Sueños en la Bruma, la nueva novela de Rebeca F. San Román, nos narra a los ojos de una muñeca autómata, un mundo futurista, oscuro y devastado.
–Sé que a la gente no le gusta mucho la literatura fantástica y al tiro la descarta –confiesa al borde de una mesa con su respectiva taza y un libro de ensayos sobre vampiros (tema que reconoce risueña no haber leído desde hace un tiempo), en un frío día de este invierno santiaguino–. Lo sé porque yo también lo hago.
Y es que a sus 32 años, la periodista y escritora Rebeca F. San Román describe su relación con el género fantástico como algo, más bien, azaroso. Un primer registro en su propio historial será su temprano gusto por la poesía de Neruda: «Era súper chica y recitaba ‘Maestranzas de Noche’, ahora sé que es un poema bien político pero entonces no tenía idea de qué decía», recuerda. «Todos se reían de esta niñita recitando, por la onda del poema que le gustaba, pero me gustaba por la fábrica vacía y los obreros muertos, era todo bien oscuro y espectral». Luego de eso, vinieron los libros de una biblioteca en una playa, cerca de donde vivía, en donde leyó cada uno de sus estantes, en orden, hasta dar a los 10 años con el libro que pudo haber cambiado su vida, Entrevista con el vampiro, de Anne Rice.
El tema de los vampiros fue justamente el que abordó en su primera novela Sinfonía Eterna (Alfaguara), publicada en 2009, una juvenil historia de vampiros y góticos que deambulaban el barrio Lastarria, muy en la sintonía de la saga Crepúsculo, boom editorial de la época. Hoy, sin embargo, Rebeca, ha optado por desprenderse de la idea para presentarnos una pesadilla futurista, sin abandonar el gótico, a través de una muñeca autómata, inteligente pero incapaz de sentir emoción alguna, llamada Emily. Se trata de Sueños en la Bruma (Contracorriente Ediciones), una novela que la encuentra con una etapa distinta en cuanto a escritura: «Lo trabajé harto», menciona. «Cuando se lo pasé a la editorial, me hicieron unas correcciones mínimas, en ese sentido fue súper distinto al proceso con Alfaguara, porque a ellos les pasé un libro que no había editado nada y ahí se cortó harto».
—Ya cachái más el oficio, cómo preparar un libro.
–Más que eso, cacho que no podís entregar un libro que no has revisado ni una vez, ni siquiera los puntos, los acentos, nada. Nunca volvería a hacer algo así, fue un jevy error. En ese sentido igual he aprendido, pero no sé si tanto porque no me muevo mucho en el ambiente, ni siquiera sé si voy a publicar o no.
—Esa primera novela superaba las 400 páginas, esta supera las 500. Eres de escribir mucho, ¿piensas en novelas largas cuando te sientas a escribir?
–Tengo un problema con eso, es una incontinencia al momento de escribir. Sé que tampoco es muy popular escribir libros largos, que la gente quiere libros cortos, pero a mí siempre me han gustado las novelas largas, me pasa con escritores como Zambra por ejemplo, que me gustó harto, pero leí una sola novela y no lo volví a leer, porque no me alcancé a encariñar con los personajes por lo cortito del libro. Además soy súper obsesiva, cuando escribo una línea tiene cierto ritmo que me lo da cierta cantidad de palabras y cuando alguien me dice que corte esto, lo hago, y siento que no queda bien.
—Pero las novelas largas me imagino que, además, son tu modelo de lectura, también.
–Es poco popular el lado por el que me voy, me gusta mucho la novela gótica, o la novela moral muy añeja que ya a nadie le gusta. Por ejemplo Clarissa, de Richardson, es mi novela favorita, debe tener tres mil páginas pero leerlo es una maravilla, uno se mete tanto en la historia y se encariña tanto con los personajes, y con la estructura de una novela epistolar de ese tipo, que es admirable. Ahora, claro, la novela actual y moderna es súper directa, sin descripción, sin demasiados adjetivos y mucho más breve. A mí me gusta justamente lo contrario. Recuerdo Las Olas de Virginia Woolf, que no es tan larga, pero es una divagación que la gente en la actualidad no querría leer, creo yo, y a mí me gusta eso también, pero como escribo por el placer de escribir y reflexionar sobre temáticas que a mí me interesan, no pienso mucho en publicarlo. Eso lo hago mucho después de terminar un libro.
—Pero los adolescentes de hoy leen sagas largas, pienso en Harry Potter, que son más de 4000 páginas en total…
–No lo he leído.
—Es que, indiscutiblemente, hay un lector muy joven que crece leyendo a sus personajes, hay un público juvenil que quiere libros o historias más extensas, que podrían sintonizar con Sueños en la Bruma, ¿no crees?
–Me parece que Sinfonía Eterna era mucho más juvenil, por la cosa romántica y el tema de los vampiros, que era una cosa generacional de un público juvenil de ese momento. Con este libro siento que es más difícil encasillarme, porque a pesar de que tiene el tema de la muñeca, es una fantasía, está ambientado en un mundo futurista, al final es pura ideología, es pura discusión sobre política y tiene poca acción, porque es eso: personajes que dialogan sobre la imposibilidad de una utopía. Cuando lo estuve escribiendo, estuve marcada por muchos autores lejanos a lo juvenil. Ahora, si llega a un lector juvenil, me parecería súper bien.
—¿Cómo nace una novela tuya?
–Al principio tengo una idea vaga de lo que quiero hablar, alguna temática, como el doble, o lo que nos hace humanos, no sé. Y en general, tengo el final en mi cabeza, algunos diálogos, los personajes hablan en mi cabeza y los anoto en alguna parte, ahora tengo un pizarrón y ahí armo todo, pero no tengo una estructura clara de aquí va a pasar esto, o los personajes se van a encontrar en este punto, en general me siento y escribo y confío en el libro. Yo pienso que los libros son mucho más inteligentes que quienes los escribimos. Si estoy describiendo una puerta por ejemplo, y no sé qué hay tras esa puerta pero sé que es importante porque la escritura del libro me hizo avanzar y detenerme en esa parte, el libro es el que sabe, es un poco así.
—Además buscas atmósferas o influencias determinadas en tus historias, como el gótico femenino, o las utopías libertarias, como dice en la contraportada de esta novela.
–El gótico femenino siempre me ha gustado mucho, como Ann Radcliffe o todas las otras autoras, o como el gótico en general, el masculino también pero por un tema de género, encuentro que el femenino toca temáticas más interesantes. Cuando empecé a escribir este libro pensé que podía seguir esa estructura, seguí el método radcliffiano clásico que es dar estos guiños sobrenaturales pero que al final se explican de forma racional.
—¿Y esta muñeca –Emily, la protagonista– que es medio robot, medio mágica, medio humano, de dónde viene?
–Siempre me han gustado las muñecas aunque me inquietan, también. No te digo las Barbie o qué se yo, sino las muñecas victorianas, o las muñecas dollfie, estas japonesas que son articuladas e increíblemente reales que pareciera que te estuvieran mirando, son hermosas y tan perfectas que se alejan de lo humano. Me interesan por eso, porque nos ayudan a definir qué es lo humano. Con Sinfonía Eterna quedé súper desencantada, porque pensé que el libro iba a ir para un lado pero fue para otro. Siempre he sido de izquierda y todo, pero cuando terminé de escribirlo quedé mal con el ser humano y con la idea de las utopías de izquierda incluso, porque me di cuenta de que son paternalistas y huecas y falsas, entonces empecé a escribir este libro con la premisa de que el ser humano es una criatura nefasta, sin ningún atisbo de luz, pero también este libro me llevó para otro lado, terminó siendo uno esperanzador para gente como yo, que ve las cosas, de pronto, muy oscuras.
—Bueno, en la novela presentas esta suerte de poblado distópico que bautizas como Beulah, sacado de la mitología de Blake.
–Me pasó algo curioso cuando escribía de eso. Me gusta más el romanticismo alemán que el inglés, pero Blake es el que da el pie para el movimiento en Inglaterra crezca, y estaba haciendo este libro, y tenía que hacer un mundo devastado y en una ciudad que no podía ser situada en términos geográficos, pero a la que llegaba gente de todos lados, muy multicultural, y que todo eso estuviese anulado por las restricciones que había, un lugar en donde había mucha calma en apariencia pero que detrás tenía mucha represión, y esa ambigüedad se reflejaba muy bien en la idea de Beulah de Blake, pero cuando terminé de escribir el libro, leí una novela de una escritora que a mí me encanta que es Angela Carter, una novela vieja que se llama La Pasión de la nueva Eva, y el personaje es un hombre que se llama Evelyn, que es secuestrado y llevado a una ciudad subterránea con puras mujeres, en donde lo convierten en mujer para inseminarlo con su propio semen y así nazca un nuevo mesías, es una cuestión súper freak, y esta ciudad se llamaba Beulah también, y de hecho cita lo mismo que yo. Cuando leí esto, pensando que había sido súper original yo, y al final no lo fui, podría haber pensado en cambiarle el nombre a la ciudad, pero me pasó al contrario, sentí que lo estaba haciendo bien. Siento que es significativo estar en la huella de algunos de los referentes que tengo.
—El contexto del libro, además se da por una catástrofe, ¿eres de la idea de que una catástrofe universal sacaría lo peor de nosotros? De hecho, en tu Beulah ya no hay cultura, ni arte.
–Se supone que se juntan dos cosas: una catástrofe de orden natural, se limitan los recursos y la humanidad deriva en una gran guerra que destruye todo. Porque de momento vivimos en una sociedad que está muy interrelacionada, incluso con países menos desarrollados, incluso en Chile, de pronto hay gente alarmista que dice que vamos a volver a lo de la UP o que pasó esto y van a sacar a los milicos a la calle, y es imposible porque estamos tan interrelacionados en términos económicos, que al tiro cortarían las relaciones internacionales, se irían al carajo. En el libro, ocurre eso, se destruye el planeta y los pocos sobrevivientes que viven en esta ciudad, por la arrogancia, prohíben todo lo que recuerde al mundo anterior, como todo lo maravilloso que el ser humano hizo. Tenía que ser así para que pudieran darse las condiciones de hacer las cosas distintas. Ahora, uno puede decir que el mundo es una porquería o que el modelo es terrible, mucha gente puede estar de acuerdo con eso, ¿pero qué posibilidades hay de cambiar el modelo mundial? Ninguna. Tendría que haber una catástrofe que borre todo, y no tener historia, y así podríamos hacer las cosas distintas.
—Pero por ejemplo, cuando ha habido catástrofes, hay cambios en la sociedad.
—¿Tú sientes que cambia? Yo creo que ni la Revolución francesa pudo cambiar algo, porque al final se perpetúan las estrategias de los poderes fácticos, quizá cambia el color político arriba pero sigue siendo la misma basura.
—Ah, bueno, en términos políticos y económicos está siempre la idea del poder y de los oprimidos, en todos los modelos, de hecho.
–Mira, cuando escribía este libro pensaba en el borderline disorder de la siquiatría, se supone que una experiencia traumática temprana te marca y deja una cicatriz y luego tú haces tu vida y armas tus relaciones de tal forma que puedas repetir eso, en un ciclo enfermo del que no estás consciente, la historia hace lo mismo, repetimos los mismos errores del pasado y la única forma de romper eso es que haya un borrón y cuenta nueva.
—Me contabas antes de empezar la entrevista que tenías varias novelas inéditas, ¿cómo lo haces para escribir ficción, trabajando como periodista?
–Trabajo en una agencia en el día y, en general, escribo en la noche, duermo súper poco, normalmente después veo una serie y me acuesto tipo 5 de la mañana, trato de dormir siesta igual, si puedo. Es difícil, ahora como tengo más trabajo y estoy más vieja, estoy como más cansada que antes, pero si no escribo me siento mal, me enfermo, porque es terapéutico, porque escribir es reflexionar sobre tus temas o tener un diálogo con tus personajes, sobre situaciones que pasas en cierto momento, todo es súper vivencial, aunque no lo parezca.
—En ese sentido, te has aferrado a cierta ciencia ficción o fantasía y en Chile ha habido un auge de lo fantástico en los últimos años, ¿te sientes cercana a ese mundo?
–Es compleja la pregunta porque, la verdad, nunca me ha gustado la ciencia ficción ni lo fantástico, mi mamá es fanática, pero a mí siempre me gustó más el tema de los vampiros y las novelas de horror, la fantasía más oscura, quizá, pero sería eso, no más. La única novela chilena de fantasía que he leído ha sido La Hermandad Halloween de Ignacio Fritz.
—Ya, no eres como de ir a foros, ni mesas en ferias.
–No, y nunca he leído El Señor de los Anillos, ni Harry Potter, ni esas cosas. Me interesa el tema de los ángeles caídos, pero más no ficción que ficción. Ahora, creo que es una buena herramienta en lugar de hacerlo a través de una novela realista, para ciertos temas.
—¿Cómo te imaginas al lector de esta novela?
–Me gustaría que mi lector fuera como yo, pero no sé, creo que el libro funciona para gente que le gusta la fantasía, incluso para gente mayor que busca literatura más seria, tiene el tema político, el tema del romanticismo. Aunque sé que no es algo muy popular que digamos.
Sueños en la Bruma se presenta este viernes 31 de julio, a las 19:30 horas en la librería Qué Leo de Providencia.
Sueños en la Bruma
Rebeca F. San Román
Contracorriente ediciones, 2015
548 p.