The Master, todos queremos a Paul Thomas Anderson
Todos queremos a Paul Thomas Anderson. Lo queremos porque es tan piola que uno casi ni se acuerda de su cara. Porque hace películas tan buenas que casi ni se nota que son tan buenas, lo que de paso, evita que tenga un séquito insoportable de fans. Porque nos gustan los nombres en tres partes: Paul-Thomas-Anderson. Lo queremos pese a que su nueva película, The Master, nos deje un sabor extraño. ¿Verla o no verla? Hablamos de Paul Thomas, por lejos de lo más digno de no perderse por estos tiempos.
Se los digo de entrada. Aunque The Master (2012) sigue una historia lineal/tradicional, apuesta por eludir el foco en el qué, para centrarse en la intensidad de las actuaciones y, sobre todo, en el peso de lo que no se cuenta dentro del plano. Sí, no se les ocurra ir cansados a verla. No es corta pero se hace más larga de lo que es, pero como diciendo: ¡sí y qué tanto!
La película une las historias de dos gringos que intentan ganarse la vida en el Estados Unidos post Segunda Guerra Mundial. El primero, es un veterano interpretado por Joaquín-Rafael-Phoenix, un hombre tan violento como vulnerable. Caliente y bueno pal copete. Tome a un ciudadano “de a pie” y agréguele la experiencia de la guerra. ¿El resultado? Una especie de Carlo de Gavardo con Bonvallet (ya verán). Aquí tenemos la parte “salvaje” de la película. Representando todo lo contrario está el personaje interpretado por el siempre brillante (y rojo) Philip-Seymour-Hoffman: calculador, carismático, ambicioso; el lado “racional”, (aunque no por eso menos tendiente a estallar en cualquier momento) quien acoge e integra al veterano en su proto-secta. Y estos dos personajes señoras y señores, SON la película. Nos fascinamos viendo cómo los opuestos se enfrentan, con primeros planos poderosísimos y escenas cargadas de intención, matizadas por precisas intervenciones de Amy-Roberta-Adams, que interpreta a la brígida esposa de Philip Seymur.
O sea, actuación, actuación, actuación y un par de escenas que podrían caber en el Almanaque de los mejores momentos de la historia del cine.
Pero a la hora de evaluar el todo, a mí la película no me termina de cuajar, aún entendiendo el esfuerzo por escapar del foco típico (cosa a la que nos tiene acostumbrados Paul Thomas, por cierto, otra razón por la que lo queremos).
Sí, está basada en la historia del fundador de la cientología o cienciología (autoayuda cara) pero está lejos de ser una película biográfica común, de hecho, el dato es prácticamente una anécdota. El ritmo de los acontecimientos termina por otorgar una sensación de caos pese a lo casi lineal del relato y huele a sub texto del sub texto por todas partes. El mayor o menor gusto por esta indefinición, es el que dividirá las posturas frente a la película.
Paul Thomas nos tenía acostumbrados a la versatilidad. El tiempo que se tomaba de una película a otra nos hacía decir: ¿Con qué saldrá ahora este Paul Thomas oye? Y siempre sorprendía, con su capacidad de estrujar el potencial de sus temas, lograba mantenerse sutilmente al margen de lo encasillable, al contrario de lo que pasa con otros grandes contemporáneos como Quentin y Wes. Pero con The Master, por primera vez huele a ya visto, o quizás mejor dicho, a una declaración de estilo.
La mirada general en The Master, es similar a la intención mostrada en There will be blood (2007), su anterior película. Por el ritmo, los dos personajes fuertes que llevan la trama, la atmósfera sonora (Jonny Greenwood otra vez a cargo) e incluso por la temática, situada en un punto histórico que pilla lo suficientemente tambaleante a la sociedad gringa como para que los charlatanes de turno sienten las bases de futuras grandes creencias y empresas, o ambas cosas en una, como vemos en The Master.
¿Será este doble intento por abordar las mismas obsesiones lo que hace parecer menos intenso este nuevo golpe de nuestro querido Paul Thomas?
¡Oh Paul Thomas! eras como el DT que no celebraba los goles de su equipo y que se retiraba reflexivo con la mano apoyada en la barbilla después de ganar por goleada. Ahora, algunos dicen que perdiste, otros que ganaste, que en una de esas empataste, e inevitablemente la conversación pasa como nunca del marcador al estratega.