Sin titubear. ¿Cuál es la mejor carátula de un álbum de los Beatles?
Sin titubear. ¿Cuál es la mejor carátula de un álbum de los Beatles?
Lo más seguro es que lo primero que se le ha venido a la cabeza sea el cruce de la calle de Abbey Road o el collage de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Quizá, si tuvo un tiempo más para reflexionar, apostó por el carboncillo de Revolver o incluso por los rostros en sfumatto de With the Beatles.
Rutherford Chang tiene otra opinión. Para este artista hijo de taiwaneses, crecido en California y avecindado en Nueva York, la mejor portada de los Beatles es el Álbum Blanco, que en realidad se llama The Beatles.
Chang ha levantado una muestra, “We Buy White Albums”, con su colección de Álbumes Blancos, que ya incluye 650 copias, en la galería Recess en el Soho. No se trata de que Chang sea minimalista. Como declara a Dust & Grooves: «Estoy más interesado en los discos como objetos y observar cómo han envejecido. Así que para mí, un álbum de los Beatles con una cubierta de blanco es perfecto».
Y es bien loco; el asunto resulta. Aunque el curador solo acepta copias del The Beatles de sus primeras ediciones —que venían seriadas y con el nombre de la banda en relieve—, son los trajines de 45 años los que destacan en la monocromía de las tapas: aureolas de café, dedicatorias de amores fallidos, galimatías y garabatos dibujados por el hermano chico, el inefable paso del tiempo y el herrumbre.
No es poca cosa. Visto así, la que se creía la carátula más perna y fome de los Beatles, se transforma en un lienzo. Tal como probablemente sospechó el artista inventor del pop art, Richard Hamilton cuando la diseñó en 1968: un año cero para la historia musical, en el momento en que la banda ya sabía que se acababa el tiempo, y un homenaje disléxico a la idea del cuadro en blanco que permeó todo el siglo XX, desde Kazimir Malevich (“Cuadro Blanco sobre Fondo Blanco”) a Jasper Johns (“White Flag”).
Como decía Robert Rauschenberg, al inaugurar su propia exposición de pinturas monocromas en blanco: «un lienzo nunca está vacío». Un disco de los Beatles tampoco.
