Pixies: Entre decirlo y no decirlo

por · Abril de 2014

A veces, entre rellenar hablando y rellenar con éxitos, es mejor solo callar.

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Silenciosos, subieron al escenario. Saludaron moviendo las manos, el público hizo lo suyo vitoreándolos. Las presentaciones sobran cuando llevas tocando casi treinta años en escenarios así de grandes. Claro, hubo un lapsus de tiempo en que Black Francis, David Lovering y Joey Santiago —incluyendo a la ex bajista Kim Deal— dejaron de ser Pixies. Pero esto es rock, es la eterna historia de idas y venidas.

Regresaron, como casi todas las bandas noventeras, para hacer un mega tour. El mismo tour que los trajo a Chile para el Maquinaria de 2010, y luego realizar su mítica presentación en solitario. Casi a 4 años de esa presentación, volvieron a un festival en Chile. No todos los miembros, pero regresaron. La excusa: nuevo disco bajo el brazo y nueva bajista en la formación.

Adiós Kim Deal, muchas gracias, buena suerte.

Hola y adiós, Kim Shattuck.

Bienvenida Paz Lechantin, gusto de verte de nuevo.

Desde el 2010 hasta ahora han lanzado un par de EP’s y el disco Indie Cindy, un trabajo que los más fanáticos —me incluyo— interpretamos como una transición. Más que mal, entre los movimientos dentro de la banda, el empezar a hacer giras de nuevo y descubrir que están en un mundo nuevo (para cuando Pixies se separó el ‘93, lo más reciente en música era el CD; para cuando volvieron el 2004, Napster y Metallica ya habían peleado).

Y empiezan directo con los hits. Tirar el galón de parafina completo al fuego.

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Cuando se reveló que Pixies venía al Maquinaria de 2010, costaba creerlo. Demasiado bueno para ser verdad. Esta es una de las bandas que muchos creíamos no ver jamás en esta delgada y bipolar franja de tierra. Pero ahí estuvieron, en un espectáculo muy emocionante. Y aún así, ofrecieron otro, en solitario. 33 canciones, una por cada minero que, para ese entonces, había estado atrapado en la mina San José. Black Francis y compañía se veían alegres, el público estaba feliz. Nadie, ni el más amargo de los críticos, pudo decir que esa noche de octubre no fue perfecta.

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A lo largo del show en Lollapalooza, Pixies —en el mismo escenario donde la noche anterior los Red Hot Chili Peppers mostraran nula energía, y el mismo donde Julian Casablancas, algunas horas antes, logró que su público se tapara los oídos— daba clases de rock. Para mala suerte, sin la misma chispa de años atrás.

La aplanadora de hits seguía corriendo por las cabezas del público. “Wave of Mutilation”, “Hey”, “Here comes your man”, una tras otra, todas perfectas. Y como postal perfecta, “Where’s my mind”, mientras atardecía entre las nubes.
Cabezas moviéndose de lado a lado, de adelante hacia atrás, de izquierda a derecha, que solo se detenían cuando detectaban una canción nueva. Algunos, tímidos, seguían moviéndose y hasta cantando, pero con cierta incomodidad.
¿Era necesario que Pixies, que no era un show que cerraba, tuviese mayor interacción? Sí, lo era. ¿Eso dejó de hacerlo un buen show? Para nada. Siguen siendo una catedral de muros grabados con letras que hablan encubiertamente del suicidio, la droga, el sexo y la soledad. Quizás las nuevas pinturas de la iglesia no sean tan atractivas —o duraderas— como las que ya existen, pero son un vestigio de que no se quedan postrados en los laureles.

Mientras el público se desgranaba para conseguir un buen lugar en Arcade Fire, Pixies seguía ahí, tocando en silencio, despidiéndose sin mayor nostalgia, haciendo bien su pega, sin alardear. Tal y como los seres mágicos a los que alude su nombre, hacen su magia y luego desaparecen. A veces, entre rellenar hablando y rellenar con éxitos, es mejor solo callar.

Pixies: Entre decirlo y no decirlo

Sobre el autor:

Mariano Tacchi (@playeroycasual)

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