La presentación de The xx en el festival Lollapalooza Chile 2017.
Durante The xx, me acordé harto de Dub Echoes, uno de mis documentales de música favoritos, dedicado a los múltiples alcances del dub jamaiquino. Varios de sus entrevistados hablan sobre las propiedades de las frecuencias graves. De lo que pasa cuando el sonido se transforma en vibración y dejas de escucharlo con tus oídos para empezar a percibirlo con tu cuerpo. De cómo esas ondas pueden afectar tu estado de ánimo o tu salud. De su efecto afrodisíaco incluso porque, como dice una de las cabezas parlantes del docu, «hay algo muy sexual en un bajo bien bajo». Repasaba esas palabras en mi cabeza mientras el piso temblaba a mis pies, cortesía de las musculosas cuatro cuerdas de Oliver Sim, pero sobre todo de las numerosas máquinas de Jamie xx, elevado sobre una plataforma llena de chiches tecnológicos y de percusiones que le permitían un amplio espectro de posibilidades. Quiero detenerme en su figura porque In Colour, su debut solista y el antecedente más directo de la nueva etapa de The xx, es un homenaje a la historia de la música británica de clubes, un disco con complejo de collage que lo posicionó como un estudioso del juego, un adelantado que sabe para dónde va la micro porque se preocupó de averiguar desde dónde viene. No me caben dudas de que Jamie xx asimiló los principios del dub, fundacionales a la hora de desarrollar eso que malamente solemos llamar «electrónica» y que, en realidad, es una amalgama de cientos de géneros incubados en igual cantidad de subculturas. Todo el show de The xx estuve con la sensación de que el cemento del Parque O’Higgins se iba a partir en dos. No experimentaba algo así desde que Björk se presentó en el mismo lugar.
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Fui un espectador de la irrupción de The xx el 2009. Parte de mi trabajo en la desaparecida revista Extravaganza! consistía en rastrear bandas nuevas para recomendarlas, así que escribí de ellos apenas editaron su debut. Más rockera en ese entonces, y sospecho que motivada por el look de ropa negra, la prensa musical insistía en tildarlos de new wave y post punk, aunque los aludidos no tenían empacho en responder que no conocían a ninguna de las bandas usadas para compararlos. Aseguraban que lo suyo le debía tanto a Rihanna (que años después cantaría con Drake sobre una base de Jamie xx en “Take Care”), Beyoncé y Missy Elliott como a The Cure o los Pixies. Para mí, The xx eran una suerte de discípulos tardíos de Young Marble Giants que contaban con la ventaja de tener en sus filas a Romy Madley Croft, una versión juvenil de Tracey Thorn, la maravillosa cantante de los subvalorados Everything but the Girl. En algún punto, la comparación se volvió ultra frecuente, al punto de que la mismísima Thorn terminó versionando “Night Time”. Ahora la mano se devuelve, aunque no de forma tan explícita. “Dangerous”, la canción estrella de “I See You” a mi parecer, encaja perfectamente en el canon de los Everything but the Girl más bailables pese a aglutinar, por obra y gracia de ese maestro del sincretismo llamado Jamie xx, varios de los elementos que hacen especial al grupo (la tímida vulnerabilidad de Madley Croft, el magnetismo del seductor Sim, la inventiva de los paisajes sonoros). Doble mérito porque se trata de un tema que, a la vez, se desmarca del cariz crepuscular de “xx” y “Coexist” ofreciendo un festín de colores que encapsula la estimulante actualidad del trío.
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Si hay un fragmento del concierto que resume la esencia de The xx tras su retorno con I See You, editado a comienzos de año, creo que debe ser la trilogía que forman “Fiction”, “Shelter” y “Loud Places”, situada al término del set principal, antes del bis. Voy por parte: “Fiction” es una angustiosa canción de amor atribulado, en la que Oliver Sim saca a relucir al Chris Isaak que lleva dentro (y que también se le arranca en otros temas); “Shelter” es una vibrante actualización del primer tema que grabaron como trío en sus minimalistas inicios, antes de darle el sobre azul a la cuarta integrante; “Loud Places” es uno de los exultantes highlights de “In Colour”. Juro por Madonna que estaba atento, pero ni siquiera percibí las transiciones de una a otra, y eso que hay una diferencia abismal entre la primera, culposa e introspectiva, y la última, absolutamente pletórica al final, con un sample que repite frases victoriosas: «siento música en tus ojos, nunca había alcanzado tales alturas». Como nunca supe en qué momento terminaba una canción y empezaba la otra, tampoco caché en qué momento terminaba una sensación y empezaba la otra. Todas se mezclaron en mi coctelera. Ese eclecticismo, llevado al extremo de combinar no solo estilos sino también emociones, define perfectamente la cambiante impronta del trío británico que llegó a Lollapalooza en su mejor momento, ni un segundo antes ni un segundo después.