Miguel Mateos y los soldados de a pie
Este mes el músico argentino Miguel Mateos pasó por el centro de nuestro país en una especie de mini gira para promocionar su último registro: Primera Fila, una revisión en vivo que condensa sus 30 años de carrera.
“Voy a un concierto de Miguel Mateos, el único outsider genuino del rock nacional. Me impresiona sobre todo el público: chicos de provincia de veinte, todos engominados, vestidos de traje oscuro, corbata finita y zapatos abotinados”. El que escribe es el trasandino Alan Pauls, en aquella fenomenal crónica novelada y veraniega llamada La vida descalzo (2006), donde impresiona con la capacidad para transmitir en un par de líneas todo un espíritu y una estética de una legión de seguidores del otro lado de la cordillera.
Yo, por otra parte también voy a ver a Miguel Mateos un viernes por la noche, en un enclave lúdico y carretero en casi la cima de un cerro en la Cuesta Chacabuco. Pero casi todo parece el antónimo de lo expuesto por Pauls. El público: gente en su mayoría sobre los cuarenta (muchas parejas), con un look cuidado de vida social, y aunque estamos formalmente en la provincia todo hace pensar en capitales.
Lo primero que hace Mateos es disentir de la recomendación en off de la administración del recinto, que insta a ver el concierto sentado para no incomodar al resto de la audiencia: la chifladera y las risas se dejan sentir en el segundo sector, atrás, donde está la gente parada. “Quiero decir que este es un concierto para ver de pie”, grita para abrir un Mateos desafiante, desde ese momento queda sellada una alianza entre el cantante y los asistentes no Vip. Se suceden los hits, aquellos sones característicos de Rockas Vivas, como el melancólico “Perdiendo el control”, la lista de Solos en América: “Llámame si me necesitas”; “Es tan fácil romper un corazón”, “Mi sombra en la pared”, hasta algo más cercano en el tiempo como “Bar Imperio” y un par de temas nuevos.
Con una iluminación y un sonido inmejorable, y un apoyo visual óptimo, se presiente en el aire que para la mayoría el concierto es un ejercicio de memoria y nostalgias juveniles con una leyenda, un sobreviviente. Y llegan en directo las declaraciones de principios, las bromas, las filiaciones políticas; que en estos tiempos parecen tan devaluadas por nuestros territorios: Mateos divide a la audiencia entre “clase ejecutiva” y “clase turista”, provocando la carcajada general, algo que se torna inquietante cuando se aventura con la división “conservadores” versus “socialistas”.
Al parecer no estamos acostumbrados a que el espectáculo se transforme solapadamente en crítica y reflexión, porque ambas cosas parecen antinómicas y mezclarlas resulta desestabilizante. Tras esa lírica rockera, algo desencantada y romántica, aparentemente hedonista, se cuelan líneas que aluden a la coyuntura política ochentera: guerra fría y dictaduras. “No: chao, chao”; “Pero si es música no más”, se escuchó en ciertos elegantes personajes, decepcionados al oír a Mateos denunciar esos años.
En el bis, Miguel Mateos se despidió con dos títulos que el público pedía a gritos: “Tirá para arriba” y “Obsesión“, provocando la euforia, no sin antes prometer en una de sus frases finales seguir luchando por sus “soldados de a pie”.