El Santiago de Óscar Contardo

por · Septiembre de 2012

Un libro para mirar fotografías y leer crónicas de una ciudad idealizada

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Revisamos Santiago capital (2012) del periodista Óscar Contardo, un libro para mirar fotografías y leer crónicas de un Santiago idealizado y siútico.

// Reseña: Alejandro Jofré • Foto portada: Djalma Orellana.

El Santiago de Óscar Contardo (1974, autor de los libros Siútico y Raro) es un patchwork. En su imagen de la ciudad basta alejarse un par de estaciones de metro para mirar una sucesión de injertos, de pequeños círculos concéntricos —de distintas influencias y estilos—, que se van desgranando hacia la periferia.

De la «unidad vecinal» de Villa Portales, inspirada en los blocks de la clase obrera británica, al pasillo de la fama de Inés Matte Urrejola o la resaca en calle Suecia, Contardo muestra los cambios forzados de una ciudad que busca ser otra cosa: como el Festival de Los Domínicos trató de emular al Festival de Woodstock o cómo el club Regine’s de calle Isidora Goyenechea fue un fracaso «en la exuberante operación para incorporar a Santiago a la constelación de ciudades con brillo universal».

Álvaro Vega F.

Se sabe: Contardo llegó a estudiar a la universidad desde Curicó y se quedó en Santiago. En algún momento, Contardo vio a los edificios del centro agrandarse por la 5 sur.

Vio a esos árboles del centro cubiertos de polvo amarillo, la sequedad del paisaje y el comercio callejero. Más o menos la misma impresión que se llevó la millonaria heredera norteamericana Margaret Rockefeller Strong, que dijo de Santiago: «se parece a El Cairo».

Como buen extranjero, Contardo es capaz de ver cosas que los santiaguinos no ven.

También enhebra al periodismo como el borrador de la historia. «Sus habitantes no han tenido tiempo de crearse una personalidad distintiva y han preferido ir a buscar inspiración en los templos griegos del siglo de Pericles y en los castillos medievales de la época de las cruzadas» cita desde una crónica sobre la capital chilena publicada en 1890 por el norteamericano Theodore Child.

Como una saga de imitaciones, la metrópolis chilena es retratada como un ejercicio impresionista, con distancia de los argumentos del autor en sus libros anteriores: Siútico (2007) y Raro (2011).

Para Contardo, Santiago construye su identidad a partir de la combinación de algo que ya existe, como la idea del Everything is a remix (2011) de Kirby Ferguson entre los dispositivos culturales, aplicada en este libro al urbanismo y la arquitectura, como también al gesto de modernización de cuando una ciudad está teniendo más vida puertas afuera.

Este Santiago «moderno» usa bicicleta y su ensoñación trendy tiene como estandartes a los libros de la editorial Anagrama, al brit pop y a «camadas de Jarvis Cocker locales, casi tan abundantes como las muchas imitadores de Björk de la discoteque Blondie». Es lo que Contardo llama «la McOnda», el dominio de la importación por sobre la factura propia.

Las sandwicherías y sus sándwiches son parte el paisaje de Contardo, que difumina la sombra de la cordillera para iluminar espacios como los edificios caracoles y los parques, los cafés con pierna y hasta vivir en una población como La Legua. Todo como una sarta de costumbres cosmopolitas con la ambición de ser algo parecido a lo que nunca se ha sido.

Para Contardo, Santiago ama en lo público con «el Patrón París del Amor Romántico», o sea: en un parque con perspectiva de árboles alineados, con un río ancho cruzado por puentes rematados por leones de bronce y mesitas de café en las veredas.

La banda sonora de Santiago es un lamento, un grandes éxitos del Canto nuevo, con canciones como “Yo pisaré las calles nuevamente”, de Pablo Milanés; “Santiago de Chile”, de Silvio Rodríguez; “A mi ciudad”, de Santiago del Nuevo Extremo; y a “Para inventar una canción urbana”, de Eduardo Peralta.

Santiago Capital (2012, Editorial Planeta) 131 páginas

Santiago está desaliñado. «Para entender la cartografía metropolitana basta un ejercicio: tome una piedra, arrójela contra un vidrio polarizado y luego observe la huella que la piedra dejó en el vidrio» describe Contardo en estas páginas donde cualquier vecino puede reconocerse. «El mapa de Santiago tiene una silueta parecida a eso».

En Santiago capital, Contardo esquiva el relato desde la nostalgia y el pasado ideal, y pone en escena momentos cotidianos, el cómo se viven las cosas, incluyendo voces de otras décadas, desde la prensa hasta la literatura, pero también de un modo estético: la observación del cronista urbano —y la de sus recurrentes citas— se acompaña con la mirada de los fotógrafos Djalma Orellana, Jorge Sánchez, Carla Mc-Kay y Fernando Rodríguez, concibiendo desde la apariencia un registro boutique, el ampuloso libro objeto.

Así es Santiago capital: un montón de postales del Santiago de Contardo, que no parece la misma ciudad extravagante de Alberto Fuguet en Mala onda (1991) o Sergio Paz en Santiago bizarro (2003) ni la capital marginal de Alfredo Gómez Morel en El río (1962) o Pedro Lemebel en Tengo miedo torero (2001).

Santiago es una pose. Santiago es siútico. Santiago está idealizado. Lo de Contardo está más emparentado a las veredas que bien describe el cronista Roberto Merino en Horas perdidas en las calles de Santiago (2000): los une la falta de ficción y una escritura que se acompaña del registro histórico, del tono ensayístico, del humor que significa oír a menudo «a mí no me gusta Santiago» en boca de gente que ni siquiera se ha dedicado a recorrerlo.

El Santiago de Óscar Contardo

Sobre el autor:

Alejandro Jofré (@rebobinars) es periodista y editor de paniko.cl.

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