Usted es la culpable…

por · Febrero de 2022

A los chilenos nos gustan las copuchas, adoramos el pelambre, pasamos años, décadas contándonos aspectos de la vida de los otros que no nos conciernen, como ocurre con los boleros.

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Un factor de mi escritura es poco común: soy tan adicto a la cultura clásica como a la popular. Aquello, se me ha dicho, es algo muy poco frecuente entre los críticos literarios, quienes, por lo general, tienden a lo elevado, lo altisonante, lo que suena bien y es, por lo general aceptado en los círculos académicos. Así que aquí estoy, preparando un texto sobre esas músicas apasionadas, vehementes, exaltadas que son la parte y el todo de la cultura hispánica: los boleros, que encantaron a nuestros padres y abuelos y que, si bien ahora parecen batirse en retirada, han resurgido con nuevos intérpretes, nuevas orquestas con instrumentos actuales y nuevas voces que han resurgido en la pasada década. El bolero contiene de todo: chismes, dimes y diretes, engaños, historias tórridas y descabelladas, romances de amor no correspondidos, letras sublimes, recargadas, cursis hasta lo indecible o lisa y llanamente preciosas. 

El género es identificable por algunos elementos rítmicos y de composición que surgieron en el quehacer musical de Cuba durante el siglo XIX. Si bien comparte el nombre con el bolero español, melodía que surgió en el siglo XVIII y se ejecuta en compás ternario de 3/4, la variante isleña elaboró una célula melódica diferente, en compás 4/4.

El bolero cubano se originó cerca de 1840. Las canciones evolucionaron desde las cantinas y peñas y mediante su exacerbado romanticismo, abarcaron todas las clases sociales. Y la aparición de nuevas tecnologías, como la radio y las grabaciones, originaron una nueva difusión de este fraseo. Un factor clave en su evolución fue el aislamiento cultural de América Latina en los años previos y posteriores a la Primera Guerra Mundial. Ello permitió a esas incomparables letras, desenvolverse sin competencias foráneas y la era dorada coincide con las dictaduras militares de los años 30, 40 y 50. Sin que sus intérpretes lo desearan, el fenomenal éxito de estas canciones sirvió a esos regímenes, ya que promovía la alienación romántica en un público al margen de la política. 

No recuerdo, me es del todo imposible recordar cuándo escuché el primer bolero. Sin embargo, conservo una vaguísima reminiscencia de la incomparable voz de Lucho Gatica, interpretando “Historia de un amor” como nadie lo ha hecho nadie ni antes ni después que él. La hermosa melodía, con versos desgarradores, intensamente líricos, fue escrita en 1955 por el autor panameño Carlos Eleta, a raíz de la muerte de su esposa.

El bolero y las baladas afines se caracterizan por un rasgo que me es completamente consustancial: la obsesión por las palabras. Ahora, en la tercera edad, se ha agudizado hasta transformarse en una verdadera monomanía. Las letras de boleros y sus derivados contienen tantísimos vocablos desconocidos fuera de sus países de origen, que la sola enumeración de ellas puede dar lugar a asombro o nueva constatación de la propia ignorancia.

Las baladas que oían nuestros padres y abuelos y que, en el presente escuchan con creciente interés las actuales generaciones han demostrado ser de una variedad infinita: ahí están todos los gustos, todas las preferencias, todas las orientaciones de cualquier tipo -sean de género, raza, religión o cualesquiera otra manifestación de la convivencia humana. El español, una lengua considerada de segunda clase durante el predominio incontrarrestable del francés, inglés o alemán, idiomas globales durante varias centurias, en el presente ha devenido una lingua franca gracias a su literatura y, en particular la cultura popular.

Anoche, cenando con un par de amigos mucho más jóvenes que yo, salió a colación el tema de la música popular, la de ayer y la de hoy. Para ellos, los boleros eran algo bonito, aun cuando pasado de moda. Al inquirirles yo qué era la moda, me respondieron difusamente que tenía que ver con la ropa, con ciertos giros idiomáticos y, claro, con la música. Les dije que los boleros y su infinita variedad dan para todo y todos, desde los tontos graves a los intelectuales serios, desde quienes son el hazmerreír de su familia y amigos, hasta quienes se creen los reyes de la creación, desde los ultra reaccionarios hasta los conservadores, desde los que llevan años y años en la cárcel, hasta los que nunca han sido privados un segundo de libertad, me refiero, obviamente, a la libertad de circulación, no a la otra, o sea, de pensamiento o expresión. Les añadí también que estas baladas hacen volar hasta lugares inalcanzables nuestra imaginación, nos transportan a sitios que ni sabíamos que existían, nos alienan, nos hacen olvidar las vicisitudes domésticas que tanto nos atormentan, sobre todo a las mujeres, nos hacen vivir tramas melodramáticas que nunca viviremos, nos envuelven en su delirante apasionamiento, nos obligan a las experiencias vicarias de hombres y mujeres que lloran, sufren, son presa de sentimientos extáticos, desbocados, desenfrenados, con letras que nos llevan a territorios donde ya estamos fuera de nosotros mismos, somos víctimas de pasiones incapaces de controlar o bien objeto de añoranzas que nos hacen perder la cabeza, conduciéndonos a espacios que nunca soñamos que existían.

En la década de 1950, Chile experimentó un cambio en la cultura popular, al imponerse el bolero sobre el tango como género musical favorito. Lucho Gatica conoció a Olga Guillot y grabó, junto a la orquesta de Don Roy, el tema “Piel Canela”. 

Mi madre era admiradora sin límites de todos los temas interpretados por Lucho, en especial “Historia de un amor”, “Contigo en la Distancia”, “La Barca” y el bolero de los boleros, “Usted”, dado a conocer por el Trío los Panchos y los Tres Diamantes, y con esa versificación tan extraña de la segunda persona del plural, cuando siempre se usa la segunda del singular: “Tú me acostumbraste”, “No me platiques más”. “Sabes de qué tengo ganas”, etcétera., pero jamás “Usted”: “Usted es la culpable/de todas mis angustias/de todos mis quebrantos… etcétera. Y que continúa extasiando a oyentes que se preguntan quién es el interlocutor que se dirige a su amada con esa manera tan absolutamente inusual. Mi padre también se sabía esos textos de memoria y aun cuando no era tan pavorosamente desafinado como yo, no vamos a decir que poseía una linda voz. De mi hermanito, ni hablar, pues murmura melodías casi peor que yo, lo que ya es mucho decir. En cuanto al resto de mi escasa parentela, hay o hubo de todos, desde aquellos y aquellas con una buena voz, hasta esos y esas que cantan como tarro.

Con todo, existe un hecho incontestable y es que no podemos pasar por alto: a los chilenos nos gustan las copuchas, adoramos el pelambre, pasamos meses, años, décadas contándonos aspectos de la vida de los otros que no nos conciernen, como ocurre con los boleros. Esa es la materia prima, la savia de los que está compuesta buena parte de la literatura, muy específicamente la inglesa: Charles Dickens, George Eliot. Wilkie Collins, Henry James basaron gran parte de sus tramas en las idas y venidas de los demás, en vidas ajenas, en el rumor, en la calumnia, en los susurros de los amigos, los vecinos, los parientes, los conocidos, la gente que se conoce al pasar, esos que vemos una sola vez en nuestra existencia, pero somos incapaces de fingir que no sabemos nada de ellos o ellas. 

En fin, USTED ES LA CULPABLE….

Usted es la culpable...

Sobre el autor:

Camilo Marks es novelista y crítico literario. Como reseñista, ha colaborado, desde 1988 hasta el presente, en diversos medios escritos. Es autor, entre otros libros, de La crítica: el género de los géneros y La dictadura del proletariado.

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