Ricardo Martínez: académico pop

por · Agosto de 2013

“Condell” es la primera novela de descarga gratuita de Ricardo Martínez, alguien tan preocupado de los memes en Internet como de sus clases en ramos como Clásicos AM.

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Condell es la primera novela breve de Ricardo Martínez (1969), el académico del pop, alguien tan preocupado de los memes en Internet como de sus cátedras en ramos como Clásicos AM. Publicada de manera gratuita por la editorial en línea cumshot.cl, Condell narra el tedio de un par de amigos veinteañeros que se van a vivir juntos a un cité de un Santiago extraviado en incipientes fiestas y emepetreces.

Armada de pequeñas crónicas autobiográficas, la novela de Martínez avanza entre drogas blandas, varios gatos, planes vampiro para conectarse a Internet y loza con hongos, todo aplastado contra las murallas de una juventud aparentemente sin destino.

 

Ricardo, tú estudiaste literatura, ¿pensabas en ser escritor?
—No, nunca, pensaba en ser lingüista. No entré a literatura pensando en escribir, sino que era el paso obligatorio para estudiar lingüística.

¿Qué te llamaba la atención de la lingüística?
—Tenía mucho interés en entender qué es lo que hace nuestro cerebro cuando hablamos o leemos. Qué tipo de maquinaria hay detrás de algo tan natural como el lenguaje.

 

Martínez, que también es asesor musical de la serie Los 80, mantiene desde 2009 el blog Tercera cultura, «con la idea de divulgar los extraordinarios hallazgos, iluminaciones y epifanías que hemos tenido a lo largo de la presente década en nuestros estudios de la ciencia de la mente». Algo así como datos científicos con escote, o manuales de electrodomésticos con letra grande: un blog interesado en la ciencia, pero en un entorno humanista.

Hoy, junto con sus horas como profesor universitario, publica notas dedicadas a explorar el lenguaje y el conocimiento en Las Últimas Noticias. «Casi todo se hace por la escritura hoy. Escribir es como hablar a estas alturas del partido; hasta para sacar plata del cajero automático tenemos que escribir», dice.

Condell¿Cómo nace Condell?
—Todo parte de la experiencia, de una vida de dos años en ese cité, y la necesidad de contar cómo era esa vida. Al principio fue solo un juego para compartir con amigos, y la idea principal era hacer algo que fuera como las entradas de Facebook, textos cortos, fáciles de leer. Me preocupé de escribirlo con un Lexile bajo: un “Lexile” es una medida de la dificultad de lectura. La idea es que lo pudiera leer cualquier persona, especialmente gente que no lee mucho literatura.

—¿La brevedad tiene que ver solo con eso? Lo pregunto porque hay otros relatos de extensión similar publicados el último tiempo, como Camanchaca de Diego Zúñiga, o Bonsái de Alejandro Zambra.
—Claro. Solo que tanto Camanchaca como Bonsái son breves en su totalidad, pero sus secciones son más extensas. La idea de los párrafos únicos y cortos por capítulo tenía que ver con que una persona pueda leerlo en una o dos idas al baño. Para leer Camanchaca o Bonsái hay que ir con harta necesidad al baño.

¿Por qué la elección de fragmentar y no contar con una anécdota central en Condell?
—Yo creo que la vida no tiene anécdota central, y si trataba de hacer algo que se pareciera a la vida a fines de los noventas en el inicio de Internet, la anécdota central me parecía un pie demasiado forzado. No hay en la vida un guionista que se preocupe de la trama principal, las cosas pasan muy al azar, a tumbos, sin razones aparentes.

Yo creo que la vida no tiene anécdota central. Las cosas pasan muy al azar, a tumbos, sin razones aparentes

—¿Qué es lo peor de tener menos de 30 años, como los personajes de Condell: la loza con hongos, que la mejor mina alrededor sea Lara Croft, la conexión por dial-up a Internet?
—Me pasó algo raro. Cuando salí del colegio tuve un shock por la excesiva libertad que tenía. Podía o no entrar a clases, podía o no estudiar para la prueba. No había nadie mirándome. Así que dediqué tres años a jugar flippers en los Diana del Paseo Ahumada. Llegaba a las 9:00 cuando abrían y al mediodía me pasaba a comer una hamburguesa Golf al Burger Inn que estaba al lado. Volvía a mi casa como a las 16:00 y así por semanas y meses, hiciera frío, lloviera o se cayeran los patos asados. Lo peor de tener menos de 30 años, vivir solo y tener un PC conectado al dial-up es que realmente puedes hacer cada día lo que se te antoje (en realidad esto es flojonazo), pero al final del año miras para atrás y lo único en que has progresado es que has encontrado como resolver el Pokèmon Blue.

Hay una intención de dibujar un Santiago barrial en el libro, de mostrar también sus cambios, por ejemplo, a través de los graffitis. ¿Qué te pasa hoy con ese proto-barrio Italia? ¿Qué lectura haces tú?
—No me gustan mucho los libros que tienen una moraleja o mensaje, porque no les creo. Pero es obvio que en lo que escribí hay algo que tiene que ver con el barrio, con los cambios, con la época. Supongo que eso es siempre así. Si las historias de Condell pasaran en, no sé, Requínoa en 2003, sería lo mismo. De todas formas, creo que se puede hacer una lectura, y esto lo hago como lector, no como autor. La lectura es que efectivamente el barrio se gentrificó. Pero se gentrificó por la misma razón por la que llegamos allá en 1998: era barato, tenía buenos servicios, estaba cerca de todo, tenía una historia detrás, que es lo que contaba el peluquero del barrio en Condell. Hay un artículo en la revista ISI 180 que se llama “La colonización de barrios céntricos por artistas” que habla de esas transformaciones. Nosotros no éramos artistas, pero sí la casa donde vivíamos había sido primero un taller. No sabes la cantidad de días que pasamos virutillando el suelo tratando de sacar las manchas/capas tectónicas de pintura que habían dejado los moradores anteriores.

¿Qué libros fueron importantes para ti durante esa época?
—La respuesta es solo una o dos: Vidas mínimas de González Vera y Los hombres obscuros de Nicomedes Guzmán, y algo también de la sensibilidad y el estilo de Manuel Rojas. Todos ellos hablan sobre los cités, sobre la vida en los conventillos. Claro que a inicios del siglo XX. Y nuestra historia pasa a finales. Hay una serie de fantasmas de una época dolorosa, precaria y muchas veces epifánica en cuestiones tan sencillas como contemplar la luz en el pasaje, que a mí siempre me conmoverá más en estos tres escritores que en ninguno otro.

¿Y cómo lo hacías para bajar archivos MP3 en 1998?
—La única forma era a través de tipos que vendían CDs con cosas. Y lo otro, pero mucho más malo, era Lycos que tenía un buscador de MP3. Finalmente, estaban los grupos de binarios en Usenet. Cuando en 1999 apareció Napster, fue otra cosa. Bajé “Catch me I’m falling” de Real Life en seis horas (tres megas), y era tan feliz.

 

La ventaja de la libertad y de que no haya un guionista de la vida es al mismo tiempo lo más horroroso.

Condell narra días de veinteañeros aparentemente sin destino. Un universo que podría ser imaginario pero que se vuelve real cuando Martínez escribe, en medio del tedio, la palabra dolor. «No fueron años buenos esos. Los mayores dolores de la vida ocurrieron entonces. Es mejor no escribir de esas cosas»

—¿Qué ocurre allí?
—El abandono. No de los amigos, no de los padres, de la vida. Hay veces en que uno se siente abandonado por la vida, tenga 5, 10 ó 45. Es como el inverso de la falta de guión. La vida no tiene guión y eso es doloroso. Qué bueno que me lo preguntes, porque para mí, esa es la línea central del libro. La ventaja de la libertad y de que no haya un guionista de la vida es al mismo tiempo lo más horroroso.

Hay un capítulo del libro que se llama “La misa” donde tu personaje invita a integrantes de una comunidad cristiana de Viña. ¿Hay alguna lectura teológica en esa última respuesta?
—Supongo que en esa época, en que era más creyente que ahora, sí la había. Hoy y cuando escribí el libro, no. En serio que no sé la respuesta.

¿Qué te gustaría que pasara con el libro?
—Ya pasó. Se publicó y lo leyeron muchos amigos y algunos amigos nuevos.

 

Descarga Condell de Ricardo Martínez desde este link.

Ricardo Martínez: académico pop

Sobre el autor:

Alejandro Jofré (@rebobinars) es periodista y editor de paniko.cl.

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