Fuimos al estreno de Nunca vas a estar solo, la primera película de Álex Anwandter, que se inspira libremente en el caso de la muerte de Daniel Zamudio, y estas fueron nuestras impresiones.
La semana pasada fue el estreno de Nunca vas a estar solo, la primera película de Álex Anwandter que se inspira libremente en el caso de la muerte de Daniel Zamudio. Pablo (Andrew Bargsted) es un estudiante de danza que vive con Juan (Sergio Hernández), su padre, un empleado de una fábrica de maniquíes que siempre ha soñado con ser socio de la empresa. Pablo es golpeado por otros tres chicos de su edad, vecinos del barrio, que han adoptado ideas neonazis. Le pegan porque es gay, porque es más débil, porque pueden. Sus fundamentos son ambiguos y brutales. Queda hospitalizado, inconsciente y comienza la angustia y la soledad del padre quien nunca llegó a conocer verdaderamente a su hijo y que ahora no puede entender qué le pasó. Es una historia de violencia, de intolerancia y de marginalidad, pero es sobre todo una historia de la angustia y el desamparo de saber que vivimos en un mundo hostil.
La violencia no es solo violencia de género ni aparece solo en el momento de la golpiza. Los personajes sufren dificultades económicas, tienen aspiraciones sociales imposibles, son testigos de un sistema de salud privatizado e injusto y de un sistema judicial hermético e inaccesible. Félix (Jaime Leiva), uno de los chicos que golpean al protagonista, le dice a Juan que «tiene un hijo fleto y que le iban a sacar la chucha cualquiera de estos días». Es una justificación para quitarse la culpa, pero en el contexto de la película es también una verdad que pesa sobre todos los personajes. El hijo en el hospital es el primer golpe para un padre que vive este proceso como el abandono del mundo, como el inicio de una nueva conciencia sobre el país en el que vive.
Pero la fuerza de la película, más allá de su temática, se basa en que la narración es el resultado de distintos recursos estéticos. La fotografía y la banda sonora construyen una atmósfera que se vuelve protagonista y es indisociable del guión. Los hechos se cuentan con los mínimos elementos. Los diálogos nunca se extienden más allá de los necesario para seguir el relato. Al principio, las acciones suceden en planos cerrados dentro de la casa o en la pieza. Entre estos se intercalan paisajes de una ciudad que amanece, inmensa y desoladora. La cámara acompaña todo el tiempo la intención de cada escena. Luego de la golpiza se ve al padre solo, derrumbado en su sillón, mientras la cámara se aleja con un movimiento limpio. La música llena el espacio de una atmósfera agobiante. Vemos al padre destruido y nos impregnamos de su soledad.
El trabajo sonoro es, quizás, el punto más fuerte de esta película. Teclados ambientales o acordes lentos de piano y cuerdas acompañan las imágenes, sonidos característicos de la música del director, pero que, despojados de los ritmos bailables y de la voz pop, se vuelven profundos e intensos. Por momentos recuerdan el trabajo de Vangelis en Blade Runner, acordes que ponen la historia en perspectiva y que nos hacen pensar en una soledad y en un futuro mucho mayor al que remite el guión. Nunca vas a estar solo es algo más que el relato de una historia. Nos hace entrar en el espacio emocional de los personajes, en todo eso que no dicen, y de ahí nos lleva al mundo en el que viven. Nos enfrentamos a la perspectiva de un futuro desolador en el que el único refugio es la soledad.