360: desviarse para sobrevivir
360 (2011) es sobre conectar. Sobre hacer crac en algún momento aburrido y sobre tomar una decisión en caliente, pero con entereza. ¿Se puede? Sí. Se trata de salir disparado a la superficie de una solución imaginaria, pero que está ahí, como otra ruta para desviarse.
360 trata sobre cómo conectarse es, también, un camino para sobrevivir. De alguna manera, la resiliencia le imprime velocidad a las distintas vidas que se van tejiendo en la película de Fernando Meirelles (Ciudad de dios). Con personajes que necesitan zanjar sus momentos Atlántida y, de cierto modo, escapar. Oxigenar sus rutinas empantanadas. Acá, el panorama es uno solo: en algún momento hay que fugarse hasta algún sitio indeterminado: el extranjero, las drogas, las rutinas yuppies, algo parecido a una relación. Y volver a encender el piloto automático, después del modo avión.
En 360, la historia camina —se mueve— como una sola gran voz coral, entre Viena, París, Londres y Denver, donde parece haber una sola certeza. La vida en ciudad como una amenaza para dejarlo todo en cualquier momento. Como esos momentos en que todo es difuso y cuesta enfocar con el lente de una cabeza saturada de un ruido con vida propia.
La tesis es clara: si hay un desvío en tu camino, tómalo. Sobre esa idea, una sarta de encuentros entre distintas parejas, de las clases sociales más variadas, cierra un círculo contaminado de convicciones y sueños quebrados, tal y como en Reigen (1897), el texto original de Arthur Schnitzler, que sirvió de base para el guión de Peter Morgan (The Queen, Skyfall).
Al final, si hasta los sueños van cambiando, ¿por qué no traicionarse uno mismo —un poco, harto— y desviarse del camino para seguir sorprendiéndose de la humanidad?
360 comienza con la redondez de los pechos de una chica, hasta una anécdota en la avenida que circunda el centro de Viena, pero también en lo pequeño que es el mundo, y en la cara con la que termina una de las protagonistas: incrédula y con la boca abierta (:o).
Quizá esta película debió llamarse 180, porque ningún personaje vuelve al cauce original de su vida, lo que simboliza un movimiento en 360 grados: volver al punto del comienzo. Por el contrario, en la película se suceden empresarios británicos, aeropuertos, proxenetas austríacos, mafiosos rusos, dentistas franceses, un violador estadounidense en libertad condicional, un fotógrafo brasileño; y todo muy forzadamente mezclado y apretado para entrar en sentido: otros sueños para colgarse, una nueva vida armada como un rompecabezas con distintos engranajes independientes, aunque conectados.
360 puede entenderse en una de sus últimas escenas:
—¿Por qué no te vas? –le dice la hermana de una prostituta, que hace hora esperándola, a Sergei, el chofer-guardaespaldas-perro de un mafioso ruso, dentro de su vehículo, donde él también espera.
Son unos completos desconocidos, afuera llueve.
—Voy a comenzar una nueva vida -le responde.
No pasa mucho tiempo y las miradas se hacen cómplices. Al segundo siguiente, ella inspecciona el interior del automóvil.
—¡Pero mira cuántos libros hay, son de ustedes?
—Sí, libros, mis libros. Mi jefe no lee. Él no necesita leer. Tiene dinero, puede pagar por sus sueños.
De pronto hay disparos, desengaño, traición y el relato paralelo da un giro inesperado, y todo se funde en velocidad por avenidas europeas.
Más que la toma decisiones o la negociación con el destino, 360 es un ejercicio del efecto mariposa, pero aplicado en la observación de distintas polillas urbanas, que parecen drogadas con la idea de sacudirse, dejar todo lo que tienen y perderse al primer estímulo. Todo eso, musicalizado con “Helium reprise”, con Mark Orton y la voz de Mike Patton.
// 360 (2011). Reparto: Anthony Hopkins, Jude Law, Rachel Weisz, Ben Foster, Jamel Debbouze, Juliano Cazarré, Lucia Siposová, Johannes Krisch, Gabriela Marcinkova, María Flor, Dinara Drukarova, Vladimir Vdovichenkov, Marianne Jean-Baptiste, Moritz Bleibtreu.