Finalmente ayer a la una de la mañana decidí probar los Tallarines con Milo. Un mito urbano “foodie” que circula en Chile desde hace unos quince años, a partir de acaloradas discusiones en la Internet Prehistórica (USENET). Si al pastel de choclo se le echa azúcar, si a las frutillas se les espolvorea pimienta, si […]
Finalmente ayer a la una de la mañana decidí probar los Tallarines con Milo. Un mito urbano “foodie” que circula en Chile desde hace unos quince años, a partir de acaloradas discusiones en la Internet Prehistórica (USENET). Si al pastel de choclo se le echa azúcar, si a las frutillas se les espolvorea pimienta, si al jamón serrano se le acompaña con melón calameño, ¿por qué los tallarines con Milo iban a ser menos? El Guardian hace un lustro reportaba en un test de percepciones que tonteras como piña con salsa de soya, por muy exóticas que fueran, la rompían como sabor. Y sabemos también que hay gente que ama el queque con palta.
Así operé: tenía unos fetuccini guardados en el refri y saqué de la alacena el Cola-Cao que le echamos a la leche del Pelayo y la Carlota. Dejé caer una delicada lluvia de ese chocolate procesado sobre los tallarines, y al microondas. El resultado tenía un aspecto bastante poco apetitoso (el Cola-Cao se había convertido en algo parecido a una mancha de petróleo) y si el sabor no era para hacer guácatelas, lo menos que puedo decir es que era “peculiar”: gluten y cacao juntos al fin… y por última vez.
Me fui al tuto y desperté como a las tres y media con retortijones. Me dirigí al baño, me miré la cara. Estaba descuajeringada. Como que me bajó la presión y lo único que pude concluir fue: «Ricardo, has tocado fondo».