Verena y yo

por · Julio de 2018

Chilena le pregunta a Berlín por el corazón de Chile.

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Chilena le pregunta a Berlín por el corazón de Chile.

Para Verena von Bronewski

No sé si voy a escribir bien esta historia porque en realidad Verena y yo nunca nos entendímos del todo, así es que espero que los errores o accidentes de mi registro no nublen la impresión en ella luego de leída esta crónica, si acaso ella algún día logra encontrarse con esto y con alguien que pueda traducirle al alemán, al ruso, o al armenio las palabras que encuentra una chilena para dedicarle amor y gratitud.

Llegué a Berlín porque tuve el privilegio de participar en un festival de danza que se realiza en un teatro de la ciudad. Busqué la manera de economizar los gastos de alquiler y le pedí a una buena amiga que me ayudara de alguna forma, a lo que ella respondió con una ágil y rigurosa gestión germana sacándome de aprietos mucho antes de lo que me alcancé a dar cuenta, consiguiéndome hospedaje gratuito con una amiga de su abuela. Aterricé la noche del 28 de junio y Verena estaba esperádome en su apartamento ubicado en un barrio residencial al sureste de la ciudad, no nos conocíamos y aún así ella se había ofrecido para prestarme alojamiento, me hizo pasar a su casa rápidamente mientras de fondo sonaba un redoble de maletas y palabras duras que no entendí. Pude advertir desde el primer momento la generosidad y la dulzura en su mirada, porque todo lo demás -eso que no hacía juego con sus ojos-, parecía trastocado por la aspereza del tiempo y alguna que otra pena. Hacía tiempo que no entraba en una casa tan oscura, parecía que los macizos muros de concreto se habían encargado de conservar para siempre el olor a humedad y nicotina pero todo esto iba contrastando con la sonrisa amplia de Verena que iba poniéndose más hermosa cuanto más oscura se ponía la habitación; las paredes de su casa estaban forradas con anaqueles cifrados de extremo a extremo por literatura judía y tomos escritos en idiomas fabricados para mi ignorancia.

Verena tiene alrededor de 75 años y nació en Armenia, su madre fue una bailarina rusa y su padre el director de un aclamado teatro berlinés echado abajo para el Tercer Reich, el resto de su familia viene de todas partes; inclinados los gentilicios hacia el hemisferio oriental del globo, así es que para sus tres años Verena ya había perdido el punto de referencia. Vivió gran parte de su infancia en Armenia, geografía a medio camino entre Asia y Europa, cuando se volvió adolescente su madre la trasladó a un internado en el sur de Alemania donde cursó estudios de Sociología mientras franqueaba las vicisitudes del Berliner Mauer (El Muro de Berlín), y desde ese momento se pasó la vida asistiendo a miles de refugiados en Kazajistán y tantos otros países. Recuerdo que le gustaba agarrar el mapa del mundo y señalarme con el dedo los lugares en donde había estado sirviendo a los refugiados, yo le preguntaba si acaso esos lugares eran lindos pero ella no me prestaba atención y volvía a señalar un punto en el mapa para enseñarme los acontecimientos allí ocurridos, y de manera insistente iba redondeando los hitos en el atlas, porque V no juzgaba el mapa por sus paisajes, a V no le gustaba el mapa por la geografía sino por momentos, de vez en cuando iba diciéndome “ese país me gusta”, entonces yo entendía de inmediato que debía tratarse, -si es que la hubiere-, de alguna República más piadosa que otra. V habla un inglés traído de Oriente que pronuncia a mala gana pero con buena voluntad, y sólo para acceder a mis cuestionamientos, -la mayoría de las veces muy triviales-, y rehuye de mi pronunciación americana, esa que me enseñaron o aprendí cuando chica traduciendo las canciones de The Cranberries. La cosa es que no nos entendemos pero en una conversación que me costó gruesas conexiones cerebrales V me confesó que no se sentía alemana, y que en realidad ella tampoco hablaba inglés, que lo usaba muy poco y que a pesar de conocer casi todo el mundo EE.UU sería un destino de nunca pisar para ella.

You’ll never go there because your own desition, isn´t it?, le pregunté.
I do not like countries without a heart-, contestó.

Me quedé medio helada en un sentimiento totalmente irracional, en el que remití casi de manera automática a Chile. Al principio me sentí como levemente ofendida pero bastó un segundo para deshacerme de ese absurdo capricho conservador y asumí que la relación la había hecho yo misma, que encontrarse al fin del mundo nunca fue impedimento para que esta pitilla y longitudinal geografía que compartimos dejara de incoporarse a la OCDE o perdiera fortaleza su cardinal amistad con el Norte. Caí en cuenta de que no logro resumirle a Verena un Chile que hable de generosidad, y que sí…que Chile, la “República de Chile”, también es un país sin corazón. Total que no supe cómo invitar a Verena a mi país, cómo integrar la personalidad de V a mi país, de qué manera hacerla sentir en casa, así es que solo me limité a presentarle a Chile con una floja introducción panorámica a los estragos de la dictadura, pasando por la majestuosa blanca montaña, terminando en ese mar que tranquilo te baña. Luego preferí volver a mi condición de turista para perderme por las calles de Berlín; es difícil caminar por allí sin evitar imaginársela como un cráter oliendo a fusible quemado, en la ciudad todavía se huele una deuda con el mundo entero y resulta doblemente extraño gozar de las bellas formas que ha tomado la región para reconstruirse después de la Segunda Guerra, donde por contradicción doble puedes beneficiarte del escenario multicultural, la exótica comida, la exuberante reforestación arbórea, etc.

Retomo: se supone que iba a contarle a Verena sobre mi país, escribir sobre él, así como en las tareas del colegio, pero no me resultó, para mí hubiera sido incluso más fácil pintar un dibujito que reuniera el entero y maravilloso paisaje chileno para mostrarle con una postal el corazón de Chile. Lo intenté y por más que forcé a mi imaginario solo me recordé parada y vacilante en alguna esquina de Santiago con la sensación de tener los pies puestos sobre una tierra extraña, echando de menos la costa maulina.

Ya, tampoco quería hacer un drama, ni menos contribuír al mamotreto de críticas y desaprobaciones que orbitan en torno a nuestro territorio, solo quería rememorarlo a la distancia y entonces las ganas de celebrar el amor de Verena fueron para mí más grandes o se volvieron más importantes; su cuerpo pequeño y sus brazos como dos puertas abiertas o dos puentes conectando todos los océanos posibles. V es un portento de generosidad y estaría felíz de recibirlos a todos, sin excepción, vengan de donde vengan, de eso estoy segura, porque cuando la miras a los ojos ella te devuelve a casa, a tu corazón… pero en serio, ¿dónde está el corazón de Chile? Ustedes lo sabrán mejor que yo, si acaso todavía vale la idea de andar buscándole corazones a las cosas.

Verena y yo

Sobre el autor:

Fernanda Simón

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