El secreto de Wes Anderson

por · Mayo de 2014

Le debe al escritor Stefan Zweig, en su última película, la idea de que la historia fue contada por alguien que, a su vez, la escuchó de otra persona.

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Stefan Zweig está muerto. O, por lo menos, lo estaba hasta que Wes Anderson, el cineasta que más que películas hace ejercicios visuales con buenos actores, lo trajo a la vida, de vuelta de su tumba y directo a la boca de muchos, donde antes, mucho antes, el escritor austríaco había tenido un lugar como uno de los autores de mayor difusión y renombre en los años 20 y 30.

Lo trajo de vuelta con su última película, El Gran Hotel Budapest. De hecho, lo dijo él mismo. Dijo que su trabajo está «inspirado» en el de Zweig, y hasta le dedica un par de fotogramas en los créditos finales. Pero el director de Moonrise Kingdom y The Royal Tenenbaums no se inspira en sus temáticas, ni en sus personajes, ni en su narrativa. Se inspira en un factor pequeño pero trascendental. Se inspira en la idea de que la historia que estamos leyendo —o que vemos en la pantalla, o lo que sea— es una historia que nos cuenta alguien que, a su vez, la escuchó de otra persona.

Y gracias a eso, a ese pequeño gesto, Stefan Zweig volvió a vender libros (El mundo de ayer, María Estuardo, Momentos estelares de la humanidad, Novela de ajedrez) y a sonar de boca en boca.

Entonces, físicamente, literalmente —pero no literariamente—, Stefan Zweig está muerto. Se suicidó en su casa en Petrópolis (Brasil) junto a su segunda mujer —Lotte—, el 22 de febrero de 1942. Tenía 61 años —y Lotte 34—, una ex mujer —Frederika von Winternitz—, un perro —Bluchy—, ningún hijo. Dejó una habitación bien amoblada en el número 34 de la Rua Gonçalves Dias del Barrio Valparaiso en Petrópolis, varios montones de libros, poca ropa, algunos pares de zapatos, libretas —muchas libretas—, manuscritos, un basurero lleno de papeles rasgados —amenazas de muerte—, cartas. Dejó también más de 40 publicaciones, entre obras de teatro, novelas de ficción y no ficción, poemas, biografías, ensayos, traducciones y libretos de ópera —incluyendo algunos escritos para Richard Strauss—. Dejó una autobiografía —El Mundo del Ayer—, terminada el día antes de suicidarse con una sobredosis de barbitúricos.

Antes, mucho antes de todo eso, Stefan Zweig nació en el Imperio Austro-Húngaro, en una familia judía acomodada. Antes, fue amigo de Freud, Einstein y Strauss, que secretamente siguió usando las óperas de Zweig incluso después de que Hitler se lo prohibiera. Fue amigo también de Gabriela Mistral que, de visita en Petrópolis —según me dijo un amigo que le había dicho Héctor Soto—, fue de las primeras personas en ver su cadáver.

Pero volvamos a «antes». Antes, durante la primera guerra, Zweig se declaró abiertamente pacifista y, durante la segunda, empezó a escapar de los nazis. Viajó con Lotte de un lado a otro —Francia, Inglaterra, Estados Unidos, casi Chile, por invitación de Agustín Edwards, y finalmente Brasil—, Hitler prohibió sus libros, y él, que soñaba con una Europa unificada y hermanada, tuvo miedo. Le aterró la idea de que el nazismo se apoderara del continente entero y, tal vez, después, del mundo. Le aterró la idea de que la civilidad y la civilización se hubieran perdido.

Se aterró al punto de escribir cartas de despedida a todos sus amigos.

El 22 de febrero de 1942, tres años antes de que terminara la guerra, Zweig y Lotte almorzaron juntos, jugaron ajedrez y juntaron sus camas. Se acostaron vestidos, abrazados. Se dice que Zweig tomó la sobredosis de barbitúricos y que Lotte, luego, ya segura de su muerte, se inyectó una dosis letal de heroína.

Se dice también que, a la mañana siguiente, cuando los vecinos escucharon que dentro del departamento el perro ladraba y el teléfono sonaba, llamaron a la policía. Se dice que la policía encontró los cadáveres, encontró la nota suicida pero, como no sabían alemán, tuvieron que llamar a un doctor judío-alemán que vivía por ahí cerca para que los ayudara. Se dice que el doctor los ayudó y después le pidió a los policías quedarse con ella, que ellos se negaron —era evidencia— y que veinte años después el doctor la compró a un policía jubilado. Se sabe que en los 90 la donó a la Biblioteca Nacional de Israel, en Jerusalén.

Se sabe que el 23 de febrero salió en el diario la siguiente nota:

«RIO DE JANEIRO, BRASIL, FEB. 23 — Stefan Zweig, notable autor austríaco que se convirtió en un hombre sin patria debido al crecimiento del nazismo en Europa, y su esposa, Elizabeth, de quien se dice tenía cerca de 30 años, se suicidaron hoy».

Stefan Zweig
El secreto de Wes Anderson

Sobre el autor:

Catalina Albert (@catalbert) es periodista.

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