Todos te quieren cuando estás muerto

por · Junio de 2015

Marina Keegan viajaba al cumpleaños de su padre y estaba lista para ocupar un escritorio en The New Yorker, a donde había postulado poco antes de egresar con honores de Yale. Pero, entonces, el futuro se fue.

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marina keegan

Se había graduado y viajaba al cumpleaños de su padre. Practicante en The Paris Review, estaba lista para ocupar un escritorio en The New Yorker, a donde había postulado poco antes de egresar «magna cum laude» de Yale. Pero, entonces, como en la mejor literatura, el futuro se fue.

Harold Bloom, ese tótem de la crítica norteamericana, la había calificado de extraordinaria promesa: Marina Keegan fue su investigadora mientras estudiaba Escritura Creativa. Como esos estudiantes desbordados de entusiasmo, Keegan presidió el brazo universitario del Partido Demócrata, desde donde coordinó las acciones de Occupy Yale, y escribía obras de teatro, que a veces también actuaba, y ensayos para el diario universitario. “The opposite of loneliness”, uno de sus textos, fue leído más de un millón de veces.

Ocurrió camino a Massachusetts. No iba rápido ni había bebido, pero su novio se durmió al volante y dio de lleno contra una barrera metálica de la autopista. Entonces el vehículo voló, el novio salió ileso y ella murió instantáneamente.

Según el parte policial, Marina Keegan tenía veintidós años.

«Cuando muere una persona joven, la mayor parte de esa tragedia radica en su promesa: lo que habría conseguido. Pero Marina dejó lo que ya había hecho: un trabajo literario mucho mayor de lo que pueden abrazar estas dos tapas», dice la escritora y periodista Anne Fadiman, otra de sus mentoras, en el prólogo de Lo contrario de la soledad, el libro que reúne dieciocho ensayos de ficción y no ficción, escritos por Keegan, sobre la odisea de ser joven e idealista («estamos junto en esto. Vamos a hacer que pase algo en el mundo»), y ese hambre de escribir y vivir la aventura de ganarse la vida escribiendo para «impedir que muera la literatura».

Lo de Keegan puede ser leído como un artefacto hagiográfico: fue publicado de manera póstuma y su figura desbordó las fronteras del campus universitario para alzarse como una especie de genio exprés, la siguiente John Cheever sin alcanzar —para bien o para mal— al genio de John Cheever.

Otra lectura puede ser la de una privilegiada idealista que no teme levantar la voz para sacudir a su generación. En ese punto, sobre el tramo de no ficción está lo mejor de la producción de Marina Keegan, una prosa de lenguaje directo aunque con rebuscamientos y a ratos sobreabundante, que juega con los elementos que forman a las personas: esperanzas, incertidumbres, posibilidades.

Lo contrario de la soledad tiene pasajes de evidente reconocimiento generacional, como cuando busca reprimir el impulso de contestar inmediatamente a los mensajes o cuando se ve repasando las setecientas fotos del Facebook de una ex de su ex, y otros donde alcanza esa escritura que se vuelve un modo de prolongar las conversaciones solitarias.

Asombrada por la cantidad de compañeros que terminan aceptando empleos en el sector financiero, publicó “Las alcachofas también dudan”, una protesta contra las tentaciones de Wall Street: «hay algo deprimente en el hecho de que tantos de nosotros estemos apostando por una carrera en la que no producimos nada, no ayudamos a nadie, ni hacemos algo que nos apasione».

En el texto titulado “Por qué nos preocupan las ballenas”, reclama contra las prioridades de una sociedad como la estadounidense: «cuando nos enteramos que la vecina tiene cáncer, no acude todo el pueblo a su casa. Nos pasamos el día empujando y excavando y humedeciendo ballenas, y luego volvemos a casa atravesando el centro y pasamos junto a vagabundos acurrucados en bancos —arrastrados a la cuneta cual ballenas—. La luna los ha hecho emerger y boquean en busca de aire entre las alcantarillas. Ellos también se están asfixiando, pero no hay cadena humana de comida en el pueblo. No se respira la palpable urgencia, ni despegan aviones».

A medio hacer, ni cruda ni cocida, la escritura de Marina Keegan guarda la esencia de ese limbo entre la vida universitaria y el mundo adulto. Una etapa marcada a fuego por el temblor de sentirse inseguro, y a la vez, tan lleno de esperanza; nervio que bien supo traducir en ese estado de «cuando la cuenta ya está pagada pero no te levantas de la mesa. Cuando dan las cuatro de la mañana pero nadie se mete en la cama».

lo contrario de la soledad

Lo contrario de la soledad
Marina Keegan (Traducción de Regina López M.)
Alpha Decay, 2015
203 p. — Ref. $15.000

Todos te quieren cuando estás muerto

Sobre el autor:

Felipe Ojeda (@paniko).

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