Paloma-gate, o cómo una radio de Talca pidió disculpas a Carabineros por su cobertura de la represión al estallido social en el Maule.
Primer acto: a través de Twitter, y sin mucha información previa, se filtra una carta firmada por Roberto Villalobos Flores, director de Radio Paloma, a Héctor Salazar Muñoz, Jefe de la VII Zona de Carabineros, Región del Maule. En la carta, Villalobos pide disculpas a Salazar “por nuestros titulares y despachos de uno de nuestros móviles”. Más adelante, señala que se han tomado “las medidas necesarias para que dicha situación no se vuelva a repetir” y, en una especie de acto fallido o redacción trunca que podríamos atribuir al apremio, se señala que “siempre vamos a estar dispuestos a cometer” (sic). Cierre de la carta. Se agradece comprensión. Fin.
Segundo acto: lluvia de comentarios odiosos hacia la radio. La carta circula en Facebook y Twitter. Radio Paloma guarda un silencio sepulcral. Yo, sirviéndome de uno de los números que ellos disponen para hacerles consultas vía Whatsapp, les envié un audio consultándoles por lo ocurrido. Con nombre y apellido, claro. Me parecía, en calidad de habitante de la ciudad, una consulta válida hacia uno de los medios más escuchados. Cero respuestas.
Tercer acto: nueve de la noche. Radio Paloma, vía Facebook, lanza una declaración pública. El asunto toma ribetes escabrosos. De acuerdo a lo consignado por Paula Quinteros Corsi, propietaria de Radio Paloma, la carta que circuló fue “extrañamente filtrada a redes sociales”, puesto que su carácter era estrictamente particular hacia el ya mencionado señor Salazar. Cómo llegó la fotografía de esa carta a circular libremente –irresponsablemente— en las redes que por estos días han sido un hervidero de imágenes terribles, pero también de fake news y conspiraciones propias de la paranoia de la derecha local, no lo sabemos.
Quinteros aclara, de pasada, que la radio no tiene ninguna vinculación con Carabineros de Chile al momento de definir la pauta editorial a seguir, especialmente en estos días de agitación. Luego de eso, bypasseando la parte más sórdida y oscura de toda esta opereta –un general de la policía pidiéndole explicaciones a un medio de comunicación y, de pasada, filtrando una carta de carácter privado—, señala que la radio tomará acciones legales contra aquellos que, tras el Paloma-gate, amenazaron con quemar las dependencias del conocido medio de comunicación, etcétera.
Hay, sin embargo, un cuarto acto que vale la pena describir. En la declaración de la radio aparece la famosa carta de Salazar, que hasta el momento era una incógnita. En ella, con un lenguaje solemne y parco, Salazar expresa preocupación por las declaraciones de uno de los reporteros de la radio, que estarían “absolutamente apartadas de la realidad”.
Las declaraciones del reportero en cuestión aluden a la violenta intervención de Fuerzas Especiales en una marcha pacífica realizada el 25 de octubre en la Plaza de Armas de Talca. Para cualquiera que haya asistido a las masivas marchas ocurridas en la ciudad desde hace exactos 14 días, luego de que Sebastián Piñera señalara impunemente en cadena nacional que estaba en guerra contra un enemigo implacable y organizado, es un hecho bastante apegado a la realidad que las intervenciones policiales, haciendo uso indiscriminado de bombas lacrimógenas, gas pimienta y balines, han sido profundamente violentas. A menos, claro, que los protocolos de nuestras policías, orden-y-patria-es-nuestro-lema, sea disuadir elementos subversivos peligrosos para el orden público como mujeres trabajadoras y parejas con coches.
Habría que concederle un punto a Salazar: es muy probable que, detrás de esos cascos o detrás del parabrisas blindado de la micro que ese mismo 25 de octubre se lanzó como un ariete por toda la calle 1 sur, la realidad se vea radicalmente distinta. Quizá, tras ese blindaje, los que andamos en las calles aparezcamos como lo ha descrito el Presidente: vándalos que reciben cuantiosos sueldos de Venezuela, Cuba, Rusia y las organizaciones extraterrestres que quieren acabar con el sueño del Jaguar de América Latina. Como mugre que necesita un poco del cloro policial. Desde ese punto de vista, pues claro, la blanca Paloma miente e interviene la noble labor de nuestras policías: llenar el centro de gases lacrimógenos sin previo aviso, contraviniendo así lo señalado en el Protocolo de Ginebra que señala, entre otras cosas, que el uso de elementos disuasivos debe utilizarse sólo con previo aviso. Pregúntenle, si así lo desean, a cualquiera de los asistentes a las masivas convocatorias de las dos últimas semanas si ha existido tal procedimiento –palabra de uso común de parte de nuestras policías— y les aseguro que tendrán una respuesta negativa.
Todo esto, por cierto, me recuerda a una escena clave de Network, del director norteamericano Sidney Lumet. En ella, Arthur Jensen, interpretado formidablemente por Ned Beatty, increpa a Howard Beale, protagonista de la cinta, por interferir “con las leyes básicas del universo”. Las leyes básicas del universo, en este caso, son el orden social necesario para el correcto funcionar de la economía de libre mercado. “Usted piensa en términos de naciones y personas”, le dice Jensen a Beale. “No hay personas, no hay occidente, no hay tercer mundo, sólo existe el orden del dólar. Esa es la estructura atómica, subatómica y galáctica de las cosas hoy”. Y remata: “no hay democracia. Sólo hay IBM, ITT…”, y prosigue, nombrando una serie de empresas transnacionales. Podríamos decir, de acuerdo al orden actual, que lo real de nuestra época no es la democracia sino Cencosud, Walmart, Santander, Copec.
Contravenir a ese orden, celosamente protegido por nuestras policías al punto de interferir incluso en la labor de un periodista de un medio local, es precisamente el pecado capital que se está cometiendo hoy en las calles de todo el país. La carta enviada por la autoridad de Carabineros a la radio, que ocurre a espaldas de todos y se conoce por una filtración cuyo responsable no conoceremos –quizá un héroe a lo Frank Serpico; tal vez un pobre despistado—, permite que plantee, tímidamente y sabiendo que no tendré respuesta, la siguiente pregunta: ¿quién vigila a los vigilantes?
Porque, hasta ahora, queda más que claro que las vitrinas de un banco o una farmacia son mucho más dignas que la integridad física de cualquier persona.