Radiohead y hacer desconocido lo conocido

por · Abril de 2012

Dicen que de cerca tienen los párpados hinchados. Que desde comienzos de mes que se nota el jet lag entre los seis Radiohead. Sobre un escenario es otra cosa.

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Dicen que de cerca tienen los párpados hinchados. Que desde comienzos de abril —y de gira— que se nota el jet lag entre los seis Radiohead. Sobre un escenario es otra cosa.

La Rolling Stone americana tiene a cinco en su última portada, encima de la frase «still weird, but a lot more fun». Faltó en la foto Clive Deamer, el segundo baterista que en el desierto de Coachella lleva el pulso de “Bloom”. Son las once de la noche y, en efecto, mientras avanza su concierto en el segundo fin de semana de este festival, es extraño pensar en la depresión endógena de sus trabajos noventeros.

De una parte hasta The king of limbs (2011), los de Thom Yorke —43, la camisa ajustada y el pelo largo y tomado— retomaron el rock orgánico, sin nunca engañarse, sin nunca copiar una versión anterior de la banda, como es su sello.

Si hay un grupo creativamente inestable y constantemente mutando, ese es Radiohead.

Parafraseando a la literatura, hicieron desconocido lo conocido, en este caso, en la música.

Como siempre, los de Oxford apuestan por otro camino: ya sea con la depresión de “Creep” —del Pablo Honey (1993)— como un éxito global, lanzando un sencillo promocional de más de seis minutos y con un video que muestra a Boris Yeltsin cortándose en pedazos en la animación de “Paranoid androide” —del OK computer (1997)—, o en los virales y la estrategia tras Kid A (2000), que tres meses antes de su lanzamiento fue filtrado en Napster y mientras el baterista Lars Ulrich buscaba encarcelar a sus fanáticos por descargar temas de Metallica, Radiohead les regalaba animaciones y material inédito.

En estos veinte años que pasaron desde la salida del debutante Ep Drill (1992) hubo más: tocar techo con un disco como el OK Computer —producido por un desconocido Nigel Godrich— y desentenderse de las etiquetas de la crítica y el efecto efervescente de las ventas para volver a experimentar con Kid A o el Amnesiac (2001) y volver a romperla comercialmente y luego aburrirse de su sello EMI, para más adelante lanzar un disco como In rainbows (2007), donde tú ponías el precio o uno como The king of limbs (2011) aparecido sin ningún aviso ni la difusión que uno supone de una banda planetaria.

“15 Step”, “Morning Mr Magpie”. Mientras se apagan los 40 grados que marcó el termómetro en la cálida segunda noche de Coachella, Yorke se cuelga una Epiphone Casino y es evidente que desaparecieron las melodías que tantos himnos fabricaron desde los discos previos a Hail to the Thief (2003). También que la experimentación rítmica trajo una nueva preocupación por las texturas y un énfasis más evidente en los pequeños detalles.

Ahí están las pantallas asimétricas sobre el pedazo de desierto rodeado de palmeras, mostrando en todo momento y desde distintos ángulos que toda la banda está tocando en función de una canción y, de pronto, todo este comienzo centrado en sus nuevos trabajos —siguen “Staircase”, “The Gloaming”, “Weird Fishes/Arpeggi”— no demuestra otra cosa más que, posterior al Amnesiac, Radiohead suena en vivo muy parecido a sus discos, es cierto, pero también que los estudios de grabación no han sido capaces de capturar el sonido real de estas canciones.

¿Cómo es que la banda más experimental vuelve al rock otra vez? Suena “Pyramid song” y el guitarrista Ed O’Brien —43, camiseta cuello en v y sombrero— no quita la mirada del suelo cuando Yorke acaricia el Yamaha U3 52 sentado y aullando de espaldas, mientras Phil Selway —42, pelado— se luce en la batería guiando mágicamente el ride.

Ahora, en la parte central, en donde está el piano, Jonny Greenwood —40, compositor de himnos y multifuncional en vivo— escolta a un afinadísimo Yorke, siguiendo sus notas con una Telecaster en la inspirada “You and whose army?”, mientras cuatro cámaras completan el rostro del cantante en las enormes pantallas laterales jugando a extremar la parálisis de su ojo izquierdo.

Se cierra el segmento Amnesiac y la noche avanza con unas ganas y una vitalidad perturbadora. La cara de Colin Greenwood abrazando su bajo Fender es la misma de Wladyslaw Szpilman interpretando a Chopin en la hermosa The Pianist.

“Nude”, “Kid A”, “Lotus flower”, “There there”. Es el show más perfecto de todo Coachella, un mensaje de los cuarentones para entender que nunca es tarde para volver a inventarse y da lo mismo que Selway haya debutado como solista con Familial (2010) o que Yorke esté preparando el álbum debut de Atoms for peace, o que Jonny sea un prolífico compositor de bandas sonoras y orquestales, incluida su reciente colaboración con el polaco Krzystof Penderecki.

“Karma police”, “Feral”, “Idioteque”. «Beautiful» dice suavemente el cantante, con un tono entre el asombro y la gratitud, una vez terminado el segundo single del OK computer: «for a minute there I lost myself I lost myself» canta todo el público del escenario principal sin música de fondo y con la banda expectante.

Primer bis: “House of cards”, “Reckoner”, “Bodysnatchers”. De a poco se vacía más de la mitad del público con el pulso sedante de esta sección del In rainbows. Los seis vuelven a desaparecer. Con “Give up the ghost” se asoman por segunda vez y sorprenden con el final perfecto: “Exit music (for a film)”, “Paranoid android” y el concierto es historia.

Radiohead y hacer desconocido lo conocido

Sobre el autor:

Alejandro Jofré (@rebobinars) es periodista y editor de paniko.cl.

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