Tabla Rasa, capítulo 1

por · Abril de 2011

La novela por entregas de paniko.cl

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Pániko presenta su primera novela por entregas: Tabla Rasa. Simplemente las crónicas/memorias de un tipo adicto a los psicofármacos que -a simple vista- parece estar encerrado en un bestiario, y que se pasa las tardes analizando, etiquetando y torturando a sus compañeros de ¿celda?

//Por Ramiro Cantero

Mi nombre es Ramiro. Tengo 24 años. Llevo casi dos sobreviviendo en esta cloaca. Estas son mis memorias.

Llegué a este recinto por un error. Un error que yo provoqué.

Día 22, 07:55 AM

Buen día.

Buen día, Ramiro, ¿cómo dormiste?

Bien.

Te ves mal.

La verdad es que no dormí nada.

Tampoco hueles bien. Hueles como la mierda que tuve que a sacarle a Conteras, el de la pieza 12. El hijo de puta se volvió a cagar. Debe ser por la nueva dosis.

Contreras… Contreras me puede correr una paja con las dos manos. Él está enfermo y se pasa cagando sobre sí mismo. Esa historia no es nueva. Y es cierto, huelo mal, huelo a ratas muertas intoxicadas con queso descompuesto el cual fue meado por las mismas ratas antes de digerirlo, pero no huelo a mierda.

Si tú lo dices.

Es más, puedes olerme la raja y te darás cuenta que huele mejor que la tuya.

¿De verdad dormiste mal?

Sí. Como puedes llegar a pensar que alguien duerme bien en este infierno.

Vivimos como perros. Como perros con tiña; perros con tiña con dos patas menos y una oreja con un pedazo cayendo; perros con tiña con dos patas menos y una oreja con un pedazo cayendo mientras otro perro espera ese momento atento para alimentarse de él y en la esquina otro perro más está mirando esa escena esperando que se repita y así logré saciar su hambre. Si bien esto no es Atrapados Sin Salida, es bastante peor: acá no sobreviven los más fuertes o cuerdos. Acá no existe fuerza ni cordura cuando se trata de competir contra la inmundicia, desesperanza y soledad.

08:32 AM

El sol empieza a calar hondo en los agujeros que me hice bajo las uñas, y mientras estoy meando al lado de la mesa que luego tengo que ocupar para desayunar —o lo que supuestamente es desayunar, si a desayunar le llamamos lamer compota de frutas podridas para así pasar la amargura de seis pastillas (que otro día enumeraré)—, Carlos me avisa que hoy tenemos paseo, que me bañe y que me cambie el pantalón, ya que — según él— estos huelen a amoníaco debido a que desde que estoy tomando Aldol, los paso meando sin darme cuenta y él ya no sabe si mear en lo que intenta ser un baño o mear directamente sobre mi pantalón.

Le voy a hacer caso.

Cómo no hacerle caso a un tipo que no supera el 1.30 mt, tiene cinco dientes quebrados y una manos que no se diferencias mucho de un tubérculo. Tienes que ser un hijo de puta para decirle que no a una mierda como él. Carlos. Desgraciado Carlos. Él cayó en este pozo de fango tras una descompensación, tal como mucho de nosotros. Y si bien no me gusta etiquetar a mis amigos dentro de este lugar, para nosotros, los condenados a pasar el resto de nuestras condenadas vida acá, las etiquetas son tan importantes como esas mismas condenadas vidas: un error en nuestra etiqueta y nuestro corazón pagará las consecuencias de los efectos de una dosis equívocada.

Entonces; si es por etiquetar, a Carlos lo etiquetaría de esta manera:

Carlos. 48 años. Soltero. 13 hermanos, una hija (12). Antes de llegar vivía con Sofía, una de sus hermanas (43). Consume sustancias desde los 16. Misma edad en la que fue hospitalizado por vez primera luego de iniciar un incendio que terminó con la vida de sus padres de los cuales no quiere recordar sus nombres y mucho menos mayores detalles. Desde esa edad ha estado preso por robo unas —según recuerda— 17 veces. Enano astuto, le robaba a las ancianas que subían solas en la noche a los cerros de Valparaíso. Les robaba lo que tenían en las bolsas y/o cartera, y si no tenía nada que le sirviera, les quitaba los remedios que traían consigo. ‘Cualquier puta de 60 años los tiene. Son datos que vas manejando con el tiempo‘ —me decía cuando en las noches rogábamos por un poco más de H-peridol para así quedarnos en pie tirando dados y naipes.

Más cosas de Carlos: de caminar lento y movimientos estereotipados, con bastante mímica de manos; tanto que presenta mímica anticipatoria: antes de hablar, mueve sus horribles manos como queriendo tratar de ocuparlas para algo más que no sea para dar lástima o limpiarse la mierda. Carlos siempre se muestra cooperador, habla harto cuando le piden que hable. Es más: le gusta imitar a Don Francisco, en la época en la que Don Francisco era digno de imitaciones. Por lo mismo Carlos es el favorito para liderar los paseos: además de alegrar la triste vida que llevamos, es el encargado de supervisar que los de la pieza 11 a la 22 estén en condiciones de ir a dar una paseo. Se trata de uno de los más conscientes de esta jaula; de adecuada alerta y vigilancia, su único problema —según lo que he escuchado de la boca de Cereceda, el mismo hijo de puta que me dijo que olía a mierda, en una sesión cara a cara que por mala suerte presencié— es, al parecer, la retención de información. Carlos olvida todo: de hecho es posible que ni siquiera se llame Carlos. Y si bien su lenguaje es restringido, con parafraseos (por eso es tan bueno para imitar) y bastante escamoteador, nunca ha dado señas de alucinaciones o ilusiones verbales o pseudoaulicinaciones; así que al menos puedes confiar en él ya que, pese a lo anterior, se trata de un tipo que tiene las cosas claras.

Es más: Carlos es la mejor persona que puedes encontrar en este lugar.

09:19

Mientras pienso en bañarme y cambiarme de pantalones, recuerdo que ayer viernes alcancé a juntar algo así como $3.000 vendiendo pan amasado. No sé si dejar esto para cigarros o unirme a la caravana que sale con destino a Cajón del Maipo. Cereceda nos prometió comida segura, una mejor que la sopa de acelgas que nos dieron ayer. Como no le creo mucho, decido quedarme acá, en la 15, con mis pantalones meados, mi olor a rata muerta, mis cuadernos llenos de apuntes sin sentido, las fotos de lo que alguna vez fue mi novia, los recuerdos de la que alguna vez fue mi madre, mi radio/casetera, mis casetes de Alice Cooper, Rush y Queet Riot.

Mierda, como extraño estar afuera, sudando remedios, escuchando un poco de buen metal mientras la puta de la Paulina me resfriega sus tetas al compás de la musica.

Hola, Ramiro.

Conozco ese olor.

Hola, Contreras.

Se sienta delante de mí.

¿Te importa que me siente aquí?

Lo miro a los ojos y pienso que tal vez, algún día, él pueda leerlos.

Ellos dicen: No te puedes sentar, hijo de puta, claro que no te puedes sentar, si vas todo lleno de mierda, me das un asco tan grande que si alguna día estoy por morir en este lugar, me encargaré personalmente de hacerte oler toda la mierda que cargas en tus pantalones, de que la tragues, de que te atores, de que te se vaya el aire y los ojos se te pongan amarillos de la desesperación, de que el último olor que sientas en tu miserable vida sea el de tu propia mierda corriendo por tus labios, amenazándote de una intoxicación tan salvaje como la que en este minuto estoy sintiendo mientras estás sentando frente a mí, en la misma silla que ocupo para descansar.

No me importa, siéntante.

Nos quedamos un rato conversando de nada y nada. Él está viejo y apenas puede mascullar un par de palabras. Se sabe un cadáver viviente que carga putrefacción como quien carga lástima. Pero yo sé que el Sulpilan, la Olanzapina y la Risperidona que anda trayendo me pueden servir para pasar el resto de tarde.

09:32

Mientras los pulmones se me llenan de mierda, veo a Carlos hacerme una seña. El bus esta por partir. Le respondo la seña. Finalmente decido quedarme abajo. Por un momento pienso que pasaría si el bus choca y yo puedo quedarme con todas las dosis que deben tener escondidas por ahí. Esas mismas que se roban cuando van a la enfermería. El bus parte. Lo sigo mirando y sigo soñando ese gran sueño.

16:41

La tarde pasa conmigo pateando mis pensamientos. Mientras el sol se vuelve naranja, y las heridas debajo de mis uñas me empiezan a arder hasta quemarme por dentro, agarro un poco de H-peridol y escribo esto. Luego meo y pienso si el bus finalmente se estrelló y entonces así pueda ir de la 11 a la 22 buscando un poco de Ziprasidona, cigarros y pilas para mi radio/casetera.

Tabla Rasa, capítulo 1

Sobre el autor:

PANIKO.cl (@paniko)

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