío existencial de cada día», anota Merino.
Tal vez los momentos más novelescos aparecen en las peleas y los encuentros con Lihn, salpicados de balazos imaginarios, mujeres, llaves y patadas que lo dejaron en el suelo, y puñetazos que lo hicieron sumar aliados y enemigos. Entonces la fauna literaria se cuela con todas sus plumas en forma de pequeños testimonios, recuerdos y fotografías que completan el cuadro de una figura enigmática y al mismo tiempo divertida.
Como ocurre en los libros de Merino, no faltan el tono juguetón ni los materiales del psicoanálisis. En el capítulo “Vida doméstica” se lee: «Cuando una de las hijas de Adriana (Valdés) cayó de una terraza en Cachagua, partiéndose gravemente la cabeza, Enrique llegó a verla a la clínica con un regalo cuyo significado le había pasado inadvertido: un rompecabezas».
Ahora, Lihn, ensayos biográficos no es el mejor libro de Merino: la extensión pudo jugar en contra. El libro es una piscina con poca agua, lleno de momentos y flechazos revisados al paso. Una profundidad señalada desde el subtítulo «ensayos biográficos» y no como un retrato a secas, como ocurre en los mejores títulos de la colección “Vidas ajenas”. Más que el perfil de Lihn aparece acá la silueta del poeta. A pesar de eso el libro se lee con el gusto que dejan las buenas conversaciones en las caminatas por Santiago.
Lihn, ensayos biográficos
Roberto Merino
Ediciones UDP, 2016
134 p. — Ref. $10.000