Simón Soto: «Me interesa la mezcla de sangre y espectáculo»

por · Enero de 2012

Habla el escritor y guionista de Canal 13

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Escritor y guionista de Canal 13, Soto también es el responsable del último acierto literario que tiene la firma de un autor joven durante el 2011: Cielo negro. Aquí repasa su primer libro, la tele y la labor de contención de Carlita Ochoa.

Lleva meses frente a él, pero recién ahora tiene una imagen algo más nítida de Cielo negro (La Calabaza del diablo), su primer volumen de cuentos. Seis relatos donde queda la impresión de que la sociedad está arruinada, irremediablemente, desde sus bases. Hay mucho de contradicción, de fachada en ese cuadro. Por eso, al cerrar las 100 páginas de este libro, se celebra el buen pulso de su autor para componer cada una de las historias. En ellas se pasea la cantante Victoria Martínez –adherente del régimen militar y comadre del General- por los puteríos de General Velásquez, aparece el vidente de Peñablanca y su séquito de feligreses, escuchamos las confesiones de un actor porno ya retirado en su rancho de Colorado o nos enteramos de un joven al que dos atractivas mujeres lo llaman para que participe en un carnaval de cocaína.

Formado en un colegio de monjas y hoy como guionista de Canal 13, Soto (30) habla –y escribe– con franqueza sobre su vínculo con la religión. Un ejercicio similar emprende con la industria del espectáculo. Las apariencias, en ambos casos y en otros, terminan por obsesionar a este narrador. Fanático de Tolstói y Los Sopranos, se disculpa tempranamente por la cantidad endemoniada de té que bebe a los pocos segundos de esta entrevista. La de anoche fue una cruda jornada de fiesta, parece.

Antes de que saliera al aire el último capítulo de Los 80, conversamos sobre televisión, música y, sobre todo, de literatura. Actividad que- me cuenta- ya le genera los primeros costos: “empiezas a observar todo desde ese filtro. Te disocias, sin darte cuenta, de la realidad”. Pero no hay otra manera, asegura de inmediato.

¿Dónde comienza tu gusto por la literatura?
—Yo creo que en la lectura, ahí está todo. De hecho, a mi me gusta más leer que escribir. Es un poco raro, pero uno termina escribiendo de tanto leer. Y en ese sentido hay algunos hitos fundamentales: yo me acuerdo que cuando era chico y revisé Cuentos de amor, locura y muerte, de Quiroga, quedé muy deslumbrado. No cachaba que un libro podía ser tan poderoso. Y después, un poco más grande, las Narraciones extraordinarias de Poe también me gustaron harto. Pero el hecho decisivo ocurrió con Los detectives salvajes. Nunca pensé que podía haber algo tan hermoso, tan complejo y a la vez tan honestamente juvenil, no en el mal sentido, sino en la fuerza que tiene. Ahí dije yo quiero palpar esto alguna vez, yo quiero escribir. Ese libro y Juventud de J.M. Coetzee, fueron muy importantes para mí.

A tu juicio, ¿qué hace tan adictiva la prosa de Bolaño?
—Yo creo que son hartos factores, pero uno de ellos es la frescura. Su escritura está viva y, en medio de un país donde los libros son sinónimos de fomedad, es un descubrimiento que haya un hueón que es la especie de hermano mayor –como dice Zambra– y que escribe de manera tan honesta y exigente. Hace calzar una profundidad en la construcción de su obra con mucha energía.

En materia de formación, ¿cuánta te ayudaron los talleres literarios en los que participaste?
—Yo creo que hay algo básico: el ímpetu de escribir o de construir un libro está en la esencia. Es un ejercicio culiao: requiere mucha dedicación, limpiar harto ripio y llegar a publicar algo representativo. En ese sentido el taller de la Andrea Jeftanovic fue bueno, porque ella tiene la facilidad para recomendar lecturas. Es súper erudita y generosa, pero siendo bien honesto, no me ayudó mucho como escritor. También era la primera vez que tomaba un taller y yo veía a una señora como de 70 años que asistía para no estar todo el día en la casa con la nana. En el fondo, ahí caché que tenía que tomar un taller que tuviera que ver más conmigo, aunque la Andrea es muy simpática, muy inteligente y buena lectora. Con (Luis) López Aliaga fue distinto, porque tuve de compañero a Diego Zuñiga que estaba allí porque era escritor. El taller era muy reducido, terminamos cuatro personas, pero tenía harta intensidad. Se postulaba con una obra, ahí terminé de escribir una novela que espero nunca se publique llamada Los Insomnes.

¿Había algo de Cielo negro en ese material?
—Sí, el cuento Cielo Negro era la segunda parte de la novela, algo así como el final. Otro de los capítulos, Yenny Petronovich, también estaba allí. Pero los saqué porque eran textos con los que estaba bien conforme y que eran un reflejo de lo que haría después.

—¿Cómo surge el libro?
—Yo conocía a la gente de la Calabaza hace mucho tiempo y siempre hubo un diálogo. Querían publicar algo mío, pero yo había desechado Los Insomnes y estaba en una especie de nebulosa. Un día me junté con (Gonzalo) León y me preguntó si tenía cuentos: reúnete unos cinco, me dijo. En la visualización de la obra hay harto de Gonzalo y también de Marcelo Montecinos. Yo tiré la primera tanda, pero hubo algunos rechazados u otros que tuve que reescribir, entonces ahí me tomé un tiempo pa’ armar bien lo que está ahora.

¿Cómo fueron apareciendo los otros relatos?
—Con Hermanos, por ejemplo, yo tenía mucho material que después comprimí en un relato. Paulina y María Jesús tiene algo de autobiográfico, porque yo también fui acólito. Con el tema de la confesión que se narra, por ejemplo, yo me acuerdo que teníamos que arrodillarnos y poner la cabeza entre las piernas del cura. Ahora hago la lectura de esa imagen y claramente el hueón estaba excitado y era una cosa muy asquerosa, pero más allá de eso, nunca observé nada raro. De cierta forma, yo quería reflejar mi quiebre con el catolicismo. La Uruguaya, en tanto, era un cuento antiguo que tenía más de 3 años.

En el libro hay una mirada muy realista, con mínimas referencias pop, un ambiente gris y muchas situaciones que se pierden en el silencio. ¿Hay alguna dirección en particular que te interese?
—Me importa observar cómo estamos. Exponer, sin enjuiciar, las cosas con las que uno creció: la religión, la familia o la dictadura. Esa estructura social que, por momentos, está resquebrajada. Por eso hay cierta desilusión en el punto de vista, pero a partir de la honestidad. Lo de los silencios lo descubrí en el camino, me empezó a interesar la omisión y lo que subyace a la apariencia. La idea es sugerir, que haya trazos más que definiciones. Me pasó algo muy chistoso con ese tema en el lanzamiento, porque leía casi completo (el cuento) Hermanos y mis primas que estaban ahí dijeron que era un maricón porque no contaba todo y dejaba el final como cortado.

Y si hablamos de temas, ¿por dónde va la cosa?
—Sin duda, me interesa la dictadura, un período oscuro y complejo que tiene que ver mucho con lo que está pasando hoy y no estoy hablando necesariamente del asunto de las movilizaciones. Partiendo por ese arquetipo del chileno arribista que se endeuda para comprarse un auto y llevar a las minas a Las Urracas y decirles a los amigos que es exitoso. Muy contrario al Juan Herrera de Los 80, un chileno más genuino que está contento con lo que tiene. Lo otro es la forma en que los regímenes dictatoriales utilizan el espectáculo y la televisión. Por eso me interesaba la figura grotesca de Vicky Martínez para el cuento. Recuerdo que hace tiempo leí una columna de Lemebel en el Clinic donde contaba el caso de la Paty Maldonado metida en ese submundo. Me interesa esa mezcla del espectáculo y la sangre. De hecho, ahora estoy escribiendo una novela sobre Álvaro Corbalán, uno de los jefes de la CNI, al que le gustaba cantar, tocar la guitarra y que era muy amigo de la gente del Jappening, de la Maldonado. Además, tenía unas parejas exquisitas- como la Maripepa Nieto- o una mesa para él en Sabor Latino. Entonces me gusta ese deslumbramiento con las luces versus la figura del victimario que tiene la sangre hasta el cuello. En ese cruce creo que hay hartas cosas por entender.

En el libro también hay un guiño al Negro Piñera.
—Sí, en él están todos los elementos para entender al Chile de hoy. Cuando era chico yo odiaba mucho el barrio Suecia. Pero el otro día vez pasé y estaba como todo destruido, los carteles resquebrajados, hartas hojas. Era como una tierra de nadie, hermoso. Y uno ve al Negro Piñera y es eso: una apariencia grotesca, pero que en el fondo es la miseria más absoluta. La otra vez estaba carreteando y había un hueón al estilo “viejo, perro, zorrón” que contó la anécdota. No sé si será verdad, pero decía que el Negro se jactaba de inhalar coca en el ano de la Carlita Ochoa. La figura es súper gráfica: cuando era una pendeja la ponía en posición para elongar y jalaba de su ano, porque era la única forma que él tenía para excitarse. Esa escena me perturbó y quería usarla alguna vez. Todo eso habla de manera elocuente, igual que las figuras de Kike Morandé o la Patricia Maldonado mezclándose con los grupos de poder. Yo, por ejemplo, no puedo tomar desayuno viendo el matinal del Mega. Leía también que el Negro Piñera tiene como 5 televisores en su pieza. Imagínate la podredumbre y complejidad de ese ser. Si uno pudiera indagar en la humanidad de un hueón jaladísimo viendo 5 teles, o sea, qué vendrá después.

Cambiando de tema, hubo varios lanzamientos de escritores relativamente jóvenes durante este año. ¿Qué se puede sacar en limpio de ese fenómeno?
—Yo creo que, cuando se trata de libros interesantes, es positivo para los lectores. Si es por la edad, probablemente se puede hablar de generación, pero son obras muy distintas. Por ejemplo, Hermano ciervo de Roncone es muy diferente a Cielo negro. Puede haber diálogo, pero en general son escrituras totalmente disímiles. Lo mismo pasa al compararlos con Hombres maravillosos y vulnerables de Toro. Lo que sí creo es que hay una construcción de una obra, hecho que se repite en el caso de (Antonio) Díaz Oliva o el de Diego (Zuñiga). Tal vez el único que tiene algo más armado es Daniel Hidalgo. Ahora te mentiría si no te dijera que todos son mis amigos, aunque más allá de ese dato, todos están escribiendo algo bueno y propio. Yo lo decía la otra vez: ahora el desafío es el segundo libro. Creo que a partir de eso se puede empezar a hablar de algo más concreto.

Y ¿dónde está la representante femenina en todo ese grupo?
—Eeeehh, puta, no sé. Hace igual poco se publicó El Gran hotel de la María Paz Rodríguez que tiene una prosa muy trabajada en una medio de una historia nebulosa. Es raro, pero las minas optan por el constructo de la palabra, más que el de la historia. Y si miras para atrás a la Nona (Fernández) y a todas las que vienen de la escuela de la Diamela Eltit, les interesa eso. No sé por qué pasará. Pero tal vez, a diferencia de los hombres, son simplemente otras miradas.

Para cerrar, vamos a tu pega de guionista. ¿Era lo que te imaginabas?
—Sí, porque creo que es otra veta de la escritura. Ahí también quiero hacer una obra, soy feliz escribiendo guiones y estoy constantemente actualizando mis contenidos.

¿Consumes mucha tele?
—En televisión abierta sólo Peleles, porque escribí ahí. Los archivos del cardenal también me llamaron la atención y, obvio, Los 80 que fue de lo mejor del año pasado. No tengo mucho tiempo, en todo caso. Además, yo separaría las teleseries de las series. En ese sentido, y con todo respeto, La Doña o Su nombre es Joaquín me parecen insufribles. Ahora las series de la matriz HBO es otra weá: creo que Los Sopranos y The Wire son obras de arte con una construcción cinematográfica y literaria. Yo aspiro a escribir algo de esa calidad y profundidad.

Simón Soto: «Me interesa la mezcla de sangre y espectáculo»

Sobre el autor:

Fernando Cea

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