Los recolectores de basura piden mejorar sus condiciones de trabajo y por eso están en paro en 50 comunas chilenas. Algo huele mal en el servicio.
Los recolectores de basura piden mejoras de sus condiciones de trabajo y por eso están en paro en 50 comunas chilenas. Algo huele mal en el servicio: sueldos bajos, turnos del infierno, entornos precarios. Hace poco menos de un año, antes de podrirse todo, un equipo de la extinta revista Parq reporteó la situación en el Centro de Santiago. Estos son los hechos.
Fotos: Pablo Donoso
Noche en la ciudad y mientras en el Centro de Santiago los santiaguinos tiran sobras y sus envoltorios (y todo lo que la imaginación pueda contener en una bolsa tan grande como para meter un televisor), otros las recogen cuando se acaban los pasos y se bajan las cortinas metálicas.
Así parte el viaje de la basura antes de llegar al relleno sanitario.
Andrés tiene 35 años y una cita a medianoche. Andrés es solo. Uno día de esos malos terminó en la cárcel y al salir hace un par de años no tenía a nadie: ni familia, ni amigos, mucho menos su novia. Lo único que quedó en el mismo lugar fue el Santiago de noche, con sus calles silenciosas y las esquinas con bolsas y cajas de basura por escarbar.
Andrés tiene una cita con una bolsa de basura a medianoche. En una sola jornada, entre los residuos, puede encontrarse con pañales o gatos muertos. Pero también con comida en buen estado o la mitad de una bebida sin gas. El botín de esta noche es más de una docena de colgadores de distintas tiendas del retail que hacen del Paseo Ahumada un mall al aire libre.
Andrés viene acá por simple sobrevivencia. Cada noche es una más de las sombras que escarban entre los cerros de bolsas negras del centro. Otros se mueven entre los desechos por dinero.
Lo peor es el horario. Partimos a las ocho de la tarde y terminamos de trabajar a las cinco de la mañana, sin ninguna protección y con tiempos muertos de más de 30 minutos.
Hace 17 años que Víctor y Héctor trabajan para la Municipalidad de Santiago colgando de los camiones recolectores. Sus “días” parten a las ocho de la tarde y terminan a las cinco de la mañana, lo que los hace invisibles para el ritmo de la capital.
Ese extraño horario lo aprovechan para llegar a despertar a sus hijos y enviarlos hasta un colegio ubicado en Estación Central.
Víctor no se queja: la paga y los beneficios están bien, sumados a los billetes y anillos de oro que encuentra en las bolsas. Además, los olores ya no son tema. Se hizo inmune al año de tratar con basura. «Es raro porque cuando camino por la calle y pasan los camiones cerca mío sí siento el olor».
La cultura de la basura
«Yo amo Santiago limpio» dice un sticker fotocopiado en contenedores y pendones por todo el centro, y mientras las calles se vacían de gente, las veredas se siguen llenando de bolsas de polietileno y colillas de cigarro.
Mientras más avanza el camión recolector, más tritura y compacta los desechos, como los que lanza un mozo de una picada de completos.
Un chorrito de jugo de basura salpica el rostro de Víctor mientras cuenta que fue camarógrafo y cronista del programa Sueños urbanos de Chilevisión y que por eso, en el papel, somos casi colegas.
Héctor lo mira y le dice que está hablando solo cosas bonitas, que tiene que ser más crítico con su trabajo. Para él, el horario es pésimo y no le permite tener una vida familiar.
Cuando llega a su casa y se sienta a comer charquicán, cazuela o lo que haya sobrado el día anterior, su mujer va a saliendo al trabajo y su hija al liceo. Entonces él prende la tele y se queda dormido.
La gente bota de todo en Santiago. Una vez encontramos un frasco con fetos y órganos humanos.
Mientras el camión se detiene media hora exacta en la esquina de Alameda con Paseo Ahumada, para que los empleados del sector sigan botando desperdicios, él conversa o mira a la nada. La escena se repite todos los días a las nueve de la noche, aunque llueva, truene o el frío mate indigentes.
«Es una tontera, nosotros acá congelados, esperando por nada, mientras el alcalde toma café en su casa», reclama.
La ola polar es brutal a estas horas de la noche. Sin embargo, eso no quita que todavía haya un hombre que biblia en mano siga gritando que «cuando se terminen los mil años Satanás será soltado de su prisión», justo en Compañía con Paseo Ahumada.
Una mujer se acerca a la escena. Dice que se llama Rosa y me pregunta si trabajo para la Municipalidad y me quedo pensando si parezco empleado municipal. Le contesto que no, que soy periodista.
Sin cuestionarse si me interesa su historia, me dice que está indignada, que vino un tipo corriendo y volcó el contenedor de la basura y se lo robó, que ella lo persiguió, que le avisó a los guardias municipales y a Carabineros pero a nadie le importó.
«Ese mismo contenedor, el de Yo amo Santiago limpio», reclama antes de perderse por una vereda llena de bolsas negras.