Revisamos El futuro, la película de la directora Alicia Scherson basada en Una novelita lumpen de Roberto Bolaño, con Manuela Martelli y Rutger Hauer. Ya en cartelera.
Esto no parece Roma. En un cementerio de chatarra dos adolescentes —hermanos, escolares, vírgenes— inician un descenso hacia el infierno: se encuentran, de frente, con un amasijo de fierros grises que debieron ser el Fiat amarillo en el que murieron sus padres.
Crac. Ahora son huérfanos y no tienen a nadie. Y todo sucede de la noche a la mañana.
A partir de ese momento, los días cambian. «Quiero decir, el transcurso de los días. Quiero decir, aquello que une y que al mismo tiempo marca la frontera entre un día y otro», explica en el filme de Alicia Scherson, Bianca (Manuela Martelli), la mayor de los hermanos y narradora en primera persona de esta adaptación bastante literal de Roberto Bolaño al cine.
Desde la luz y la música hasta la tipografía, la co-producción de Italia/Chile/España/Alemania parece una resaca de títulos como Ben-Hur y Hércules: una cita al cine de aventuras romanas, el péplum épico y viejo de los 60 —perdonen la tristeza.
El futuro (2013) es una cinta profundamente triste, contra la muerte, dirigida a una inminente revelación que no se produce. En ese sentido la sombra de Bolaño baila en cada voz en off de párrafos imposibles de llevar al celuloide. ¿Y si escribir es, en el libro en la película, hacerse legible para todos e indescifrable para sí mismo?
Mientras dos hermanos rifan sus vidas a un peligroso piloto automático, mezcla de su relación con la madurez –el dinero, el sexo, las relaciones sociales, la rutina, los trabajos precarios— y básicamente sobrevivir; dos fisicoculturistas más grandes aparecen, llegan a vivir con ellos y el elástico no estira:
«Volví a casa al atardecer. El boloñés y el libio (los nuevos inquilinos) estaban viendo la tele, pero cualquiera que los hubiera observado con un poco de atención se habría dado cuenta de que estaban muy lejos de allí».
Entonces el pasado y el futuro desaparecen. Los personajes quedan atrapados en la modorra de un living con televisor. El presente se confunde, se estanca, toma formas imposibles.
Hasta que alguien planea el robo a un actor retirado. Un futuro.
Entonces Bianca se prostituye, en búsqueda de una caja fuerte, con Maciste (Rutger Hauer). Un viejo fisicoculturista que vive de los recuerdos en una enorme casa, pero también se estrella con su aislamiento y esa fase de los guerrilleros y de los ovnis que consiste en estar siempre abandonándose.
Ahí todo el ramaje de la historia —el gimnasio y la peluquería donde trabajan los hermanos, el actor retirado, los fisiculturistas, el televisor siempre destellando— deja visible una forma que ya estaba allí, agazapada: personajes con un mundo privado completamente en ruinas.
En El futuro Manuela Martelli aparece casi la mitad del filme completamente desnuda, sin ser grotesco. Hay una escena curiosa donde se desnuda ante un ciego, con el cuerpo cubierto de aceite, sin ninguna expresión en su rostro.
«De pronto la noche dejó de existir y todo fue un continuo de sol y luz», describe Bianca en algún momento a esas formas lúcidas y distantes de la orfandad, sin sentimentalismos. El futuro, Una novelita lumpen, son eso. La ansiedad por no alcanzar la resiliencia, la introspección que ya vimos en las protagonistas de Play (2005) y Turistas (2009): las ganas de sujetarse a algo y continuar.