Hicimos la ruta Viña-Valpo en busca de lugares para escuchar y ver buena música en vivo. Acá el resultado.
Una confesión: asumo mi condición de novata en los peregrinajes nocturnos en busca de las mejores tocatas. Tanto se conoce a Valpo como una ciudad rockera, que en mis días universitarios los compañeros de intercambio lo primero que hacían era conseguir quién los lleve a conocer la bohemia porteña. Pero no, yo nacida y criada entre la delgada línea que divide Valparaíso de Viña del Mar, puedo decir que a mis veintiún años tuve que hacer un viaje más largo que un parto para poder hacer mi propia lista de locales porteños recomendables.
Cuando hablo de locales, quiero decir bares, cuando digo bares, no hablo de salir raja curada, solo me refiero a espacios nocturnos que, dentro de su propuesta, le den un espacio a la música. Y con música, me refiero a espectáculos en vivo. Lo de «recomendables» olvídenlo, porque es muy relativo, pero se entiende la idea.
Primera parada: los días sin Festival
Jaggers —ubicado en 2 Norte, Viña del Mar— abrió sus puertas hace siete meses y, si bien visitarlo implica estrujar un poco la billetera, cada detalle bien cuidado en la imagen del bar hace que el gasto no sea tan doloroso.
A manos de tres socios, el bar se autoproclama «the music house», una idea que nace de Mauricio Pizarro, melómano que además es publicista y siempre estuvo ligado al mundillo del entretenimiento. La inspiración de Jaggers llegó cuando, en uno de sus viajes, Mauricio conoció un restaurant en Argentina: Johnny B. Good.
El local mendocino que rendía honor a la canción de Chuck Berry cumple con una temática 100% dedicada a la música, sin embargo, ese propósito solo se cumplía con su nombre y los videos musicales que reproducían para los clientes. La propuesta era que Jaggers asimilara la personalidad del Johnny B. Good, pero que realmente el negocio se tratara de comienzo a fin sobre música.
Así, Jaggers era la promesa del rock en suelos viñamarinos, y sus clientes captaron la idea. Cuatro meses antes de abrir, el local tenía tres mil seguidores en su fanpage de Facebook y por lo mismo tuvieron que organizar dos inauguraciones y hoy trabajan con reservaciones para los días de eventos más cotizados.
Pósters gigantes de Madonna, Axl Rose, Lenny Kravitz, The Beatles, Gustavo Cerati, Kiss, Rihanna y por supuesto Mick Jagger adornan las paredes del bar, buscando plasmar el alma irreverente de los íconos que consideran potentes. En tanto, las mesas tienen individuales con reseñas de músicos o letras de canciones —particularmente me tocó uno de Lucybell— y a la hora de la comida, ofrecen la Tabla Jaggers, con forma de guitarra eléctrica y sus tragos con nombre de clásicos del rock.
Hasta el momento, todo cumple con la máxima de honrar la música y ser the music house y todo ese rollo, pero cuando les preguntamos sobre los artistas en vivo, Mauricio responde que solo se manejan con tributos a cargo de sus bandas amigas. La que más nombran es Ultra, una agrupación exclusiva del Jaggers que revive clásicos de los ’80 para un público en su mayoría sobre los treinta años.
Esta notoria segmentación del público se dio de forma natural —considerando un sector más caro y una cartelera bien definida—, en la que no está dentro de los planes de los dueños del local llegar al rockero de veinte años, pues este va a las tocatas en Valparaíso donde Mauricio señala existen lugares más arriesgados.
Como son pocos los eventos de músicos con creaciones originales, el local compensa esta opción con la presentación de tributos a diario y karaoke con banda en vivo, según ellos, para que el que se suba al escenario se sienta un rockstar y se crea el cuento.
Jaggers
2 Norte esquina 5 poniente, Viña del Mar
Mucho antes del Jaggers surge Bonita, un bar que también pretendió desde sus inicios darle un color diferente a la plana oferta nocturna de la ciudad bella. Con una imagen y estilo musical orientado a ser lo opuesto a los bares pachangueros, el 2009 Eduardo Drouillas monta un local derechamente indie.
Bonita le gusta a dos tipos de personas, independiente de sus edades u ocupaciones: a los que aman la música y a los borrachos. Eso dice su dueño, que infla el pecho para contar que si pides la carta, puedes darte mil vueltas por Viña y vas a volver a su bar.
Mientras que en su página de Facebook bombardean con música al estilo Weezer, Yeah Yeah Yeahs o Blur, los eventos en vivo son protagonizados por bandas que pertenezcan a sellos pequeños y suenen lo suficientemente indie como para encajar en el ambiente cargado de «esa cosa moderna de los ’60», con que Eduardo define la imagen del bar.
En sus primeros años, las tocatas eran acomodadas entre amigos, pero ya consolidados fueron las bandas las que se acercaron a participar de los ciclos de eventos que Bonita organiza. No estuve ahí, pero por gustos del dueño, lo que mejor ha funcionado han sido los eventos de Protistas con un show acústico o la participación de Intimate Stranger. El plus: el bar es pequeño, lo que produce ese efecto de intimidad y buena onda con los artistas.
El año pasado, Bonita tuvo alrededor de dieciséis eventos, todos con entrada liberada y fieles al estilo que los caracteriza. Si le preguntas a Eduardo, el escenario en Viña no ha cambiado desde que partieron con el bar, pero ahora está Bonita para hacer algo diferente en el paisaje.
A excepción del nuevito Jaggers y el top Bonita, en la ciudad del tan nombrado Festival de los Festivales casi no hay música. Al menos no en locales, por eso prefiero pasear por la calle Valparaíso, el centro de la ciudad, y encontrarme con jóvenes talentos —otros no tanto—. Así te puedes maravillar con una chica que toca el violín o pequeñas agrupaciones de jazz. Una vez encontré a dos adolescentes haciendo un cóver de “She loves you” de The Beatles, eran bacanes. No sé qué habrá sido de ellos.
Bonita Indie Bar
7 Norte 427, Viña del Mar
Hace siete años, a unas cuantas cuadras de Jaggers, y aún más lejos de los shows improvisados en calle Valparaíso, Verónica Toro armó su local en una casa ubicada en 5 Norte. El proyecto nace desde que vivía en Suecia, cuando ella y unas amigas fantaseaban con montar un café que de noche se transformara en una vitrina para la música negra, una mezcla de Soul y Jazz. Al volver a Chile y crear El Baúl Café en territorio viñamarino, la idea original se desvió un poco, para construir un café-bar con tienda vintage incluida.
El concepto ya resultaba atrayente para la gente del sector; un lugar donde podían compartir personas tomando alguna de las diferentes muestras de té, con oficinistas almorzando la comida casera del local y en una esquina, encontrar a universitarios bebiendo una cerveza. A este panorama se le añadía una visita a la tienda, con ropa seleccionada personalmente por Verónica en sus viajes a Europa, confecciones de los años ’50 y ’60.
¿Y dónde está la música? Con el tiempo, los requerimientos del público se fueron sumando, y el Baúl Café se transformó en un café-bar, en donde cada sábado corren un poco las mesas y se forma un escenario improvisado. Al principio eran tocatas chicas de bandas que le gustaban a la dueña del local, principalmente de jazz, pero con la llegada del público a los eventos, otros artistas se acercaron para utilizar este espacio en el centro de la ciudad jardín.
Hoy se puede ver entre las mesas una pizarra con la agenda de eventos, en los que se nombran agrupaciones de rock, trova y jazz y el espectáculo es con entrada liberada, repitiéndose los nombres Tryo, The Pelais y Moncho Pérez Trío.
Este nuevo escenario puede ser accesible para las agrupaciones que atraen a su público en la Calle Valparaíso, ya que el Baúl Café selecciona a sus bandas luego de oír su material en alguna cuenta de youtube, abriendo sus puertas a nuevos artistas locales, siempre y cuando cuenten con un espectáculo que siga la onda del local.
El Baúl Café
5 Norte 433, Viña del Mar
Segunda parada: ¿y el rock?
Ya en el puerto tuve que pasar por un colador. Si en Viña tenía que buscar los lugares de los que hablar, acá tenía que seleccionarlos. Partí con un clásico, y por clásico me refiero a antiguo, ya que conserva esa onda patrimonial de los antiguos edificios de Valparaíso: La Piedra Feliz.
Si bien está al ladito de La Sala, subterráneo que funciona como disco y en ocasiones como sala de conciertos, La Piedra Feliz funciona con una lógica muy diferente. Parten hace veinte años como un bar con una constante relación con los músicos y la entretención nocturna. Por el ’94 el local aguantaba la presencia de sesenta personas, sin embargo conforme a su éxito se fueron expandiendo y hoy continúa funcionando, pero ya con tres ambientes que pueden recibir alrededor de quinientas personas.
Ricardo Gutiérrez, quien trabaja en el local desde sus inicios contó que ha visto pasar por ahí a Florcita Motuda, Ángel Parra Trío, Los Bunkers —cuando aún los Durán tenían cortes de pelo de los Beatles— más las innumerables veces que ha visitado el local Congreso, Sol y Lluvia, Inti Illimani y Los Jaivas.
Esta cartelera es exhibida en las paredes del bar, mostrando sus años de vida en un recorrido de afiches que nombran a los tantos artistas que han pisado su escenario. Pero también han abierto su público a diferentes estilos musicales, en el local han participado bandas que hacen tributo a Janis Joplin, Jimi Hendrix y Pink Floyd, incluso le han hecho un espacio a noches de humor en las que destacan con un cartel la participación de Felo.
Actualmente, La Piedra Feliz apuesta a la fidelidad de sus clientes recalcando su lema «20 años firme junto al Puerto». Así se mantienen semanalmente con noches temáticas, en las que realizan clases de salsa con música en vivo, sábados con la banda de la casa, Los Pickles del Puerto, ciclos de Jazz con entrada liberada, noches ochenteras e incluso, eventos de stand up, informando sobre su programación mensual en una revista que distribuyen en el mismo local.
La Piedra Feliz
Av. Errázuriz 1054, Valparaíso
Entre el 2013 y 2014, lo que la estaba llevando en Valparaíso era la pachanga, estilo que tendría el mismo efecto evasivo de las comedias turcas, una especie de salida de emergencia que en vez de tener a un Onur, tendría sonidos movidos para bailar toda la noche. Pero los otros estilos musicales no se dejaron ahuyentar por ritmos más rápidos. Ese es el caso de la supervivencia de La Canción de la Trova.
Este bar, si bien está metido en medio de un concurrido sector del Valpo carretero, tiene un sello diferente que el resto de los locales nocturnos del centro porteño. Subida Ecuador y Cumming son paradas obligatorias para todo el que quiera borrarse una noche con los amigos, o simplemente, para hacer la previa. Sin embargo, La Canción de la Trova está dirigida a un público que quiere compartir tranquilamente un trago con clásicos hispanos de fondo, y a ratos, admirar un espectáculo íntimo.
Aquí da lo mismo quién esté sentado a tu lado, la esencia del local es compartir en un ambiente tranquilo, donde se olvidan las nacionalidades y, muchas veces uno se pregunta entre el murmullo, qué idioma será el que están hablando los de la mesa del frente.
En cuanto a los tragos, según los asistentes no es barato, pero lo vale. Esto genera otra brecha dentro de los locales vecinos, donde se prioriza la cantidad por sobre la calidad, cosa que se nota desde los captadores de clientes que no te dejan caminar hasta que entres a comprar lo que sea.
Si bien la Canción de la Trova sube un poco los precios, garantiza un ambiente acogedor con shows en vivo a modo de serenata. Como lo dice su nombre, el bar hace recorridos musicales, reconociendo el trabajo de cantautores como Chinoy, Camila Moreno, Nano Stern, Manuel García, además de hacer reiterados tributos a Silvio Rodríguez dentro de su cartelera.
Canción de la Trova
Cumming 45, Valparaíso
Otro que lleva a un recorrido musical a sus clientes es El Viaje Bar. También ubicado en Cumming, coexistiendo con unos tantos bares al igual que Trova, El Viaje parte en Septiembre del 2013 como una sociedad de amigos con claras intenciones de armar un negocio rentable, que al mismo tiempo les sirviera para mostrar nuevos sonidos.
Javier Muñoz es parte del trío que monta el bar. Él se encarga de la producción musical además de pertenecer a la banda Lupita Latiña, que toca regularmente en el local. Con esa misma línea, el espacio es utilizado para que bandas amigas puedan mostrar su trabajo.
Aunque tal vez el local sea pequeño —con capacidad para cincuenta personas— desde que lograron tener la patente el norte ha sido tener música en vivo. Por lo mismo, han potenciado los espacios para que el público —entre universitarios, adultos jóvenes— sean acogidos y sientan el calor del espectáculo.
De estilos hay de todo, dice Javier. Su cartelera mezcla Bossa Nova con Tango, otro día bandas locales de Jazz, en tanto los viernes y sábados están reservados para ritmos afro, música peruana y boliviana, salsa y cumbia.
Al igual que en La Canción de la Trova —y los bares del sector en general—, El Viaje es destino de turistas, la diferencia es que la respuesta del local fue hacer honor a su nombre, logrando que la música trascienda nacionalidades y sirva de transporte a cualquier punto de Latinoamérica.
El Viaje Bar
Cumming 93, Valparaíso
Última estación: the real party rock
Tal vez dentro de los sectores peligrosos que nombró Mauricio —de Jaggers— esté el Barrio Puerto, donde de día podemos hallar acumulado en un solo lugar todo el olor a pescado de Valparaíso. Una vez caminando por ahí, en la esquina de la clásica Bandera Azul —cristalería del puerto—, un hombre apareció corriendo. Detrás de él, una señora de unos cuarenta y tantos, lo perseguía con un palo de escoba. Cada paso que daban, ahuyentaba a decenas de palomas que picoteaban migajas en la plaza Echaurren. Las primeras impresiones son muy fuertes, y ese fue el recuerdo que me quedó del lugar.
A unas calles de esa escena está La Cantera, bar creado el 2007 por Felipe Barriga y su socio. Ambos acostumbrados a ir a tocatas de amigos —generalmente en Villa Alemana y Quilpué—, tenían la idea formada desde el comienzo: montarían un espacio donde hubiera música en vivo en un sector que tuviera arriendos baratos.
La imagen de La Cantera en sus inicios era la de un lugar para punk rockers, olvidado por el control policial, por cierto. Eso hasta el 2010, cuando Felipe asume completamente la producción y decide abrir el abanico de bandas, y por ende, del público que llegaría al bar. Actualmente los asistentes son los seguidores de las bandas, pero si hubiese que describir a los clientes recurrentes serían estudiantes, universitarios mayorcitos, de carreras relacionadas con el arte y las letras, con aspecto de hippies o punks, más o menos.
Aunque eso suene a clasificación, en el bar aseguran estar lejos de segmentar a su público. Por lo mismo, La Cantera no cuenta con guardias y tiene un ambiente más flexible. En palabras de Felipe, «no somos pacos para echar a la gente del local. Tratamos de no poner atados, porque la gente tiene que cumplir con horarios, con la pega, con restricciones que de noche debiera ser todo lo contrario, escapar de todo eso». Por lo mismo se puede ver al interior hasta perros disfrutando de esa buena onda. Lo que coincide con el paisaje del Barrio Puerto.
Pero, para lograr esa buena onda, no se quedan solo en olvidar algunas reglas. La propuesta atractiva siempre se logró al poner la mira en los eventos, juntando bandas amigas o de estilos similares ya afiatadas, para organizar tocatas conceptuales que muevan gente desde el centro de Valparaíso —donde está la mayoría de los locales nocturnos— hasta el Barrio Puerto.
Felipe sabe que hubo un periodo de ensayo-error, donde se llevaron muchos porrazos pensando que llegaría mucha gente al llevar al bar a bandas «conocidas» dentro del círculo del rock alternativo. Sin embargo, la sorpresa fue que lo que la llevaba eran las bandas locales, que movían a su propia red de contactos hasta el local. Por eso, la línea del bar desde ese momento prefiere las agrupaciones que tengan propuestas originales dentro de la zona.
En un recuento de las tocatas con mayor concurrencia, el año pasado lo que más motivó al porteño fue la pachanga, al ritmo de Mano Inquieta, Sonora Patocarlo y Sonora de Llegar. Entre esas y otras bandas, Felipe recuerda que hacían dos o tres mix, los que repetían en un ciclo cada quince días. En octubre, se disolvieron algunas de las bandas invitadas y descubrieron que volver a sus raíces rockeras también podía atraer a mucha gente.
Con ese cambio de chip, comenzaron a hacer eventos con entrada liberada, a los que llegaban alrededor de cien personas. Actualmente, los ciclos que podemos presenciar en La Cantera son más experimentales y el fin ya no es llenar el local, sino que el público se encuentre con bandas que tengan horas de ensayo y planificación sobre sus hombros, asegurando una buena ejecución en escena.
La Cantera Bar
Cochrane 88, Valparaíso
Finalmente era el turno de mi última estación. Al principio pensé que me había confundido de calle. Caminando por la gran Avenida Pedro Montt, paré justo al llegar a un salón de té que ocupa toda una esquina, Marco Polo. Había unas cuantas parejas de abuelitos comiendo un trozo de torta y me dio hambre. Desde ahí se escuchaba la música, así que supe que no estaba tan perdida.
Si doblas en ese pasaje, General Cruz, lo primero que verás es una multitud de jóvenes queriendo entrar a perrearhastaabajo en la Locomotora. Detrás de ese tumulto estaba mi destino, un cartel con el logo en letras manuscritas lo nombraba: Elebar.
No tiene encima una mega producción estética, como el Jaggers, pero al entrar notas de un comienzo que se respira rock (y el olor de la cerveza desparramada). Su historia parte hace tres años y medio, cuando se levanta este proyecto como LA sala de conciertos para las bandas de la quinta región, sueño del dueño, Mauricio, y su socio y productor artístico, Alejandro Brito.
Ambos amantes de la música montaron este espacio en sus primeros días como escenario para bandas tributo, que abundaban por el puerto. Con el tiempo se abrieron a las bandas independientes de corte local, dándole especial importancia a sus bandas regalonas, dentro de las que nombran a Molo y Humboldt en reiteradas ocasiones.
Luego de unos meses, comenzaron a llamar bandas de mayor renombre y el Elebar fue el encargado de traerlas a la ciudad. Si en ese entonces la pega era recopilar los teléfonos de managers, según Alejandro, hoy las bandas llegan directamente al local y piden tocar para evitar malas experiencias en lugares desconocidos. Por nombrar a músicos «de la casa», están Nano Stern y Ases Falsos, incluso, Briceño y compañía se presentaron en el local luego de su participación en el Rockódromo, terminando la noche con un show más cercano dedicado a sus seguidores porteños.
En cuanto a la convocatoria, los shows más destacados del local han sido el de Villa Cariño, organizado en conjunto con el Carnaval de los Mil Tambores, donde llegaron mil doscientas personas, como también un íntimo concierto de Los Jaivas o el recital de los estadounidenses de Suicidal Tendencies.
Esta cartelera más «profesionalizada» los llevó a decidir que esta no sería una sala de ensayos para darse a conocer, sino un bar que recibiría talentos con un carrete detrás. Por lo mismo está volando la idea de agrandar el local y tener una sala de música más, y a la vez, tratar de hacer en otro espacio un sello que trabaje directamente con bandas independientes de la zona.
Si hablamos del público, no se van a los extremos. Estando en un sector universitario, el Elebar apunta a jóvenes que disfruten de la música y elijan un espectáculo con un buen sonido por sobre una pista de baile. Pero aunque tuvieran esta propuesta clara, les tocó duro sobrellevar la lucha contra la Pachangamanía y llegaron a la misma conclusión que Felipe de La Cantera: ese es el ritmo por el que la gente paga en Valparaíso.
Esto significó una reorganización, en donde ven que los músicos de corte menos festivo se llevaron muchos golpes al tener diez personas en el público en tocatas que promocionaron durante un mes entero. Pese a eso, Alejandro le atribuye a las tribus callejeras de la quinta costa —entre los que podría nombrar punks, alternativos shúpers, uno que otro grupo de adolescentes bailando kpop, góticos con abrigos negros en verano, etc.— que la ciudad permanezca con sus tintes rockeros y sobreviva esa esencia que huele a orina seca y libertad.
Y después unas cuantas salidas, unos cuantos tragos y unos varios descoordinados cabeceos y pasos de baile, olí esa libertad (y también la orina seca, pero quisiera olvidarlo), esa que hace que la gente quiera a Valpo —bueno, también tomé un juguito en la ciudad bella, pero guardemos las proporciones— y con eso puedo cerrar mi bitácora: de todo hay en la Viña —y sobre todo el Valparaíso— del Señor.
Ele Bar
General Cruz 335, Valparaíso