Enfermedad y literatura parecen conceptos hermanados. Así tenemos niños enfermos que escapan de su postración a través de la lectura, lectores que se contagian con las personalidades de los personajes que leen y escritores con grave estado de salud que mueren trabajando en un nuevo libro.
Estas últimas noches se hace acentuado en mí, más que nunca, la certidumbre de que enfermedad y literatura son conceptos hermanados. Así, tenemos niños enfermos que escapan de su postración a través de la lectura, lectores que se contagian con las personalidades de los personajes que leen, escritores con grave estado de salud que mueren trabajando en un nuevo libro. En suma, los cuerpos tanto de los lectores como de los escritores pueden confundirse y contagiarse con los cuerpos textuales que leemos o escribimos. La enfermedad empieza como lenguaje y se hace carne, en nosotros. Eso queda claro en la lectura de Relatos enfermos, antología de cuentos editada por Javier Guerrero.
En la magnífica introducción del libro, su editor Javier Guerrero señala: «Relatos enfermos reúne un grupo de cuentos, algunos de ellos escritos especialmente para este libro, que inquieta la muy recurrente oposición entre salud y enfermedad y propone nuevas maneras de relatar. Aquí, la enfermedad es un pretexto para narrar y, en especial, para narrar el cuerpo. Los relatos lo desordenan, lo rearman cuando resulta posible, otras veces lo desvanecen y desesencializan».
El libro tensiona, incomoda, enferma. La enfermedad no solo se textualiza sino que el propio lector participa del proceso al empezar a sentir el malestar en su propio cuerpo. Como en “Lo profundo”, de Lina Meruane: «No se iba a dejar coser el agujero que ellos le habían abierto. Se lo habían dejado ahí, ese ojal de piel auscultando lo profundo, ese ombligo oscuro, supurante, cubierto apenas por un parche que bordeaba los largos pelos de abajo». Como en ese texto, los demás relatos del libro demuestran la potencialidad del lenguaje para construir, imaginar y deshacer el cuerpo. Cómo la palabra puede transformar o confundir nuestra propia salud física y mental.
Sin duda, uno de los aspectos fundamentales del libro radica en que, como antología, ofrece un panorama de lo mejor de la narrativa latinoamericana de las últimas décadas. Relatos de las escritoras chilenas Lina Meruane y Diamela Eltit, de los venezolanos Alberto Barrera Tyzska y Javier Guerrero, los mexicanos Margo Glantz y Mario Bellatin, los argentinos Sylvia Molloy y Sergio Chejfec, el boliviano Edmundo Paz Soldán y el cubano Reinaldo Arenas. La narrativa latinoamericana reciente es una enfermedad, nos infecta, nos agota hasta querer llevarnos a no desear otra cosa salvo leer. Relatos enfermos logra dar con este síntoma.
Por tanto, Relatos enfermos no da tregua, contagia su lectura, en la que cada cuento nos transmite un virus diferente, uno que nos hace cuestionar nuestra propia concepción de aquello que es sano, de aquello en el que el cuerpo expresa una falta o un exceso.
Relatos enfermos
Javier Guerrero
Literal, 2015
200 p. — Ref. $19.000