«Ya po, maestro, córtela con la represión», dice un punky cuarentón en la entrada del Teatro Caupolicán. Se lo dice a un guardia que ordena las rejas. Alrededor del punky, 3 ó 4 jóvenes con lentes de sol, a pesar de que la lluvia es inminente. Falta poco más de dos horas para que abran […]
«Ya po, maestro, córtela con la represión», dice un punky cuarentón en la entrada del Teatro Caupolicán. Se lo dice a un guardia que ordena las rejas. Alrededor del punky, 3 ó 4 jóvenes con lentes de sol, a pesar de que la lluvia es inminente. Falta poco más de dos horas para que abran las puertas y la fila de espera no alcanza las 15 personas. Parece que no va a pasar nada, aunque adentro Los Miserables tienen su prueba de sonido.
Un guanaco pasa rápido por San Diego. Atrás, una micro que parece ballena arrastrándose por los charcos de agua. En una muralla, al costado, un afiche gigante en blanco y negro dice: «El Último Ke Zierre celebrando sus 25 años en Santiago de Chile. 21 de Mayo». Los jóvenes de lentes conversan con una lata de cerveza disimulada tras una bolsa negra. Andan todos los pacos pa’ la Alameda, así que hoy día va a estar tranquila la cosa, dice uno. ¿Y por qué están todos allá, qué pasa?, pregunta otro. Es 21 po’ loco, está la pura cagá con las protestas, le responden.
Las puertas del Caupolicán se abren antes de lo anunciado. «No quiero nada de fila, así evitamos que se entren», le dice un mando medio a los guardias, que se preparan para revisar hasta las cabezas rapadas de los que ingresan. Toquetean hasta las orejas, como si escondieran una botella allí entremedio de tanto cartílago. Afuera, hay gente revendiendo entradas y una mujer que dice tener las mejores poleras a «precio bacán». Falta poco para las 18:00 horas y se escucha un estruendo atrás, unas 300 personas entran a la galería del recinto. Gritan, ríen, beben y fuman felices de meterse sin pagar. Colorean el lugar con sus crestas verdes y rosadas, con sus trajecitos de animal print leopardo. Se lanzan hacia abajo, rompen cables y caen de cabeza al suelo. El público que sí pagó celebra la hazaña, graban con sus cámaras modernas y aplauden.
Ahora el escenario queda a oscuras. Atrás, una proyección muestra el logo «Políticamente Incorrectos (soeces y anacrónicos): Los Miserables». Claudio García, el vocalista, viste una camiseta de Palestino y le cuesta alcanzar el micrófono: está muy alto para su metro sesenta de estatura. Canta tres canciones y va detrás de la batería. Se tira una raya o quizás más de coca. Es evidente y lo hace sin esconderse. Los integrantes de la banda lanzan pelotas de fútbol al tocar “El Crack” y luego de 45 minutos se despiden excusándose de que la fiesta es de sus colegas españoles El Último Ke Zierre.
El público grita, chifla y tira latas de cerveza esperando que salga EUKZ. Alguien más se tira desde la galucha y corta los cables de la pantalla, así que la banda tocará sin proyección. Salen los integrantes: Kusio en batería, Sam y Óscar en guitarras, Pedro en el bajo y Roberto, que se hizo esperar, en la voz. «Hachís, que me matas, pero sin ti no podría vivir, te canto bajo tus efectos, eres mi mejor defecto», corean las tres mil personas junto al cantante.
Durante las dos horas del show de los valencianos, los jovencitos rebeldes y punkies se aprietan entre sí, sacan fotografías con sus teléfonos, sufren y liberan la rabia a través del griterío, de lanzar botellas, latas y cuanta mierda llegue a sus manos. Rober, el vocalista, lo único que hace es reír con el show paralelo que entrega el público.
La banda hace ademán de irse, pero vuelven a tocar un par de canciones más. «Ya po’, weón, rájate con una línea», les grita una mujer con un estilo que los españoles probablemente no entienden, mientras tocan canciones que aluden a Chile, aunque el público chifla y reclama cuando Rober pone una bandera chilena regalada por un fan. «Saca esa weá», grita un joven sin polera y con suspensores. La banda hace alusión al movimiento estudiantil y pide educación gratuita. «Ay, a veces pienso en aquel poeta y con qué tuvo que pagar. Canto, qué mal me sales cuando tengo que cantar espanto», gritan banda y público. La canción se llama “Canto” y su letra está inspirada en Víctor Jara. El show acaba y afuera ya no llueve.