Una noche en el museo

por · Abril de 2014

Treinta y nueve canciones hizo Paul McCartney en Santiago con el catálogo de The Beatles, su discografía con Wings y algunos de sus discos como solista.

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Treinta y nueve canciones hizo Paul McCartney en Santiago con material del catálogo de The Beatles, su discografía con Wings y algunos de sus discos como solista.

No es un mega concierto o tal vez sí del mismo modo que es y no es un recital íntimo y nostálgico considerando el espacio del Arena que alguna vez sirvió para Shakira y Luis Miguel que son los que llenan estadios y se pasaron a los coliseos techados o que “Eight days a week” fue escrita en 1964 y va pegada a la cincuenta años menor “Save us” en algo así como un lujo de dinosaurios que siguen en el circuito y pienso al tiro en The Who y los Stones y Waters y Dylan y por ahí Jimmy Page y obviamente

McCartney que tiene 71 años y ha pasado los últimos 53 escuchando gritos se mueve por los costados y canta su primer éxito como Beatle “All my loving” y la gente grita y el público tercera edad que aparece en muy pocos eventos masivos toca guitarras aéreas y se saca la chaqueta al unísono por el calor pero eso después porque antes cada acceso está transformado en una pequeña tienda de poleras con las caras de los Beatles o del único descalzo en la tapa de Abbey road y uno se tienta pero son quince mil y mejor no pero nada se pierde con mirar y al final uno paga el material porque a la salida los diseños piratas son mejores y más baratos pero se van al segundo lavado y alguien pregunta y no encuentro mi entrada y ya estoy sentado en un asiento numerado y un DJ mezcla en un imac que parece sacado de una escena de oficina y suenan las bases trip hop con los últimos discos de los Beatles y para mí son los perfectos de Revolver en adelante y sobre el escenario los instrumentos con el logo del último disco que grabó McCartney y le puso New pero suena setentero como Wings en el bombo de la batería y la gente llena las sillas de la cancha con conversaciones sobre la prueba de sonido y son las nueve con treintaicinco cuando las pantallas proyectan fotos nostálgicas de Liverpool y hay gritos y la gente entiende y se para y aparece

McCartney lleva el Höfner colgado al hombro derecho y dispara treintainueve canciones con solo dos bises y después y mucho después y cuando todo termina y se va la música y el escenario queda vacío alguien dice «y sin tomar una gota de agua» o «es una catedral» y ahora lo sigue el guitarrista principal Rusty Anderson que lo acompaña desde el Driving rain y ahora el tecladista Wix Wickens marca la intro de “Let me roll it” y McCartney se pasa a la Gibson Les Paul y se saca la chaqueta gris y aprovecha el riff furioso para seguir con “Foxy lady” de Jimi Hendrix y parece una jam pero no lo es y su camisa es blanca y dos señoras gritan o tratan de gritar y en la mesa de sonido una figura de godzilla acompaña a un Paul de juguete y el Paul de carne y hueso que algunos creen muerto pero está más vigente que nunca se cuelga la misma guitarra que usó en 1966 para grabar “Paperback writer” y en las pantallas aparecen enfermeras y la Epiphone Casino brilla y el segundo guitarrista Brian Ray lo parcha cuando Paul se va al piano y los abuelos cantan emocionados y los padres también y algunos hijos nos sentamos cuando hace “My Valentine” dedicada a su esposa Nancy pero a nadie le importa tanto como cuando hace “Maybe I’m amazed” y se la dedica a Linda

McCartney acaricia la guitarra acústica en “Blackbird” y se eleva mientras una plataforma lo levanta a la altura de una luna artificial y todo es emocional cuando baja y se pasa al ukelele en “Something” y recuerda a «mi hermano chico» George Harrison y antes hace “Here today” para «mi compadre John» y esa letra que grita «y si te dijera que realmente te amo qué me contestarías si estuvieras aquí» y como una montaña rusa el concierto va de arriba a abajo y nos sentamos y podemos ver a McCartney en las pantallas de los celulares que no dejan de grabar en ningún momento y nos paramos y sacudimos los cuerpos al ritmo del baterista Abe Laboriel Jr. y los temas roqueros y después las baladas que avanzan como ruedas de tren con sueño y en medio se pasa al piano de cola para “The long and winding road” y al piano vertical para “Queenie eye” y después al baile de “Ob-La-Di, Ob-La-Da” y a la hermosa “Band on the run” que es tres canciones en una como las obras maestras “Stairway to heaven” y “Free bird” y “Kashmir” y “Won’t get fooled again” y “Bohemian rhapsody” y “Paranoid android” y el concierto está en su momento cúspide cuando siguen “Back in the U.S.S.R.” y pegada “Let it be” y “Live and let die” con fuegos artificiales techados y láseres que pintan de colores el humo encima de Paul

McCartney podría haber terminado en la coral “Hey Jude” pero sigue el recorrido por su carrera completa y se agitan los carteles de gente que vino desde Argentina y es como un museo de historia natural y cobra vida y saca las garras y muerde con “Day tripper” y más adelante “Helter skelter” y algunos dicen que es la primera canción metal de la historia y un vórtex digital nos traga en la pantalla y no se compara a lo que hizo Ringo Starr en 2011 más recordado por sus globos amarillos y aunque lo del miércoles es menos estruendoso que su visita anterior con más gente y al aire libre sí es más íntimo y nítido en lo musical

McCartney como «un enfoque de Wagner para el rock & roll» dijo Phil Spector y el albañil Wickens levanta un sonido “lleno” con el sintetizador emulando el cuarteto de cuerdas de “Eleanor Rigby” y cuando hace falta en bronces o acordeón o clave y el Fab Four le hace justicia a la leyenda y como una caída libre a otra década vale cada segundo de concierto y toca más de dos horas y media y hace “Get back” y todo termina con la lógica “The end” y esa frase «al final el amor que recibes es igual al amor que entregas».

Paul
Una noche en el museo

Sobre el autor:

Alejandro Jofré (@rebobinars) es periodista y editor de paniko.cl.

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