Se centraron en sus fans más recientes y se dieron un par de gustos, haciendo un setlist algo extraño para quien buscara nostalgia dura.
Suenan los primeros acordes del show de Nine Inch Nails, cuando ya una amplia audiencia toma posición frente al escenario en que se presentará Red Hot Chili Peppers en una hora más. Sin duda, los californianos son la banda más popular de la actual versión de Lollapalooza Chile y eso se evidencia en las poleras, jockeys y cintillos con el símbolo del grupo que desde el mediodía se observan a lo largo del recinto. No solo eso, sino que, además, la diversidad social y etaria de esa concurrencia anuncia que no se trata de un grupo de nicho, ni del último nombre elevado por el hype: se trata, en efecto, de verdaderos dinosaurios vivos de la historia reciente del rock global y, en términos simbólicos, parte también de la historia del propio festival, cuando encabezaban el cartel en esos iniciáticos noventas norteamericanos.
Con más de 30 años sobre las pistas, cuatro presentaciones anteriores en nuestro país (dos en 1999 en la Estación Mapocho, una en 2002 en el Estadio Nacional y una en 2011, en el Estadio Monumental), diez discos, hits radiales y emocionales que marcaron épocas, una estética y sonoridad moldeada a punta de homenajes y relecturas que hicieron tan propia como reconocible, los Red Hot Chili Peppers suben al escenario a las 21:45 horas. Despliegan una jam –recurso que usan desde hace años, pero que en este show será una contante, casi antes de cada tema– para dar paso a “Can’t Stop”. Siguen –de nuevo jam mediante– con “Dani California”, luego “Otherside”, sin tregua, para recién llegar a “Factory of Faith”, tema en clave post punk y música disco, perteneciente a I’m with you (2011), su última placa a la fecha.
Por supuesto, hay un vacío: el histórico guitarrista John Frusciante. En su lugar está Josh Klinghoffer, de menor virtuosismo pero que, con paciencia, ha logrado tapar el abismo dejado por su antecesor. Más evidente que en los primeros shows de presentación de I’m with you, el de Chile 2011 incluido, Klinghoffer ha perdido cierto respeto por los solos y acordes de Frusciante, una reverencia que lo tenía relegado a ser un émulo, convirtiéndose ahora en un aporte al sonido de la banda, refrescándolos, volviéndolos novedosos. Esto se nota, por sobre todo, en la armonía que consigue con Flea, desde el bajo, Chad Smith –el baterista que más rompe baquetas– y Mauro Refosco, el percusionista brasileño que los acompaña en esta reinvención en vivo, aportando también un groove particular. Quizá en este punto es desde donde se entiende tanta jam, que con la categoría que poseen estos músicos, no pueden ser sino detalles sabrosos, música viva, creatividad instantánea y virtuosismo para cualquier fan y amante de la música.
Le siguen “Snow” y “The Adventures of Raindace Maggie”. Si Flea no es el mejor bajista del rock, es lejos el más carismático y verlo en escena siempre es un deleite, con sus bailes, su ternura retórica y esos slaps como pocos pueden interpretar –¿de qué están hechos sus dedos?–. Flea, además, ha sabido cómo sacar adelante a la banda cuantas veces ha sido necesario, aún tras la pérdida de guitarristas que las oficiaron siempre de cerebros creativos –no solo Frusciante, sino también Dave Navarro, en el hoy sepultado pero glorioso One Hot Minute (1995), o su primer guitarrista y fundador, el fallecido Hillel Slovak, de un periodo que ya parece prehistórico. En ese sentido, se valora la incorporación de temas del poco atendido I’m with you (se suma además “Ethiopia”), en donde se sumergen en otras formas de componer y sonoridades distintas, una muestra de que la banda sigue viva y no usufructúan del tributo a sí mismos, que hubiera sido lo más fácil.
“I like dirt” es rescatada del Californication (1999), y la hermosa “Wet sand”, quizá uno de los temas más bellos de su doble Stadium Arcadium (2006), está ahí por petición de los fans a través de redes sociales. Le siguen “She’s only 18” y el himno “Under the Bridge”, activando un masivo karaoke.
Es el turno de “Californication”, seguida de “By the Way”, y la asistencia vuelve a reventar, despierta, salta, ovaciona. Salen.
Para el regreso, una jam a cargo de Chad Smith y Refosco: tribal, funky y poderosa. Vino “Around the World” y, luego, lo que podía ser el inicio de “The Greeting Song”, un lujo del Blood Sugar Sex Magic, en realidad fue un relajo de Klinghoffer, preparándose para cerrar definitivamente con “Give it Away” y esa cita final a “Sweet Leaf” de Black Sabbath. Todo el mundo quedó arriba, listos para emprender éxodo, en busca de suerte que les permitiera movilizarse a sus hogares, tras una hora y cuarentaicinco minutos de show y una maratónica jornada de un festival que con artistas de esta talla se deselitiza y se abre a la masividad.
Lo peor que puede tener una banda como Red Hot Chili Peppers en la actualidad, es el fan que no los deja o no sabe envejecer junto a ellos. Está claro que en su carrera han dado vueltas una y otra vez, que sus primeros discos –The Red Hot Chili Peppers (1984), Uplift Mofo Party Plan (1987), Mother’s Milk (1989)- desaparecieron completamente de su cartografía en vivo, así como One Hot Minute y Blood Sugar Sex Magic, al que revisitaron solo con los dos clásicos temas, y que sin embargo, en los últimos 15 años, han sabido llenar de éxitos de sus últimas producciones —11 de los 15 temas interpretados fueron singles radiales—, tanto así como para desenmarcarse de los tatuajes y torsos desnudos, del funk rock, de los saltos y los excesos, privilegiando las buenas canciones melódicas, a las que Kiedis ha tenido que adaptarse por sobre sus limitaciones vocales conocidas. Los Chili Peppers, conocedores de la dinámica de los grandes festivales, se centraron en sus fans más recientes y se dieron un par de gustos, haciendo un setlist algo extraño para quien buscara nostalgia dura, pero imbatible para una banda con presencia gloriosa no solo en los ahora manoseados noventas, sino también en las décadas que le han seguido. Que estén más viejos y pausados, es natural, y de alguna forma, les da el derecho de tocar lo que quieran, mientras lo hagan con ese talento que los ha hecho sobrevivir hasta nuestros días, de la forma más digna.