Un baile furioso

por · Noviembre de 2016

En el año en que el Nobel de Literatura se lo llevó la música: bailar.

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Hay dos títulos de la escritora norteamericana Alice Walker a los que siempre vuelvo: Hard times require furious dancing y The way forward is with a broken heart. El primero es un libro de poemas. El segundo, unas memorias.

Toda la última semana —tal vez todo el año— están ahí.

Porque los tiempos difíciles ameritan un baile furioso y, sí, por cierto, por supuesto, con el corazón roto. Bailar con rabia. Bailar hasta deshacerse, bailar para hacer llover, para no pensar, o para pensarlo todo al mismo tiempo y que nada, por un rato, importe. Bailar, bailar, bailar.

En el año en que el Nobel de Literatura se lo llevó la música: bailar.

Y, sobre todo en estos días: dance me to the end of love.

Incluso en los libros.

Una de mis escenas favoritas de la literatura contemporánea está en Anil’s Ghost del escritor canadiense Michael Ondaatje. La novela va más o menos así: Anil, una arqueóloga, viaja a recuperar unos restos en un territorio políticamente complicado. Eso, por fuera. Por dentro, carga con una historia de amor doloroso: del amor que no fue, que no pudo ser, que no debe ser. En un momento, Sarath, un hombre que también forma parte de este equipo de excavación, se levanta temprano y ve, para su sorpresa, que Anil ya está afuera, al aire libre.

Bailando.

«Sarath sees her from the dining room window. He watches a person he has never seen. A girl insane, a druid in moonlight, a thief in oil. This is not the Anil he knows. Just as she, in this state, is invisible to herself, though it is the state she longs for. Not a moth in a man’s club. Not the carrier and weigher of bones –she needs that side of herself too, just as she likes herself as a lover. But now it is herself dancing to a furious love song that can drum out loss, ‘Coming in from the cold’, dancing the rhetoric of a lover’s parting with all of herself».

[«Sarath la mira desde la ventana del comedor. Es una persona a la que nunca ha visto. Una muchacha enloquecida, un druida a la luz de la luna, un ladrón en aceite. Esta no es la Anil que él conoce. Del mismo modo en que ella, en este estado, es invisible a sí misma, si bien es este el estado que ella anhela. No una polilla en el bastón de un hombre. No alguien que lleva y pesa huesos – ella necesita también ese lado de sí misma, de la misma forma en que le gusta cómo es ella como amante. Pero ahora ella está bailando al ritmo de una canción de amor furiosa que puede exorcizar la pérdida con sus tambores, ‘Coming in from the cold’, bailando la retórica de la partida de un amado con todo su ser».]

Es solo un momento en un libro que habla de la memoria y la importancia de la escritura, especialmente en tiempos difíciles. Una escena que vuelve a la intimidad del cuerpo para purgar el horror de afuera. Y el momento, claro, se acaba: «She stops when she is exhausted and can hardly move. She will crouch and lean there, lie on the stone. A leaf will come down. Its click of applause. The music continues furious like blood moving for a few more minutes in a dead man. She lies under the sound and witnesses her brain coming back, lighting its candle in the dark. And breathes in and breathes out and breathes in and breathes out».

[«Ella se detiene cuando está exhausta y apenas puede moverse. Se agachará y apoyará ahí, recostada sobre la piedra. Una hoja caerá, como un aplauso. La música continúa furiosa como la sangre que se mueve por unos minutos más dentro del cuerpo de un hombre muerto. Ella yace bajo el sonido y es testigo de cómo su cerebro regresa, encendiendo su luz en la oscuridad. E inhala y exhala e inhala y exhala».]

La vida vuelve cuando la música se acaba.

Aracelis Girmay, en su libro de poemas Kingdom Animalia, se pregunta: I want to know what to do/ with the dead things we carry (Quiero saber qué hacer con todo lo muerto que cargamos).

Ella se refiere a las partes de nuestros cuerpos que vamos descartando todos los días: uñas, pelos, células de la piel, pero también hoy habría que preguntarse qué hacer con todas esas ideas y sueños que no fueron. Las palabras que ya no queremos usar, las canciones que alguna vez nos dedicaron.Todo lo que no funcionó, lo que dejamos atrás para seguir avanzando.

Empieza una nueva semana y a ratos pienso en los globos, el papel picado, que el team Hillary tenía listo para ser dejado caer desde las alturas del Javits Center, en Nueva York. Confetti, le dicen en inglés, que me suena tanto a dulces. Esos papelitos que iban a quedar en las cabezas, las ropas, de tantas personas. Que iban a aparecer en sus almohadas, entre las sábanas, a la mañana siguiente.

Probablemente lo botaron todo (y en Nueva York lo botan siempre todo, incluso lo que todavía sirve) pero me gustaría pensar que algún artista decidió (aquí o en algún universo paralelo) tomar esas muchas bolsas de materiales inesperados.

Sacarlos a la calle, sin que nadie se diera cuenta.

Y fabricar algo muy bello.

Un baile furioso

Sobre el autor:

María José Navia (@mjnavia) es autora de SANT (Incubarte editores, 2010) e Instrucciones para ser feliz (Sudaquia Editores, 2015). Es Doctora en Literatura y Estudios Culturales (Georgetown University), y escribe el blog Ticket de cambio.

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