Comentario de Paterson, del cineasta Jim Jarmusch.
Paterson es un chofer de bus en una ciudad de New Jersey también llamada Paterson.
Es un poema, compuesto de cinco libros, publicados por William Carlos Williams entre 1946 y 1958. Y hoy es una película, de Jim Jarmusch, que se construye y juega con ambas referencias.
Porque en Paterson, la película, está el chofer y la ciudad norteamericana. Están los versos que escribe y su admiración por Williams. Y están los ecos del poema de este último.
La anécdota es sencilla: un chofer que hace su trabajo, siguiendo una rutina bastante fija, durante toda una semana. Lo vemos despertar por la mañana, siempre abrazando a su mujer, comer sus cereales, llegar a su bus, recorrer la ciudad en él mientras escucha las conversaciones de los demás, almorzar mirando una cascada, leyendo y escribiendo, volver a casa y luego pasear al perro hasta un bar en el que siempre toma una cerveza. Lo dice Williams: «Say it! No ideas but in things. Mr/ Paterson has gone away/ to rest and write. Inside the bus one sees/ his thoughts sitting and standing». («¡Dilo! No ideas sino en las cosas. El señor Paterson se ha ido a descansar y a escribir. Dentro del bus pueden verse sus pensamientos, sentados y de pie.»)
No hay más, es cierto. Pero tampoco hay menos.
Williams explica, en el prefacio de su libro, que su idea era «usar las múltiples características que presenta una ciudad como facetas comparables del hombre tal como lo conocemos, amamos y odiamos». Dice que eso es lo que un poema debe ser: «algo que hable por nosotros en un lenguaje que podamos entender».
Y si bien Williams escribe su poema para hablar de un hombre como se recorre una ciudad, Jarmusch hace de su película una reflexión sobre el tiempo: cómo pasa y cómo nosotros pasamos por él. El mismo personaje de Paterson (interpretado por Adam Driver) reflexiona en sus versos sobre el tiempo como esa cuarta dimensión que nos enseñan a todos en el colegio: el reloj es un objeto central en muchas escenas (vemos la manecilla girando, o bien la manecilla quieta que nos revela que Paterson se despierta solo, a la misma hora, sin necesidad de una alarma) e incluso, en un momento, Laura, su mujer (interpretada por Golshifteh Farahani) canta la canción de John Denver, “I’ve been working on the railroad”, (la primera que aprende en guitarra) sobre alguien que trabaja en la línea del tren, sí, solo por hacer pasar el tiempo («Just to pass the time away».)
Y escribir poemas es la forma de pasar el tiempo preferida por Paterson. Más que una vocación idealizada o romántica del escritor, aquí hay alguien que escribe porque le permite hacer pasar las horas (y, en el poema, se lee: «…So that/to write, nine tenths of the problem/is to live…» Y, un poco más adelante: «A wonderful gift! How do/ you find the time for it in/ your busy life? It must a great/thing to have such a pastime». // Así que/ para escribir, nueve décimos del problema es vivir» y luego: «¡Un don maravilloso! ¿Cómo encuentras tiempo para él en tu ocupada vida? Debe ser grandioso tener un pasatiempo así»)
A Paterson no le interesa leerle sus poemas a nadie más, tampoco hacer copias de ellos. La misma aspiración tranquila está presente en su mujer, quien decide pasar su tiempo, haciendo decoraciones en blanco y negro en su casa y su ropa, preparando cupcakes o aprendiendo a tocar guitarra. No hay un fin más grande, no existe una meta a alcanzar inalterable (la mujer decide un día que quiere ser cantante country y es fácil pensar que la próxima semana puede querer ser otra cosa).
Ese gesto que aleja la escritura (y cualquier proyecto) del heroísmo, se ve también reflejado en esa foto que adorna el velador del protagonista, con su uniforme y condecoraciones (tema que no se menciona y es solo un objeto, testigo de la rutina) así como también en una de las únicas escenas violentas de la película en la que Paterson salva a alguien de suicidarse, sí, pero con lo que resulta ser una pistola de juguete. Porque tal vez, a la Ulises, de Joyce, el heroísmo ya no es derrotar a cíclopes ni vivir grandes aventuras (como sí hiciera el Ulises de La Odisea), sino pasar un día, cualquier día, y encontrar el camino de regreso a casa (Y dice Williams: «But somehow a man must lift himself/ again –/ again is the magic word»// «Pero de alguna manera un hombre debe aprender a levantarse/otra vez–/ otra vez es la palabra mágica»).
O, como afirma el poema en su tercer libro: «What end but love, that stares death in the eye?/ A city, a marriage – that stares death/in the eye // The riddle of a man and a woman// For what is there but love, that stares death/in the eye, love, begetting marriage–/ not infamy, not death.» (Qué otro fin sino el amor, que mira a la muerte a los ojos/ Una ciudad, un matrimonio/ que mira a la muerte/ a los ojos// El enigma de un hombre y una mujer// Porque qué hay sino el amor, que mira a la muerte/a los ojos, el amor, engendrando un matrimonio–/no infamia, ni muerte’)
El poeta insiste: «Sing me a song to make death tolerable, a song/ of a man and a woman: the riddle of a man/ and a woman». («Cántame una canción que haga la muerte tolerable/ de un hombre y una mujer: el enigma de un hombre/ y una mujer».) Y tal vez eso sea exactamente lo que tenemos aquí: una canción sencilla, que siempre es un enigma, sobre un hombre y una mujer, unas vidas y los pequeños proyectos que hacen la muerte tolerable, que la miran a la cara, aprendiendo a habitar sus tiempos.
Ese es el gran acierto de Paterson, la película, ahí radica su belleza. Una belleza que también falla en rescatar la complejidad del poema del mismo nombre. Porque en el texto de Williams hay versos sí, pero también la interrupción de cartas, textos y notas de periódico; hay calma y belleza plácida pero también voluptuosidad, violencia, y sexo, y la naturaleza, especialmente el río, los árboles y las cascadas, se convierten en un nuevo lenguaje que dialoga con la ciudad siempre («the dogs and trees/ conspire to invent a world…»// «los perros y los árboles/ conspiran para inventar un mundo»)
Jim Jarmusch, en Paterson, rescata de Williams la fábula tranquila y no el desorden creativo, el lenguaje y no el cuerpo, la aspiración sencilla y no el deseo desbordado, el ensimismamiento y no la reflexión. No es su mejor película, sin duda, pero es inmensa su belleza.
Y no hay más, es cierto. Pero tampoco hay menos.