El grupo de Josh Homme presentó en Santiago …Like Clockwork, el disco que los sacó de ser una banda de nicho y los puso dentro del mundo del pop.
Limitarse a decir que Queens of the Stone Age es una banda stoner es tan reduccionista como injusto con el género. A esta altura, y sobre todo tras …Like Clockwork, el quinteto es mucho más que rock desértico. Bases funk e R&B se cuelan entre riffs que han disminuido su cuota árida y cruda y, a cambio, han ganado en dinámica. El cambio se nota y deja algunas heridas en el camino. Lo de anoche fue prueba de ello.
La tercera presentación de la banda de Josh Homme en el país —la primera fuera del marco de un festival—, dejó varias certezas, pero también dudas respecto al camino por el cual continuará su historia. Se sabía que el concierto estaría enfocado en su más reciente disco, donde experimentaron nuevos sonidos, algo alejados de la crudeza de sus entregas anteriores, y más cercanos a los arreglos y la producción. El álbum no sólo les valió los aplausos de la crítica, la nominación a tres categorías de los Grammy, su primer Top 1 en los Billboard 200 de Estados Unidos, y un disco de Oro en el Reino Unido, sino que también permitió a Homme y compañía acercarse a otros públicos. La movida les generó miles de nuevos seguidores.
Justamente la diversidad fue un detalle decorativo de lo que ocurrió en el Arena, donde llegaron algo así como 10 mil personas. La historia y raíces de QOTSA han llevado a que sus seguidores suelan ser amantes del stoner y el hardcore, así que era de esperar que anoche predominaran las camisas leñadoras, o poleras de bandas como Black Flag –y, por supuesto, las infaltables ramoneras en sus diferentes variantes–; así como también las melenas, los rapes, los tatuajes, y todas esas características estereotipadas del ambiente. Pero llamó la atención la presencia de lo que puede ser denominado el tipo común y corriente: polerita o polerón de color, blue jeans, zapato de marca. Probablemente, estos últimos formen parte de esta nueva camada de fans, que no está tan ligada a Kyuss y, en cambio, sí más cercanas a bandas como Arctic Monkeys –a los cuales Homme produjo, no hace mucho.
Pese a los pronósticos, el concierto comenzó con un guiño a los viejos tiempos. “Spiders and Vinegaroons”, del split que la banda originaria de Homme, Kyuss, publicó en 1997 bajo el título de Queens of the Stone Age, sirvió de fondo para acompañar la entrada de los californianos, que rápidamente echaron a andar el Cadillac con el combo timbal-caja de “You think I Ain’t Worth a Dollar, but I Feel Like a Millonaire”. Una partida con el acelerador a fondo, que encontró obstáculos en el volumen pero que, aún así, predecía un viaje desatado. Una idea que se reafirmó con el segundo golpe: “No One Knows”. Los papararou pa parorou emanaron de las guitarras vocales de la audiencia.
El punto de inflexión vino para el cuarto tema. La juguetona “Smooth Sailing” siguió a “My God is the Sun”, acaso el track más rockero de …Like Clockwork. La velocidad crucero se instaló de súbito, bajando las revoluciones, y cambiando saltos por bailes coquetones. A partir de entonces, el viaje entró en un valle que, si bien regaló algunas vistas hermosas, cortesía de “In My Head”, “I Sat by the Ocean” y “Kalopsia”, estuvo carente de sobresaltos y maniobras arriesgadas. Como para echar la cabeza hacia atrás y dejar que el viento haga lo suyo.
«¡Puta, que toquen sus hueás más pesadas!», se quejó alguien. El tipo tenía un punto: hasta entonces el show había sido muy civilizado para unos tipos salidos de un garaje, buenos para el whiskey, las pilsens y las drogas duras. Claro, falta Nick Oliveri. Pero incluso en comparación a las dos presentaciones anteriores, lo de QOTSA estaba siendo algo tranquilo. Quizás culpa del volumen, que se mantuvo siempre muy medido y que impidió crear los murallones sonoros que han destacado a la banda a lo largo de su historia. Quizás responsabilidad del público algo más quedado que en otras ocasiones.
Para la alegría del decepcionado, Homme remeció el ambiente recurriendo a dos clásicos como “Feel good hit of the summer” y la siempre oscura y desafiante “The lost art of keeping a secret”. La maniobra reavivó los saltos y coros del público que, de todas formas, vitoreó todo lo que se le puso por delante.
El camino se transformó en un carrusel con pocas subidas y bajadas, en el que dominaron las líneas rectas, sobre todo en las poco frecuentadas “The fun machine took a shit and died” e “In the fade”. “If I had a tail”, la épica “Fairweather friends” y la jugarreta blusera de Homme, “Make it wit Chu”, completaron la tirada. Como un oasis entre éstas, sonó el tic, tic, tic, tic que llama a la frenética “Little sister” a hacerse presente. Una recarga más que necesaria para salir de la planicie.
El mejor momento de la noche estaba reservado para el final, cuando vino lo que muchos estaban esperando: salvajismo, locura, vulgaridad, en fin… liberación. “Sick, sick, sick” y “Go with the flow”, quizás la pareja más intensa de la jornada, sonaron a un recordatorio de que, cuando quieren, estos tipos te pueden reventar los tímpanos.
En el último aventón, “Mexicola” preparó el terreno para una apoteósica “A song for the dead”, que generó el único pero monumental pogo de la noche. Al fin toda esa adrenalina contenida quedó liberada. Algo muy similar a esa descarga de meado, después de un largo viaje aguantándolo. Simplemente, explota.
Queda la sensación de que Queens of the Stone Age se encuentra en plena transición. La pregunta es ¿a qué? Ya se acaba la gira de …Like Clockwork, un tremendo disco, de una factura impecable, pero que sacó definitivamente a QOTSA de la categoría de «banda de nicho» y la puso dentro del mundo pop. Una jugada que puede dejar a unos cuantos caídos, pero que puede elevar al quinteto al status de un clásico del rock. Por ahora, en el desierto de los Stone Age crecen flores, y Homme parece disfrutarlo.