En las páginas que Proust escribió entre 1907 y 1908 se puede ver algo así como el primer borrador de En busca del tiempo perdido. Inéditas hasta ahora, recuperadas de una colección privada, se publican como Los setenta y cinco folios y otros manuscritos inéditos (Lumen, 2022), constituyendo, según la reseñista, el “esbozo de la gran arquitectura” de su obra mayor.
Por Fifi Abou Dib. Traducción: Patricio Tapia
“La vida es demasiado corta y Proust, demasiado largo”, bromeaba Anatole France. Es cierto que con En busca del tiempo perdido el lector dispone de tres mil páginas de las que nunca está seguro de poder superarlas cuando se embarca en ellas. Para el propio Proust, la escritura de este monumento se hizo en el frenesí de un presentimiento de muerte temprana. Enfermo, a merced de las crisis de asma que podían apoderarse de él en cualquier momento, había decidido dedicar su energía a la realización de su obra en lugar de vivir una vida de todos modos disminuida. Jean Cocteau, quien formaba parte de su círculo de amigos, también cuenta que la fiel Céleste Albaret, la criada de Proust que se había convertido prácticamente en su secretaria, sometía a los visitantes a interrogatorios a través de los cuales buscaba averiguar especialmente si habían estado en contacto con flores o con damas cargando flores antes de llegar a su casa. Es verdad, en todo caso, que la escritura terminó por ocupar para él el lugar de la vida.
¿Lo sabía ya entonces, en 1907, dos años después de la muerte de su madre, cuando no había escrito nada desde Jean Santeuil (1899), escribió estos “setenta y cinco folios”? Este proyecto en sí mismo no durará más que un año, casi abandonado en 1908, como si Proust hubiera entendido que aventurarse en él le exigiría el resto de su vida. Comienza entonces otra obra que le permitirá invocar a su madre y embarcarse en una “conversación con Mamá” donde deambulará por los meandros de los recuerdos de la infancia antes de iniciar un debate sobre el método crítico de Sainte-Beuve, en desacuerdo con la luz que este último arroja sobre una obra a partir del carácter y la experiencia de su autor. Proust quiere disociar la vida de la escritura y en sus artículos publicados en Le Figaro aborda las obras desde dentro. Pero el libro Contra Sainte-Beuve será, a su vez, abandonado y Proust finalmente, en 1909, se sumergirá literalmente en apnea en En busca del tiempo perdido.
La En busca del tiempo perdido que conocemos desde su primera publicación corresponde a 90 cuadernos de apuntes repletos de añadidos y collages que el escritor denominó “paperoles”. Los “setenta y cinco folios”, que, sin embargo, ya incluyen una prefiguración de Combray y Swann, pero también y, sobre todo, muchas claves de En busca del tiempo perdido, incluidos los nombres reales de los miembros de la familia de Proust que allí están representados, que desaparecerán. Durante mucho tiempo, estos folios, cuya existencia el editor y coleccionista Robert de Fallois reveló sin publicarlas, seguirían siendo el “santo grial” de los fanáticos de Proust. Robert de Fallois murió en 2018 tras legar este tesoro a la Biblioteca Nacional de Francia. Anteriormente, él mismo publicó Contra Sainte-Beuve y Jean Santeuil con dos secciones de estas hojas misteriosas, una sobre Robert, el hermano de Marcel Proust, y otra sobre los nombres nobles de Normandía.
Se acaban de publicar, sin duda con motivo del 150 aniversario de Proust que caía en 2021, bajo el título Los setenta y cinco folios y otros manuscritos inéditos, estos escritos finalmente desenterrados. Nathalie Mauriac, bisnieta de Robert Proust, dirige la publicación y se confía el prólogo a Jean-Yves Tadié, uno de los mayores especialistas de Marcel Proust. “¿Qué había de bueno en esos setenta y cinco folios para que los escribiera, qué de malo para que los abandonara?”, se pregunta Tadié, quien enfatiza que presentar algo inédito es contar la historia de un abandono.
Esta historia se transcribe fielmente en esta edición donde seguimos al pie de la letra a Marcel Proust en el proceso de escritura, con sus arrepentimientos, sus añadidos, sus tachaduras, sus espacios en blanco. Es una escritura rápida como un boceto sobre la marcha, donde el sentido a veces se pierde en la carrera de la frase cuya sintaxis se confunde hasta el punto de ser ininteligible. Y esta es la magia de este manuscrito donde vemos tomar forma, como a través de las brumas del alba, en la frescura de su estallido —o en palabras de Tadié: “como los arqueólogos buscan una pequeña iglesia merovingia o romana bajo una catedral gótica”— el esbozo de la gran arquitectura de En busca del tiempo perdido. Los temas ya están establecidos y algunos personajes, bosquejados. Y, sin embargo, estrictamente hablando, todavía no hay nada. Y con razón: “pues la novela no existirá hasta que Proust haya hecho de la memoria involuntaria no solo un acontecimiento psicológico capital sino también el principio organizador del relato, es decir, el día en que imaginó que escribiría que todo Combray había salido de una taza de té ”, según enfatiza Tadié. Pero en estos “setenta y cinco folios”, el agua para el té ya está en la tetera.
Artículo aparecido en “L’Orient-Le Jour” 06-05-2021.