Vuélvete loco: Coal Chamber en la Blondie
Esta noche, en la Blondie, varan animales rarísimos y procedentes de quizás que culpas. Una caldera del infierno es lo que se realiza en este recinto. Personajes sacados de un libro rechazado de Chuck Palahniuk se golpean y golpean y golpean sin itinerario fijo. Como tratando de olvidarse, aunque sea por un rato, por un maldito segundo, de la frustración, el disgusto, la angustia, la desesperanza, la depresión, la ira, la rabia, la crueldad, la tiranez, el exceso, el abuso, la violación, la demencia y la vida misma que los carcome.
Ser raro, infrecuente, dañado, enfermo, rechazado, obeso, anoréxico, calvo, barbudo, depresivo, maníaco, horrible, es lugar común en este teatro. De hecho, si no fuese por las espantosas letras de Dez Fafara y la espantosa música de Miguel Rascon y Mike Cox, ninguno de nosotros tendría salvación o posibilidad de supervivencia en este cosmos. Porque escuchar a Coal Chamber en vivo, y detener el tiempo, por ejemplo, con “Clock”, te entrega dosis de coraje y fortaleza y por minutos te desconecta de todo este submundo subnormal.
Y si bien el contenido musical nunca los hizo destacar frente al resto de bandas con que compartieron escena —KoRn, Deftones, SlipKnot— es ese mismo cúmulo de mal gusto, de copia, de saturación, de vehemencia, lo que hizo a esta malograda y fisurada agrupación de Los Ángeles, California, tan descomunal. Capaz de llenar, actualmente, todos los recintos donde está tocando por Latinoamérica (en su gira de regreso) y sin necesidad de presentar novedad alguna desde hace 10 años.
Mediante una sigilosa selección de sus tres discos de estudio, Coal Chamber, en Blondie está demostrando canción a canción, salto a salto, cornete a cornete, que el aggrometal nunca se trato de una moda, sino de un estilo de enfrentar la vida. Hay magia, seducción, nigromancias, así las cosas, en el recuerdo de estas viejas composiciones —”Oddity”, “Sway”, “Big truck”, “Clock”— quizás tan mal elaboradas, tan mal estructuradas, tan mal realizadas, pero, a la vez, tan perfectas.
Son algo así como las 22:30 y estoy como si me hubieran pasado una tropa de caballos por arriba: acaba de sonar “Not living” —paradójicamente, la canción de amor de Coal Chamber— y pienso que desde Machine Head en el Caupolicán que a mi alrededor no sentía emanar tanta mefistofélica energía. Varios, por cierto, en este teatro satánico somos los que hemos tratado de desintegrar uno por uno los cinco sentidos. Ya sea porque en la cabeza alojamos a un leviatán o porque nuestra vida —más cerca de los 30 que de los 20— es una vergüenza, una estúpida broma, o simplemente se está desvaneciendo a paso lento sin mayor intento de apuntar hacia algún lado más que el recuerdo de un pasado que nunca fue. Descansando un presente lleno de penurias, vestigio de una retrospectiva que no supo acompañarse, señal de un futuro que jamás vendrá.
Porque, lamentablemente, solo si estás enfermo puedes disfrutar realmente un concierto como este. Una canción como “Sway”. Una canción como “Loco”.
Acá todo se trató, siempre, de sublimar y sublimar y sublimar.
Una capitulación del cielo y el demonio.