El debut de esta banda es la fotografía de una estética y un espíritu. Un disco tan bueno que el grupo nunca volvió a intentar nada similar.
Fue hace como un año y medio, o dos años. Taba hojeando CD’s en uno de los multiples stands del Persa Bío Bío. De esos donde se encuentran maravillas a un precio mucho menor que en cualquier tienda de música. También mucha basura. Pero entre medio, de tanto mover los dedos una caja de disco tras otra, aparece lo que uno quería. Algo especial. En mi caso era un borde rosado que decía “Yeah Yeah Yeahs – Fever To Tell”. Completamente nuevo. Pregunté a cuanto estaba. Cuatro lucas. Solo cuatro lucas por un clásico de la música. Por supuesto me lo llevé. Y empezó a formar parte de mi biblioteca musical.
Claro, ya estaba en mi itunes hace muchísimo más tiempo. Lo había escuchado mil veces. Pero tenerlo ahí, entre mis dedos, era algo completamente distinto. Desde el graffiti de la portada se sentía (y se siente) una energía particular, un sentido de salvajismo. Es de esos álbumes que tienen una historia. Y justamente por eso, para entender la importancia del cumpleaños número diez de Fever To Tell (2003), hay que hablar un poco de historia.
30 de julio de 2001. The Strokes lanza Is This It. Y la cosa cambia. Se inicia el camino para que Nueva York vuelva a ser la cuna de la música popular norteamericana. O por lo menos del movimiento más importante de la década que comenzaba: el indie. Hipsters para algunos. Lo que sea, el punto es que algo cambió desde los 90’. La proliferación del hip hop, la batalla entre la costa Este y Oeste, y la consolidación del rock alternativo, notoriamente en el fugaz éxito del grunge, habían variado la oferta de fuentes musicales en Estados Unidos. Seattle, Los Ángeles, Atlanta, Detroit. Los ojos seguían mirando a la Gran Manzana, sobre todo en el rap (Jay-Z, Nas, el Wu-Tang Clan), pero hubo otro suceso que alejó el foco de atención: el Britpop. Las radios y charts empezaron a ser dominados por ingleses. Pero llegó el cambio de década, siglo y milenio, y Nueva York contraatacó.
Is This It devuelve la acción a la ciudad. No solo por su importancia, sino que por sonido, es un álbum muy neoyorquino. Refleja un sonido, una escena, una mística. Pero sería injusto quedarse en que ese es el álbum definitivo. La escena neoyorquina tuvo más. Desde la paranoia bailable del debut homónimo de LCD Soundsystem, hasta el romanticismo irónico de TV On The Radio con Return to Cookie Mountain, bandas icónicas ayudaron a formar el sonido de una década. Pero hay uno en particular que probablemente es más importante aún que el trabajo de The Strokes para generar todo esto. Y ese es el debut de los Yeah Yeah Yeahs.
El 29 de abril de 2003, el trío de Brooklyn golpeó la mesa, y terminó con un hype generado por sus dos primeros EP’s. Ya no eran promesa. Eran una realidad. Se publicó Fever To Tell, uno de los álbumes más frescos que se hayan escuchado la década pasada. El LP introducía a las grandes masas a un esquelético guitarrista de apariencia inofensiva, pero que hacía sonar sus cuerdas rabiosamente como un cuchillo afilándose, un baterista de pinta geek, y luego, por supuesto, estaba ella. Karen O. La gran diva del rock del nuevo milenio. Una mujer de una belleza atípica, pero belleza al fin, con más actitud que un batallón de hombres, que parecía gemir más que cantar, escupía cerveza sobre la audiencia, y exudaba sexo por todas partes.
Fever To Tell es una clase de rock de guitarras. Directo, brutal, estremecedor. Desde las notas llenas de feedback que dan inicio a “Rich” a los chillidos descontrolados de la vocalista en “Date With The Night”, desde el noise de “Tick” hasta la experimentación en “Cold Light” y “No No No”. Pero el momento estelar del disco viene justamente con el tema diferente, ese que se sale un rato de ruido y opta por una inusual pero bienvenida calma: “Maps”, probablemente la mejor balada de amor escrita por una banda de rock durante la década pasada, con Karen O cambiando su lado animal por vulnerabilidad mientras repite como mantra «Wait, they don’t love you like I love you».
Tras una década de existencia, Fever To Tell es un álbum cuya influencia adquiere más aprecio día a día. No es solo música, es un pedazo de historia, una fotografía de una estética y un espíritu de vanguardia alternativa desde Brooklyn. Como obra, está llena de imaginería de clubes oscuros, cerveza, humo de cigarros y paredes rayadas con grafitis. A diferencia del enfoque más revisionista de los Strokes, los Yeah Yeah Yeahs tomaron una vieja fórmula y decidieron llevarla más adelante. Lograron un sonido propio. Se aferraron al punk, en agresividad y (pseudo) simpleza, pero con una mirada irónica y en apariencia despreocupada.
Pero el sonido de los Yeah Yeah Yeahs no tenía nada de sencillo. La producción de Dave Sitek en el álbum es extremadamente cuidada, llena de texturas y dinamismo. Con pocos acordes se crea un sonido único. Sitek se transformaría en uno de los productores más influyentes de la escena neoyorquina.
Lo más importante del impacto de Fever To Tell, es probablemente el hecho que el grupo nunca volvió a intentar nada similar. Decidieron que esa era su carta de presentación, pero no su único truco bajo la manga. Pero ese debut fue su abrelatas. Abrió las puertas a una de las bandas de rock más fascinantes de los últimos diez años. Nueva York ganó una postal imborrable. La música inteligente también podía ser divertida y cool (antes de que lo cool dejara de serlo, hace rato).
Ya van diez primaveras desde ese 29 de abril. Los Yeah Yeah Yeahs ya han demostrado múltiples veces su cartel de vanguardistas del rock. Y Fever To Tell sigue siendo imprescindible. Un álbum único en su especie. Un debut que no es solo música, sino una verdadera obra de arte. De esas que uno nunca se harta de escuchar.