Entre un ejército de mochilas Kanken, estuvimos en el festival de nicho más exitoso de Santiago. ¿Habrá sido su versión más lograda?
Música nueva que suena retro y números difíciles de ver en Chile.
Sonidos alternativos, cargados de lisergia, folk, rock, pop, electrónica y a veces dance.
Todo eso asomaba desde la última edición de Primavera Fauna, la más lograda a un costado de la ruta 68, con unos diez mil asistentes según la prensa oficial del evento. Ya veremos cómo es este asunto.
Temprano en el Espacio Broadway, muy poca gente atrapada por la psicodelia brasileña de Boogarins, una banda que vale la pena descubrir en canciones como “Lucifernandis” y “Erre”, de su disco As plantas que curam (2013), con guitarristas que tocan llenos de muecas y con los ojos en blanco. Algo de mejor suerte tuvo Pond, el quinteto australiano de melenas Zeppelin que alguna vez tuvo a Kevin Parker, el cerebro de Tame Impala, como su baterista y productor del disco más importante de la banda: Beard, wives, denim (2012). Aunque su espectáculo estuvo cargado al sucesor Hobo Rocket (2013). Lo suyo es otra lectura de los 60s, entre sintetizadores Realistic y la voz cargada de reverbs del pequeño y frágil cantante Nick Allbrook, ex bajista de Tame Impala, que terminó el show enredado en cables y dando golpes al aire con su guitarra.
Los neoyorkinos Beach Fossils son otra banda de tránsito. En menos de 5 años de carrera perdieron al guitarrista Cole Smith, que dejó el grupo para crear su proyecto solista DIIV, y a John Peña que hizo lo propio con Heavenly Beat. Como reemplazantes de Beirut y con dos discretos discos de sonido austero, indie rock para los amantes de las etiquetas, la banda del cantante Dustin Payseur parece sacada de un capítulo noventero de Beavis and Butthead: jeans gastados y poleras de bandas duras como Christian Death o Terrorizer y stickers de Skinny Puppy. «Santiago, ¿te casarías conmigo?», dijo Payseur después de una copa de vino. Sorprendentemente, una parte del poco público presente cantó sus letras cuando el calor obligaba a buscar una sombra. Los Fossils fueron una de las pocas bandas que se perdieron entre el público después de tocar.
A continuación, la rareza. Omar Souleymann, el cantante sirio que se hizo conocido mezclando sonidos de Medio Oriente con cajas de ritmo y teclados lo fi, hasta firmar con el sello Sublime Frequencies y trabajar con gente como Björk o tocar en lugares como Glastonbury y la entrega de los Premios Nobel. De anteojos de sol, pañuelo (kufiyya) y túnica abrochada al cuello (thawb), el músico estuvo acompañado de un tecladista preocupado de pinchar las bases de canciones como “Warni warni”, y provocó la primera gran fiesta del festival, ante la mirada atenta de varios curiosos, con letras sobre enamorar chicas y casarse (según el traductor de google).
Antes de debutar en Santiago, Real Estate hizo “No other one”, de Weezer, en Brasil, donde también mostraron canciones como “Easy”. En el Espacio Broadway, la banda de Martin Courtney dio una entrada en falso con “Around the world”, de Red Hot Chili Peppers, sacando algunas risas, y saldó deudas con canciones reconocibles, como “It’s real” o “Talking backwards”, de su reciente disco Atlas (2014). Todo muy comedido hasta el bostezo. Acá la primera gran convocatoria de la jornada, con un molesto viento que no alteró a los estáticos estadounidenses.
En seguida, uno de los puntos más altos del festival: Erlend Øye & the Rainbows. La experiencia del cantante noruego de voz cálida se hizo notar sobre una mezcla de pop y soul elegante, ampliando el opaco registro de sonidos alcanzados hasta esta parte del festival. Colores y armonías disparadas por teclados Rhodes y Hammond, a manos de Sigurdur Gudmundsson, el saxofonista y flautista Victor Abrahamsson y el guitarrista Gudmundur Peterson. Todo esto sobre suaves golpes del bajista italiano Luigi Schialdone y el baterista Andrea De Fazio. Una banda de lujo, que repasó gran parte del disco Legao (2014), con temas como “Say goodbye”, “Remind me”, del dúo noruego Röyksopp, o “Every party has a winner and a loser”, del aclamado Unrest (2003). Y otra vez el viento. Aunque esta vez el músico, que alguna vez firmó en The Whitest Boy Alive y Kings of Convenience, no tuvo problemas en pedir prestada una chaqueta, la que llegó desde el público, antes de lanzarse con canciones como “Garota” y “Bad guy now”, o a cantar entre saltos: «Freedom is a possibility only if you’re able to say no», de un tema con solos mesurados como “1517”.
Hay músicos que tienen que aprovechar su minuto y pelear cada oferta antes de cumplir su propia fecha de vencimiento. Pero también hay otros, los menos, que manejan sus propias agendas y no vienen a este lado del mundo simplemente porque hacen música de moda. En esa categoría están Øye, los grandes ausentes Beirut y el músico francés Yann Tiersen, que arrancó su inspirado set con la locución en inglés de “Meteorites”, el tema que cierra su último disco Infinity (2014), mientras la tarde comenzaba a cambiar de tonos. El multi instrumentista se pasó de la guitarra al violín, y luego a los teclados y el xilófono, con los ojos cerrados, mientras el conocido discurso del Comandante Che Guevara en la ONU abría el tema “The Gutter”, de su disco Skyline (2011): «Ahora sí la historia tendrá que contar con los pobres de América». A continuación, “Grønjørð” y “The Crossing” se intercalaron con un vendaval desatado y canciones más conocidas como “Palestine”. El cierre estuvo marcado por un breve bis instrumental, con Tiersen al violín, antes de que el quinteto desapareciera y el escenario se rodeara de pifias pidiendo su regreso.
Si las canciones de Yann Tiersen mostraban letras con cierta intermitencia, en Mogwai, el ruido intenso de las guitarras se impone a cualquier palabra. El post-rock representativo de esta banda, donde las montañas rusas de ruido y silencio se bifurcan en desarrollos largos y crescendos, le debe mucho a Psychocandy (1985), de The Jesus & Mary Chain, y la idea de demoler los arquetipos de la música pop a punta de ruido y caos. Así se hicieron conocidos con Come on die young (1999), cuando vendían poleras con la frase «Blur are shite», y el influyente Rock action (2001), entre murallas de guitarras, bajo y teclado. Ya entrada la noche, fue imposible no fijar la atención en el sonido violento y físico de Mogwai, donde las melodías se entrecruzan pero no siguen de largo, sino que se estrellan. Tampoco pasó inadvertida la ilustración de su último disco, Rave tapes (2014), proyectada sobre los calvos escoceses, que siguen surfeando este nuevo aire que les dejó escribir la banda sonora de la serie francesa Les Revenants (2013).
Este año en Fauna, los escenarios principales cumplieron una puntualidad rigurosa, lo que permitió ver los shows centrales completos, y experimentar cada sorpresa del cartel, como el debut en Chile de The Lumineers. La banda del barbón Wesley Schultz arrancó su repertorio de folk renovado y bonachón con “Classy girls” y “Dead sea”, invitando a levantar las rodillas con una banda caracterizada de Far West: un vistoso mueble de piano de cantina con un teclado Korg adentro, a manos del descalzo Stelth Ulvang, o el baterista con suspensores que no paró de hacer redobles en el aro de la caja.
Su público es muy joven y se emociona fácil cuando hacen “Falling in love”, cantada a pura guitarra, con las voces de Wesley y la primera chica de la jornada en los escenarios principales: la chelista y cantante Neyla Pekarek. Uno de los puntos altos de este número llega cuando hacen “Ho Hey” y cuando el cantante abandona el escenario, atraviesa media audiencia y se sube a una tarima para hacer “Darlene” y “Elouise”. Ahí se roba la película, rodeado de cámaras de celulares, perdido en medio del público, en la fría noche de Pudahuel. La postal de la noche.
De repente suena “Can you feel the love tonight”, de Elton John, y aparece Tame Impala. Es el concierto más esperado y el plato fuerte de la jornada. Una banda con menos de diez años de carrera, favorita de las revistas especializadas y las marcas de moda, con un líder que todavía no cumple treinta años: Kevin Parker, el tipo que se esconde tras una voz que se ve como un caleidoscopio, vive en Perth, un sitio que parece estar lejos de todo en un país alejado del mundo como Australia. A Parker le gusta pasarse los días drogándose en soledad y escribiendo canciones sobre su incapacidad para relacionarse con otros seres humanos. Algo que calza con canciones como “Why won’t they talk to me?”, o la psicodelia de “Elephant”, “Mind mischief” y “Why won’t you make up your mind?”, con el multi instrumentista ensimismado al centro del escenario, cantando con los ojos cerrados y la guitarra Rickenbacker al hombro, mientras el baterista Julien Barbagallo no deja de mirar el suelo. Tame Impala, o Parker, tiene el oído puesto en Cream y Jefferson Airplane, pero sobre todo en un disco como Revolver (1966). Se nota en las voces lenonnianas de la aplaudida “Feels like we only go backwards”, que parece sacada de los 60s, de un lado b de “Tomorrow never knows”, como si los Beatles en vez de separarse hubiesen cambiado de dealer, como si Revolver hubiese sido producido por James Murphy. Esa es la mejor descripción para un disco como Lorenism (2012) y una banda en su punto de cocción, como esta, que en el momento más alto de su incipiente carrera ha visitado tres veces Chile. Tame Impala hace trece canciones, antes de despedirse con “Apocalypse dreams”, y dejan la sensación de que solo vamos hacia atrás.
«Santiago, it’s saturday, are you ready to party?», dice la mitad morena de Icona Pop, Aino Jawo. El dúo de chicas y un dj arranca con “All night”, de su último disco This is… Icona Pop (2013). Lo suyo es pop envasado y EDM con desplante. A veces, se tiran al suelo para cantar y luego a seguir saltando con sus faldas entregadas al viento. A altura de “Girlfriend”, las chicas cruzan sus brazos para tomar de sus latas de energizante. Más tarde, tocan mínimamente un teclado o un efecto de voz perillado por ellas. Después de “Manners” y “My party”, las dos desaparecen del escenario a eso de las 1:20 de la madrugada y el dj se atreve con una mezcla de dubstep con sonidos de Mortal Kombat y las canciones conocidas de esta banda, hasta que Jawo y Caroline Hjelt regresan para hacer “I love it” y entregar la posta de la fiesta a los 2manydjs, que aparecen rápidamente con una sirena de emergencias seguida por “Estrechez de corazón”, de Los Prisioneros, y canciones conocidas como “Drunk girls” de LCD Soundsystem.
Queda poco público a estas alturas de la fría noche santiaguina, pero Four Tet, el dj inglés que ocupa tan bien los silencios, se encarga de sacudir el escenario electrónico. En vivo va recortando sonidos de house y experimentando con efectos y una buena cuota de improvisación, con pedazos sacados de bases de hip-hop y el mundo del jazz. La combinación es adictiva y el tiempo se entrampa hasta que a eso de las 3:24 de la madrugada deja el escenario. Desaparece, pero la fiesta sigue con los 2manydjs y otros invitados hasta pasadas las 4.
Sobreoferta de conciertos
Lo dicen los números del CNCA y el INE: en Chile los conciertos pagados pasaron de eventos ocasionales, hace solo una década, a una sobreoferta en la actualidad, lo que abrió la oportunidad de segmentar y trabajar con nichos.
Lo reafirma Roberto Parra, creador de Primavera Fauna, en una entrevista en La Tercera. «Lo bueno es que nos abrió la oportunidad de trabajar sutilezas». Según el ingeniero comercial y dj, «más conflicto me generan los problemas económicos del país. Con el cambio de gobierno, las marcas se pusieron más conservadoras y el primer presupuesto que cortan es el de marketing, los auspicios».
Fauna nace del trabajo de producción de Parra y la historiadora Pía Sotomayor, en el bar Constitución, según su sitio web, «como una plataforma de difusión de música independiente que jamás se pensó ver en Chile». Desde 2009 que hacen bailar con números como Hot Chip, Caribou y M.I.A., además del debut en el país de bandas más conocidas como Pulp, Crystal Castles y Tame Impala, entre varios otros.
«Queremos posicionar nuestro concepto. No es una franquicia y no queremos crecer más de lo estrictamente necesario porque deja de ser un festival especial», dijo Parra a La Tercera. «¿Qué te parece que sea como un club, con gente incluso del mismo estrato social?», le preguntó el periodista Cristóbal Fredes, a lo que respondió: «Me gusta que sea como un club, eso me interesa, pero no es del mismo estrato social, ni gente que se ve todo el año. Es como la cumbre de la gente a la que le gusta la música… alternativa. Yo le digo alternativa, le puedes decir indie también».
¿Cómo es que dos amigos del circuito alternativo de Santiago montaron una productora de shows internacionales para darse el gusto de traer a sus bandas favoritas?
La respuesta podría venir desde Buenos Aires. «Siempre veíamos que en noviembre se hacía el festival Primavera Fauna en Chile, y aprovechábamos para traer a un par de bandas». Quien habla es José Lataliste, uno de los creadores del Music Wins, la siguiente escala en Sudamérica de los artistas que tocaron en Primavera Fauna y donde también canceló Beirut. Es que la logística de estos espectáculos es la unión de fuerzas.
A diferencia de lo que sucede en Europa, donde las principales ciudades están muy cerca unas de otras, venir a Sudamérica significa no menos de una semana para las bandas. Por eso les conviene viajar para hacer varios shows, en lugar de uno aislado. Ahí entra la sinergia entre las productoras de Argentina, Brasil y Chile.
Tanto el Primavera Fauna chileno, como el Music Wins argentino, son parte de una alianza estratégica con otro festival más: el Popload de Brasil. «Eso nos permite dividirnos los gastos de traslado, porque si no es imposible que den los números», dicen desde Indie Folks, la productora detrás de Music Wins, el evento de dos días que recuerda las palabras de Parra y se presenta oficialmente así: «No es una movida que nace desde el marketing ni la moda. Es más simple y genial que eso. Unos amigos devenidos socios, amantes de la música, montan un espectáculo gigante, pensado, armado y llevado a cabo para gente como ellos».
La cultura favorita de la clase dominante
El mismo día del festival Primavera Fauna, entre barbas espesas, mochilas cuadradas Kanken y anteojos de sol con marcos de madera, El Mercurio publicó una entrevista con el periodista español Víctor Leonore, autor del ensayo Indies, hipsters y gafapastas: Crónica de una dominación cultural (Capitán Swing, 2014), intentando definir «hipster». Su tesis: los hipsters son la primera subcultura que defiende los valores del capitalismo contemporáneo.
Según Leonore, fundador del sello Acuarela y colaborador de la revista Rockdelux, los hipsters son la cultura favorita de la clase dominante porque operan como una agencia de publicidad. «Las élites adoran la revoluciones que se limitan a cambios estéticos. Y lo hipster es una estética de aire moderno que, al mismo tiempo, no crea conflictos políticos con los directivos, los anunciantes, ni los lectores de los grandes medios. Conceptos como ‘creatividad’, ‘innovación’, ‘genio’ y ‘emprendimiento’ son los favoritos de la escena hipster y también de las grandes corporaciones. El lenguaje de los hipsters y el de los ejecutivos publicitarios es calcado: si compras este producto o escuchas este grupo dejarás de pertenecer a ‘la masa’ y te convertirás en ‘especial’. Es un truco simplón y transparente, pero también muy efectivo. A mí me tuvo engañado durante unos veinte años», confesó a un medio español.
Para Leonore, el fundamento del hipster es consumir de manera selectiva, lejos de los gustos de las masas. «Ser una persona culta, consciente y sofisticada requiere mucho más esfuerzo que el de usar tu tarjeta de crédito. En gran parte, los hipsters son una versión 2.0 de los yuppies, con mucho menos dinero pero igual de narcisistas», remata y concluye definiendo que «una de las dinámicas centrales del hipsterismo es lo que el sociólogo francés Pierre Bourdieu definió como la ‘distinción’. Una especie de alergia a compartir consumos con lo que se considera ‘masas’ o ‘gente vulgar’. Eso es lo que mueve a los hipsters: estar por encima de lo que ellos consideran masas».
¿Estamos ante la cultura favorita de la clase dominante? Cada vez quedan menos dudas. Una prueba: El magnate derechista Rupert Murdoch invierte cincuenta millones de euros en Vice, el grupo mediático de referencia para los hipsters de todo el mundo. Es que lo hipster promociona valores incompatibles con las aspiraciones igualitarias de la contracultura y los movimientos sociales masivos.
«Te lo digo claramente», dice Leonore: «Si tú repasas los contenidos de Vice, parecen muy transgresores, pero no tienen nada de contracultural. No hay ninguna crítica contra el militarismo, ni contra el poder de Washington para hacer y deshacer, ni a las estructuras de poder anglosajonas que dominan el mundo. Aparte de eso, es una cultura híper narcisista: si tú abres una revista de tendencias, todas son caras de artistas y gente cool hablando de su sensibilidad y proceso creativo. Normalmente, cuando abrías una revista contracultural, no todo eran caras, sino que había un reportaje sobre cómo funcionaba una comuna o cómo manejaban el dinero en Wall Street. En el fondo, se parecen bastante a las revistas de la alta sociedad. El histerismo es una especie de aristocracia underground».