Cristóbal Soto García es la voz de varios comerciales y este año participó con su banda en el crucero de Weezer, o más bien con su álter ego: Sotogarcía.
Cristóbal Soto García es la voz de comerciales que escuchas cada día y este año participó con su banda en el crucero de Weezer, o más bien con su álter ego: Sotogarcía.
Son las seis de la tarde y la capital entra en sus horas —más— caóticas. Llueve en San Miguel, es de esas lluvias algo tímidas pero que anticipan de alguna forma la tempestad que se dejará caer en las horas próximas. Es cerca de la cima de un edificio sanmiguelino de muchos pisos en donde suenan, casi por azar puro, casi por coincidencia, Los Prisioneros, la banda ícono de la comuna. Alguien se acerca a la radio y no sabe si cambiarla o apagarla definitivamente. La apaga.
—No me gustan Los Prisioneros —dice.
—Complejo reconocerlo, al menos en San Miguel.
—Sí, y en general en el mundo de la música es complejo decirlo, no es que no los respete. No me gustan.
Cristóbal Soto García tiene 36 años, se dirige hacia la sala estudio que ha montado en su departamento, toma asiento y agarra una Stratocaster, comienza a improvisar unos acordes mientras la grabadora sobre el escritorio empieza a registrar lo que será esta entrevista. Frente a él está su computador, con el Pro Tools abierto, y aprovecha de mostrar las maquetas de lo que será su nuevo disco: «son solo ideas, esta por ejemplo la soñé o no sé si la soñé pero desperté con esta idea y me puse a grabar las guitarras y el bajo», explica. Pero eso es para después, porque esta junta tiene como fin hablar de su más reciente trabajo autoeditado: Japilimonata, un disco grabado prácticamente en casa, de forma solitaria, de 10 tracks, y que firmó bajo su seudónimo solista, Sotogarcía.
—Japilimonata viene de happy lemonade —explica Cristóbal—. En un viaje que hice, estaba esperando en el aeropuerto de Nueva York y me senté en un bar, había quedado la cagá en mi vida y estaba en un estado muy extraño. Esperaba la hora para abordar y se sentó un señor al lado mío. Un señor viejo. Le empezó a hablar al barman y le decía que le gustaba mucho el Tom Collins pero que no tenía idea de qué tenía adentro, y yo le dije, porque a mí me gusta mucho el Tom Collins: «señor, el Tom Collins es una happy lemonade», y el viejo quedó loco, «¡sí, eso es!», dijo, y entonces se tomó ocho.
Decimos solista porque esta historia parte antes. Antes de que Cristóbal descubriera que lo suyo era componer, hacer canciones, grabarlas y producirlas desde la soledad, antes de convertirse en Sotogarcía, antes de grabar Las Mismas Viejas Nuevas Canciones (2010) y Japilimonata y antes de comenzar a soñar con las canciones que formarán su futuro Pinklimonata. A fines de los noventas, Cristóbal Soto García pertenecía a la banda Poder Naranja, una banda que por esos azares negativos no logró todo lo que su líder esperaba, a pesar de contar con el olfato puesto de algunos productores, en la época en que los grandes sellos cazaban nuevos grupos, y haber ganado un concurso de Revista Paula que les permitió cierta visibilidad.
—Pa donde iba me decían: «ah, ustedes son los de Revista Paula» —recuerda—. Y era bien frustrante porque pasaron cuatro años y no logramos nada más y me seguían hablando de Revista Paula. Me aburrí de eso un poco y se me hacía difícil, y en realidad soy súper tirano con la música, porque antes de esta historia hubo una experiencia en Poder Naranja en que teníamos un grupo en donde todos los integrantes componíamos y hubo un acercamiento con Óscar Saavedra (entonces director del sello BMG), pero lo cambiaron por Hernán Rojas, un productor muy conocido que trabaja en Radio Futuro, y él nos fue a ver a un ensayo y nos destruyó, y en parte lo más malo que encontró era que no había identidad, que era un montón de ideas funcionando cada una por su lado y ahí me dio la weá y me volví tirano, y compré cosas para grabar, un portaestudio y ahí funcionó Poder Naranja, conmigo como director de esto, y tenía identidad porque era la música que yo hacía solo, tocamos mucho en el circuito under a partir de ahí.
Ahora, Cristóbal maneja un auto, va camino al centro, haciendo funcionar el parabrisas de vez en cuando para limpiar los restos de lluvia pegados al cristal delantero. Lamenta no haber traído la interfaz pequeñita y el iPad que casi siempre lleva para registrar su voz. Porque aunque Cristóbal no vive de su música sí lo hace de su voz.
—Debe ser el trabajo más sobrevalorado del planeta —reconoce con las manos al volante.
Cuando Cristóbal tuvo que titularse de Ingeniero en Sonido, registró, produjo, mezcló y masterizó su primer disco como solista. De ahí, lo lógico: «trabajaba todo el día metido en una productora, hacía postproducción de audio, básicamente hacía publicidad, y dentro de esa pega estaba el mandar locuciones de referencia para que montaran los armados, pero de pronto empezaron a armarlos con mi voz», recuerda. «La locución pasó a convertirse en mi pega y pasaron dos años y estaba ganando cuatro veces el sueldo que me hacía como ingeniero en sonido, cantando jingles y haciendo locuciones y doblajes». Hoy es la voz de ruidosas campañas publicitarias y grandes compañías, telefónicas, tiendas de retail. Lo vio como una posibilidad de poder viajar y hacer música, por las libertades que da el oficio, el poder trabajar como más le acomoda, desde la individualidad, con sus propios tiempos.
—A veces me pasa que voy escuchando radio, aquí en el auto, y toda la tanda de comerciales es mi voz, en distintas publicidades.
Es la quincena de febrero y todo parece una locura. Esto sucede en un crucero desde Florida a Bahamas, en un escenario arriba del barco Carnival Fascination, en donde los músicos solo esperaban respeto, y lo están obteniendo con creces. Deciden, para acortar las distancias idiomáticas, tocar “Debaser” de los Pixies, y todo estalla. El setlist, ya con sus propios temas, tiene una acogida frenética del público que hasta chamullea la letra a coro de una cita a “La Vida Mágica” de Los Jaivas que la banda usa como introducción a una de sus canciones. La banda es Sotogarcía, vale decir, Cristóbal Soto García más sus músicos. El crucero es The Weezer Cruice, que aparte de shows durante el viaje, también cuenta con fiestas privadas en playas y hoteles. Es la segunda vez que se realiza y en esta ocasión tiene además de Weezer, a Cat Power, Toro y Moi y The Cribs, entre varios artistas más.
Volvemos a San Miguel. Sobre el escritorio reposa, también, la carátula del disco azul de Weezer en formato casete, es solo su carátula, el papel, brillando, haciendo rebotar la luz de la ampolleta del techo.
—Weezer es mi banda favorita de la historia —dice Cristóbal, apuntando a la carátula con el dedo índice.
Sotogarcía ha sido la única banda latinoamericana en tocar en el crucero de Weezer, que en esta segunda versión se realizó del 14 al 17 de febrero de este año. Todo gracias a un concurso vía Youtube del que resultaron ganadores a nivel internacional.
—En algún minuto de la vida me inscribí en un mailing list, entonces siempre me llegan cosas de Weezer —cuenta—. Pero no las veía mucho, cosas sobre conciertos, pero esa noche yo estaba viendo a Leo Quinteros en el Ópera Catedral y, en la espera del show, vi este mail y lo leí, y ahí hablaban de este único cupo concursable para ser parte del line up del Weezer Cruice.
El video elegido para postular fue “Llueve”, convirtiéndose en la única banda con letras en español, postulando. Se vino una campaña, motivada por un amigo que terminó acompañándolos en la odisea, que los hizo aparecer en medios, contactó a las colonias de chilenos que vivían en el extranjero, y así obtuvieron likes y, finalmente, concretaron el triunfo.
Irreal. Irracional. Una locura. Son las palabras que Cristóbal repite aún emocionado para referirse a la experiencia. Se convirtieron en algo así como una pequeña revelación dentro del crucero, en un fetiche para los pasajeros. Tras su primer concierto, se corrió la voz, y para el segundo, colapsaron los ascensores para acceder al escenario en que se presentarían.
—Un gringo me dijo «gracias por devolverme la fe en la música» —dice Cristóbal, sorprendido—. Sí, fue una locura. Yo no digo que seamos la raja, pero para ellos debe ser muy raro ver una banda de rock latina que no suene como Soda Stereo, con compases en 3×4, punk, o más onda Foo Fighters, les parecía muy novedoso, siendo que no lo es.
No solo el público se sorprendió con su visita, en el crucero conocieron a la artista francesa Marie Chatelot quién terminó haciendo el video de “Jaguar”, el más reciente single, los músicos también reaccionaron sorprendidos, incluso los mismos Weezer.
—Yo hablo por Facebook ahora con el bajista de Weezer —cuenta, en alusión a Scott Shriner, con quien Cristóbal y su novia terminaron tomando tapitas de pisco—. No es que seamos amigos, pero hablamos y lo primero que me contó fue wn, todo el mundo me habló de que ustedes habían sido la raja.
—¿Y a Rivers Cuomo lo conocieron?
—Sí, bien, él es muy futbolero así que le regalé una polera de la selección chilena, estaba feliz.
«Llueve, miles de millones de gotas» versea el tema de Sotogarcía y no puede haber nada más pegajoso y ad hoc a esta noche. Cristóbal Soto García, que hoy por hoy, en vivo muta en una banda conformada además por Francisco Alarcón y Rodrigo Orellana en guitarras, Herman Olmedo en bajo y César Sierra en batería, se cuestiona un poco las repercusiones de lo del crucero en Chile. Les ha costado conseguir fechas, habiendo ya tenido una en La Batuta para el lanzamiento de Japilimonata en mayo pasado: «Yo no sirvo para esa parte, no sirvo para las relaciones públicas, no sirvo para conseguir fechas para la banda», reconoce, con ganas de irse a otra parte: «Ya en el crucero pensaba: ‘puta y me voy pa la casa y no va a pasar nada’», es la resaca, quizá, de haber vivido un delirio de rock.