Rafael Berrio: desesperanzada dulzura

por · Enero de 2013

«Canciones que no hablan de sí mismo, sino del derrumbe de una sociedad» dice esta reseña de Diarios, el nuevo álbum del cantautor español, un «Sabina con depresión endógena».

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No quiero pensar que esta es de esas columnas de «la primera vez que escuché a…», pero sí: la vamos a empezar así, solo por motivos estratégicos –espero–. Y ahí va: la primera vez que escuché al español Rafael Berrio fue en casa de un amigo que suele mostrarme mucha música que desconozco, tanta que a veces me abruma y la mitad no la vuelvo a escuchar nunca más. No fue el caso. Era tarde, tipo medianoche de un día lunes, el año 2011. Nos habíamos juntado con la ilusión de hacer un proyecto audiovisual que finalmente se quedó así, en estado larvario. Nos estábamos despidiendo, recuerdo, cuando me invitó a esperar un poco y se sentó frente a su computador y puso un video en Youtube, a pantalla completa. Era el video para “Simulacro” y ya con los primeros acordes, a punta de piano, me había ganado por completo.

Era una canción tan bella como terrible. Piel de gallina instantánea. Mi amigo, irónico, se burlaba de la prensa especializada, como suele hacerlo, con epítetos tipo dicen que es «un Serrat nihilista» y articulaba una sonrisa, «o es como Sabina con depresión endógena», le contestaba yo, con menos gracia.
Una hora después, al llegar a casa, busqué el disco 1971 (Warner Music Spain, 2010), al que pertenecía el video y le di unas escuchas obsesivas durante varias semanas. Era un discazo. Lleno de melodrama y existencialismo. La voz de Berrio, además, tenía ese timbre abúlico que lo convertía en un pequeño mito/maldito. Efectivamente había harto de Serrat ahí, como lo había de Víctor Manuel e, incluso de Raphael, aunque a ratos también recordaba mucho al más emblemático Leonard Cohen y hasta a Lou Reed. Porque Berrio pareciera querer pertenecer a una tradición para destruirla, para revertirla de otras cosas, para pervertirla. Venía del rock, del rock ochentero español, del Donosti Sound de San Sebastián, de la Nueva Ola, del punk vasco. Se acercaba a los 50 años y, pese a todo lo anterior, sonaba tan fresco.

Recuerdo todo esto ahora, porque el pasado 21 de enero, apareció en línea Diarios (Warner Music Spain), su nuevo trabajo, y debo reconocer que lo escuché con algo de temor, no quería arriesgarme a quedar desesperanzado y decepcionado, como una de sus canciones. Pero nuevamente los excesos: no más de dos temas y, a pesar de ser una especie de continuidad de 1971 —se hermanan hasta en la gráfica de portada—, todo parecía ser inmensamente superior. «Ahora que en tu Viena desfallece el bello vals/ y solo el desencanto queda en pie/ Ahora que la orquesta ha perdido su compás/ es hora de irse yendo mal que bien” dice en “La Alegría de vivir” en la apertura. Sigue con “En las lindes del fin”, en donde dispara: «cuando ya nos importe un comino/ el mundo y su torbellino/ y esta inútil pasión de vivir», o en la etílica “Saturno” («El vino del exiliado por el que cobra su terruño/ El vino del joven poeta que lo dispensa del ayuno»).

Ya no solo hace ruido en la nuca la idea de que Berrio le quita la utopía a Serrat, a Sabina y a toda una generación, palpando la derrota y convirtiéndola en un modelo de producción («Creo en la virtud de la desgana» canta en “La Desgana”), sino que sus letras retoman, a su vez y a su modo, otras tradiciones. Berrio es un poeta –por eso, quizá se pasean tantos poetas, como personajes, a lo largo de Diarios—, es un relector enfermizo de Machado y de lo mejor de la poesía española («insomne/ leyendo en las horas sin nombre/ leyendo en el alma de otro hombre», declara en “Insomne”), el usurpador de los cadáveres de toda la Generación del 27, el sobreviviente de muchas guerras, incluyendo la más cruel de todas ellas: la guerra del individuo mismo.

Sospecho que las canciones de Berrio no hablan de sí mismo, sino del derrumbe de una sociedad, de esas que tras recuperar las respectivas democracias, han descubierto una farsa —emotiva, económica, política— de la cual la única forma de escapar es el bajar los brazos. No es azaroso que discos como los de este autor coincidan con la crisis española y europea, así como con esos proyectos locos —como el que teníamos con mi amigo—, que en el fondo no tienen mucha cabida en los grandes moldes de la industria y el mercado de por sí desgastados, estando destinados a fracasar hasta que nos cansemos y empecemos a ver las cosas con una desafiante mirada burlesca, como Berrío, siempre al límite entre la parodia fatalista y la tragedia más pura.

Rafael Berrio hace de la derrota algo tan bello y tan único, con letras que dan escalofríos de tan honestas, que son poemas en su concepción y modelos más clásicos, escritas desde un espejo trizado, viendo la juventud y las ilusiones como algo que quedó atrás y sin culpas, asumiéndose como el cronista de una resaca, un perdedor hermoso capaz de reivindicar a los “Santos mártires yonquis”. Su música, sofisticada, de piano y orquesta, hacen la contraparte, haciendo de Diarios un objeto agridulce, desgarrador y de una particular intensidad.

Rafael Berrio: desesperanzada dulzura

Sobre el autor:

Daniel Hidalgo (@dan_hidalgo). Publicó los libros Barrio Miseria 221 (2009) y Canciones punk para señoritas autodestructivas (2011).

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