Tabla Rasa, capítulo 2

por · Abril de 2011

La novela por entregas de paniko.cl

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Pániko presenta su primera novela por entregas: Tabla Rasa. Simplemente las crónicas/memorias de un tipo adicto a los psicofármacos que -a simple vista- parece estar encerrado en un bestiario, y que se pasa las tardes analizando, etiquetando y torturando a sus compañeros de ¿celda? Acá su segundo episodio

//Por Ramiro Cantero

Día 52. 09:37 AM.

Hace semanas que no consigo una buena paja. Lo estuve conversando con Mandiola —especialista en el tema— y me dijo que esto se debe a mi estado de ánimo. Pienso un poco en eso. Le doy varias vueltas. Intento correrme una, llego a nada. Dejo pasar un par de horas. Intento correrme otra, llego a nada. Vuelvo a intentarlo cambiando de mano y cambiando a las protagonistas y nuevamente llego a nada.

Finalmente decido contárselo a Susana que mañana temprano tiene sesión conmigo.

Día 53. 10:33 AM.

Estoy con Susana en la pieza de sesiones. En la habitación hay una ventana que da vista a una pared de ladrillos marrones en los que se lee una frase que dice: ‘Cereceda, te tenemos cachado, maricón culeado’. La leo varias veces hasta que me hace sentido. Detrás de mi espalda hay un espejo gigante en el que se refleja prácticamente toda la pieza, pero, más que nada, siento que se reflejan las cicatrices que llevo en las piernas y la parte trasera de mi cuello. También hay una mesa color castaño que encima tiene dos portaminas Staedtler, una goma de borrar Pelikan, varias hojas, un reloj rojo que parece de juguete y dos vasos plásticos llenos de agua hasta gotear. El cielo es altísimo y en él cuelgan dos cámaras y dos parlantes y los restos de lo que pudo haber sido un ventilador. En la habitación hay dos puertas. Una cerrada —que es por dónde entré— y una que está semi abierta. En el fondo de la puerta semi abierta, que no tiene mango pero sí un cartel colgado, veo una mesa larga y alguien que parece estar observando y escuchando. No lo reconozco. Mi visión está 60% dañada debido a mi abuso con psicofármacos. Mi pene parece estar 60% arruinado debido a mi abuso con psicofármacos. Mi vida parece estar 99% arruinada debido a mi abuso con psicofármacos. Hago caso omiso de la presencia tras la puerta y luego de un par de preguntas de Susana parto con mi relato:

—En estos momentos, mi mayor problema es que no logro conseguir darme una buena paja. He intentado todo tipo de maniobras y lamentablemente no logro empalmarla con fuerza. Esto me tiene destrozado, aniquilado, completamente decepcionado. Estoy odiando a todos en este lugar y todos me están odiando y si no logro soltarlo creo que me terminarán soltando golpizas. No sé si culparme a mí, no sé si culpar a la mierda de comida que he estado ingiriendo, no sé si culpar a la pocilga donde me toca dormir, o a la nula presencia de mujeres, con respeto de usted obviamente, que tiene este recinto. La cosa es que, como entenderá, necesito de suma urgencia lograr una paja que me libere de las pesadillas que todas las noches zapatean en mi cabeza. Una paja tan mágica que incluso, si Dios lo quiere, me haga…

—¿Cuánta dosis de Haldol estás tomando?

Me mira fijo, directo, sin parpadear. Sus ojos se abren como si le hubiesen inyectado adrenalina directo a la retina. Trato de no mirar sus tetas, pero ellas me encandilan como la sangre parece encandilar a los toros.

—150 mg/día —Miento.

—¿Con cuánto partiste?

—100 mg/día —Miento otra vez.

—¿Hace cuánto que tomas H-peridol?

—Desde que llegué aquí —Sonríe—. ¿Y eso es…?

—Casi 2 meses.

—¿Antes de llegar acá tuviste alguna dificultad parecida para conseguir una erección?

Pienso en su pregunta. Pienso en sus tetas y el color que podrían tener sus pezones. Pienso en culearla y ver el reflejo de nuestras carnes en el espejo. Finalmente siento que la estoy empalmando. La siento curva como un garfio. Y quiero dársela entera hasta que juntos perdamos la conciencia.

—Nunca he tenido dificultades. —Le respondo clavándole mis pupilas en sus pupilas.

—¿Me puedes contar algo más acerca de esto que te está pasando?

Disimulo que no trago saliva. Disimulo que no doy un respiro. Disimulo que no la tengo parada. Disimulo que no deseo violarla.

—Verá, doctora, nunca he tenido problemas para ponerla dura. Menos para masturbarme. Pero tampoco significa que antes de llegar acá hubiera sido de los que se masturban compulsivamente. Creo que estoy en la media de los rangos: casi siempre una paja al despertar, a veces otra en la tarde, y muy de vez en cuando una antes de dormir. —Agarro el portaminas Staedtler, le vacío las minas. Agarro mi cabeza, le vacío los pensamientos—. El problema es que llevo muchos días sin lograr una buena erección. Van semanas de esta tortura. Van semanas de no sentirla dura y solo sacarla para mear. Y eso que he intentado todo: pajas protagonizadas por Claudia Burr. Pajas protagonizadas por Eva Mendes. Pajas protagonizadas por Denisse Malebrán. Incluso una vez lo intenté viendo Los Venegas: Cereceda tenía al resto de los del pasillo 5 en el patio castigados por una pelea tras un torneo de pimpón, así que me quedé solo junto al televisor y bueno, esa vez lo intenté con Camila Ríos Venegas. La nieta de Silvia y Guillermo. Y, claro, también fue imposible empalmarla…

Me convida agua. Luego ella da un buen sorbo. No queda más agua. Estamos ella y yo, y sus tetas y mi pene.

—Es más: he acudido al clásico recurso de homenajear a ex pololas. Recuerdo a una, en especial. Ella se llamaba Mariana y tenía el pelo teñido rojo fuego y unas piernas canela larguísimas y unas tetas mágicas que cada vez que las veía se me ponía como una espada. He intentado pensar en ella para ponerla dura: recordarme chupando o corriéndome en esas tetas mágicas; unas tan mágicas que tal vez pueden terminar con el hambre en África. Las recuerdo perfecto. Suaves y sofocantes y con sabor a jamón de pavo. Recuerdo que la abraza por detrás, las dejaba caer sobre mis manos y no me cabían en la palma. Recuerdo perfecto ese par: su olor, su textura, su densidad, su magnetismo. Aún así no la logro endurecer. No logro correrme una buena paja.

Digo todo lo anterior sin siquiera respirar. Y la vuelvo a mirar fijo y directo y sin pestañear y pensando en sus pezones y en lo caliente y desesperada que debe estar y sueño en desnudarla en esta misma pieza y luego ir corriendo al patio a gritárselo en la cara a Cereceda y luego escaparme de este nido de mierda y justo suena una especie de campana que significa que se acabó la sesión y ella guarda los dos portaminas Staedtler y la goma de borrar Pelikan y las hojas y el reloj que parecía de juguete y yo guardo este momento para la tarde que me espera y amenaza con aturdirme con la lentitud de su pasar y tal vez ella no me ha dicho nada y solo me ha hecho preguntas y finalmente creo sentir que estoy seguro de más tarde poder alcanzar esa gran paja liberadora esa que me saque a flote en medio de este mar de mierda en el que me estoy ahogando.

Pienso en todo esto mientras la doctora me mira y me hace otro par de preguntas sobre cómo estoy durmiendo, cómo estoy comiendo, cómo estoy cagando y ese tipo de mierdas que no sirven para que se me ponga dura; sin embargo, las respondo de buena forma. Nos despedimos. Trato de mirarla entera por última vez para así tener una mejor foto de ella y sus tetas para cuando la recuerde en mi habitación y la mezcle en una misma paja con Mariana y sus tetas mágicas. Salgo. Cierran la puerta. Siento que la otra puerta se abre y escucho a Susana pidiendo agua y escucho a Susana llamando a casa avisando que llegará más tarde y escucho a Susana jadeando en mi cabeza.

Día 53. 11:28 AM.

Me voy por el pasillo con la sangre hirviendo y el pene quemándome por dentro. Antes de llegar a mi habitación me quito el pantalón y me limpio con una polera mojada la orina que tengo entre las piernas y el esmegma que me recorre el glande. Me miro, me huelo, me doy asco. Trato de recordar, intento correrme una, llego a nada. Intento correrme otra, llego a nada. Un poco de Oxicodona, un poco de Acetaminofén, un poco de Olanzapina y un poco de sentirme vivo. Me azoto la cabeza y me azoto la cabeza y me azoto la cabeza y me azoto la cabeza y me azoto la cabeza y son unas cinco o seis veces y son todas contra la puerta y son todas hasta mezclar sangre con escarchas y son todas hasta que una luz blanquísima aparece desde dentro de mis ojos y atraviesa mis pupilas y me ciega y me tira contra el piso.

Día 3. 22:35 AM.

Presiento que estoy corriéndome la última paja de mi vida

Tabla Rasa, capítulo 2

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PANIKO.cl (@paniko)

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